lunes, 11 de octubre de 2021

Ser optimista no es malo.

 “Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton) 

Volvemos a las excursiones con la bicicleta, durante algunas semanas las habíamos dejado descansar, y vamos a intentar compaginarlas con nuestro regreso a la carrera a pie, mezcla complicada pero sabrosa si combinamos bien las dos especialidades.

Soy optimista en este aspecto, y ser optimista no es malo. Un día de bicicleta y otro de carrera a pie, más o menos esta es la intención para pasar el otoño y el invierno, después con la llegada de la primavera volveremos al cicloturismo.

De lo que se trata no es alcanzar una forma física determinada sino disfrutar corriendo a pie y paseando en bicicleta. Ya qué los dos son momentos diarios en los qué tengo una experiencia de felicidad y que considero como acciones positivas, por cierto, acciones que parecen estar en peligro en la sociedad actual pues conllevan un esfuerzo que muchas veces no se quiere afrontar.

Nos suele suceder que, al practicar estas actividades físicas, que nos gustan y que disfrutamos, nos creamos expectativas, y muchas de estas expectativas no se corresponden a la realidad; correr una maratón o realizar grandes distancias en bicicleta. Entonces, aparece el sufrimiento, la frustración y nos creamos un recelo, cuestiones a los cuales ya muchos no quieren hacer frente.

Cuando nos encontremos optimistas delante de la bicicleta o de la carrera a pie, y nos atrevamos a plantearnos algún objetivo debemos tener un equilibrio y, para no dañarlo y mantenerlo, es necesario darse cuenta de que esos momentos de felicidad que disfrutamos no son eternos, que pueden seriamente perjudicarnos pues nos pueden provocar también emociones de tristeza o quizás un poco de enfado, ya que muchas veces las cosas no salen como queríamos o esperábamos, y las tenemos que procesar bien pues son parte de nuestro ciclo emocional. Cuando éstas no se procesan aparece un estado tóxico, como fingir que todo está bien y viene el autoengaño sobre aquello que se quiere hacer. 

Nos autoengañamos muchas veces cuando reducimos el impacto de las experiencias negativas que tenemos durante un viaje, lo podemos observar cuando sin darnos cuenta recurrimos a frases como “esto pasará pronto”“en realidad no es tan importante”“podría ser peor”. También nos podemos dar cuenta que cuando nos encontramos frustrados no identificamos el por qué, y probablemente culpemos a los demás.

Resulta interesante que tengamos una especie de sistema de alerta que nos avise, ya que el optimismo eterno no siempre es sano para la mente, esas frases positivas que algunas veces utilizamos se tienen que vivir, no sólo reproducir. El optimismo tiene un límite y esas situaciones negativas ayudan a crear una buena relación entre nuestras emociones y nuestra mente racional. Tenemos que vincular nuestras tristezas con nuestras alegrías, y así seremos personas más equilibradas.  

Si negamos lo que nos sucede nos convertimos en ciegos, si ignoramos lo que sentimos nuestra existencia enfermará, y nos llevará a la depresión. Se corre un gran riesgo cuando huimos de lo negativo ya que le abrimos la puerta a la ansiedad.

En fin, reconozcamos nuestras emociones positivas, pero también las negativas y no las reprimamos.

Buenos días.  

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