“Entrar en el mundo de la acción es entrar en el mundo de los límites” (G. K. Chesterton)
Volvemos a las excursiones con la bicicleta, durante
algunas semanas las habíamos dejado descansar, y vamos a intentar compaginarlas
con nuestro regreso a la carrera a pie, mezcla complicada pero sabrosa si
combinamos bien las dos especialidades.
Soy optimista en este aspecto, y ser optimista no es malo.
Un día de bicicleta y otro de carrera a pie, más o menos esta es la intención
para pasar el otoño y el invierno, después con la llegada de la primavera volveremos
al cicloturismo.
De lo que se trata no es alcanzar una forma física determinada
sino disfrutar corriendo a pie y paseando en bicicleta. Ya qué los dos son momentos
diarios en los qué tengo una experiencia de felicidad y que considero como acciones
positivas, por cierto, acciones que parecen estar en peligro en la sociedad
actual pues conllevan un esfuerzo que muchas veces no se quiere afrontar.
Nos suele suceder que, al
practicar estas actividades físicas, que nos gustan y que disfrutamos, nos creamos
expectativas, y muchas de estas expectativas no se corresponden a la realidad;
correr una maratón o realizar grandes distancias en bicicleta. Entonces,
aparece el sufrimiento, la frustración y nos creamos un recelo, cuestiones a
los cuales ya muchos no quieren hacer frente.
Cuando nos encontremos optimistas
delante de la bicicleta o de la carrera a pie, y nos atrevamos a plantearnos
algún objetivo debemos tener un equilibrio y, para no dañarlo y mantenerlo, es
necesario darse cuenta de que esos momentos de felicidad que disfrutamos no son
eternos, que pueden seriamente perjudicarnos pues nos pueden provocar también
emociones de tristeza o quizás un poco de enfado, ya que muchas veces las cosas
no salen como queríamos o esperábamos, y las tenemos que procesar bien pues son
parte de nuestro ciclo emocional. Cuando éstas no se procesan aparece un estado
tóxico, como fingir que todo está bien y viene el autoengaño sobre aquello que
se quiere hacer.
Nos autoengañamos muchas
veces cuando reducimos el impacto de las experiencias negativas que tenemos
durante un viaje, lo podemos observar cuando sin darnos cuenta recurrimos a
frases como “esto pasará pronto”, “en realidad no es tan
importante”, “podría ser peor”. También nos podemos dar cuenta
que cuando nos encontramos frustrados no identificamos el por qué, y
probablemente culpemos a los demás.
Resulta interesante que
tengamos una especie de sistema de alerta que nos avise, ya que el optimismo eterno
no siempre es sano para la mente, esas frases positivas que algunas veces
utilizamos se tienen que vivir, no sólo reproducir. El optimismo tiene un
límite y esas situaciones negativas ayudan a crear una buena relación entre
nuestras emociones y nuestra mente racional. Tenemos que vincular nuestras
tristezas con nuestras alegrías, y así seremos personas más equilibradas.
Si negamos lo que nos
sucede nos convertimos en ciegos, si ignoramos lo que sentimos nuestra
existencia enfermará, y nos llevará a la depresión. Se corre un gran riesgo
cuando huimos de lo negativo ya que le abrimos la puerta a la ansiedad.
En fin, reconozcamos
nuestras emociones positivas, pero también las negativas y no las reprimamos.
Buenos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario