“Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)
Todo parece indicar que el precio de la electricidad va a
continuar subiendo y que va a arrastrar a todos los demás productos esenciales.
No entiendo mucho de estas cosas, pero me llama la atención que el valor de los
impuestos añadidos casi iguala al costo de consumo. Si miro los carburantes
parece que sucede lo mismo.
Aunque estamos acostumbradas a que el Estado pague:
sanidad, autovías, escuela… Y a todos nos gusta el estado del bienestar, hay
que reconocer que todo tiene un precio y que hay que pagarlo.
En estos casos el sentido común viene bien. Tenemos
conciencia de lo que cuestan las cosas y de que sin un poco de sacrificio y
trabajo no hay, como suele decirse, cosecha.
Hay que tener claro que la electricidad hay que pagarla y
la de los otros productos también, sin duda que, a un precio justo, pero
pagarla. Y esto nos llevara a hacer sacrificios.
Estamos en una sociedad consumista y muchas veces
confundimos la felicidad con pasarse la tarde viendo la televisión, con el
placer y que nos lo den todo hecho. Sabemos de derechos y exigencias. Y tal vez
por esto nuestro mundo esta triste, enfadado. Como esa persona mal educada que,
cuando no consigue lo que desea, vocifera y patalea. Cuando lo normal del ser
humano, libre, con dignidad es ganarse el pan con el sudor de su frente. Lo que
al final nos llena de alegría y felicidad es ver el resultado de nuestros
esfuerzos, no que nos lo den todo hecho.
Ya sé que nos cuesta mucho comprender el valor que posee
el fracaso, el dolor, el sacrificio. Que al pensamiento predominante le gusta
más la superficialidad, lo débil. Las personas queremos vivir bien, divertirnos,
pero no nos tenemos que quedar en una eterna adolescencia. Todo lo que ahora
poseemos en Europa ha costado mucho trabajo y esfuerzo. Ahora vemos el
resultado de muchos años, podemos ver como nuestra tierra a dado frutos, pero, la
tierra hay que seguir cultivándola o se convertirá en un desierto.
El empeño que vemos en arrancar de todo lugar público cualquier
signo y opinión de amor a la vida, su defensa, no es solamente una intolerancia
a la dignidad de la persona, también manifiesta el rechazo a lo humano. Es un
olvidarse de lo que somos: criaturas limitadas, imperfectas, que vamos
alcanzando nuestra felicidad con mucho esfuerzo. La vida es lucha, siempre lo
ha sido y lo será. Puede que nos resulte duro, pero es triste vivir sin
sentido, sin dignidad; mirarnos y ver que estamos vacíos, que no tenemos nada
en nuestras manos.
Sabemos que, por comodidad y egoísmo, no lograremos hacer
feliz a nadie, que nuestra pereza y falta de compromiso arruinará todo lo
conseguido y que por muy rica que sea nuestra casa no la va a convertir en un
hogar. Lo sabemos, y es que mantener un amor nos supone entregarnos mucho,
perdonar mucho y tener una paciencia sin fin. Tener y conservar a los amigos
exige tiempo, dedicación, favores.
Así es la vida, el amor no es un impulso que nos lleve
hacia nuestra satisfacción, o un simple recurso para completar nuestra
personalidad. El amor verdadero es entregarse, salir de sí mismo, y así nos traerá
alegría, pero es una alegría que tiene sus raíces en el sacrificio, y para los católicos
tiene además forma de cruz.
Buenos días.
Imagen de Engin Akyurt en Pixabay
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