“Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)
Comienza una nueva semana cansado por el intenso fin de
semana y con una sensación de tristeza, debida supongo, a los dolores musculares
de las agujetas. Y eso que adivino un esplendido día, pero es que tengo la
impresión de que estoy sintiendo algo que no debería de estar sintiendo por no ser bueno.
Parece que hoy en día no tenemos permiso para estar
tristes, no se nos permite ni se nos consiente que estemos tristes, y hay
ocasiones en nuestras vidas en las que estamos tristes. No me refiero a esas
situaciones que se producen cuando muere un ser querido, que si se nos permite
estar abatidos. En muchas de las otras, nuestra cultura y sociedad no nos dan
el permiso que nos hace falta para sentir que de verdad estamos tristes.
Entonces, cuando esto sucede, lo que ocurre muchas veces,
puedo ignorar lo que siento, tomarme un café y seguir con mi vida, o puedo reconocer mi tristeza,
pensando que estoy sintiendo algo malo, que no debería estar sintiendo. Ambas
cosas son malas.
Y es que la tristeza forma parte de nuestra vida y no se
trata, en sí misma, de algo negativo. En nuestra tristeza encontramos muchas
veces una llamada, un toque de atención, al que a menudo hacemos oídos sordos. Es
un grito de nuestro yo interno que intenta hablarnos y su voz nos está diciendo
que está frustración, muerte, fracaso o circunstancia particular en nuestra
vida es real, amarga e inalterable. Aceptarlo es nuestra única opción y la
tristeza es su precio. Si no escuchamos ese grito, nuestra salud y nuestra
cordura se resentirán.
Cuando me informaba sobre
el problema del suicidio leí una reseña de un libro que ahora rescato, el
libro se titula “Suicide and the Soul”, que traducido se puede parecer a “El
suicidio y el alma” del escritor James Hillman, y nos dice que a veces lo que
ocurre en un suicidio es que el alma está tan frustrada y herida que mata al
cuerpo. Por razones demasiado complicadas y numerosas para conocerlas, esa alma
no pudo hacerse oír y nunca se le dio permiso para sentir lo que de hecho
estaba experimentando. En un extremo, esto puede matar al cuerpo.
De una forma menos fuerte y
extrema vemos que existe en esa presión irresistible por parte de la cultura
actual a las mujeres jóvenes para tener un cuerpo perfecto. Desgraciadamente,
la naturaleza no concede muchos de esos cuerpos. Por lo tanto, estas mujeres
jóvenes necesitan permiso para aceptar las limitaciones de sus propios cuerpos
y estar bien con la tristeza que viene con eso. Desgraciadamente, esto no
ocurre, al menos no lo suficiente, por lo que en lugar de aceptar la tristeza
de no tener el cuerpo que desean, estas jóvenes se ven obligadas (sin importar
el coste) a intentar estar a la altura. Vemos sus tristes efectos en la anorexia,
por ejemplo.
Si lo pensamos nos
daremos cuenta de que hay muchas razones legítimas para que este triste.
Algunos nacen demasiado sensibles al patetismo de la vida. Algunos soportan una
mala salud física, otros una quebradiza salud mental. Algunos nunca hemos sido
suficientemente amados y honrados por lo que somos; a otros se nos ha roto el
corazón por la infidelidad y la traición. Otros son simplemente románticos
desesperados y frustrados con sueños perpetuamente aplastados, que terminan en
la nostalgia. Además, todos tendremos nuestro propio porcentaje de pérdida de
seres queridos, de colapsos de todo tipo y de malos tiempos que ponen a prueba
el corazón. Hay una abundancia de razones legítimas para estar triste.
Esto tiene que ser reconocido
y ha aceptado en nuestro día a día. La vida no es sólo un lugar de celebraciones
alegres. También se supone que es un lugar seguro donde podemos derrumbarnos.
También nuestro entorno debe darnos permiso para estar tristes.
Tenemos que ser fieles a nosotros
mismos siendo fieles a nuestros sentimientos.
Buenos días.
Imagen de Krzysztof Kamil en Pixabay
No hay comentarios:
Publicar un comentario