jueves, 14 de octubre de 2021

¿“Mi libertad termina donde empieza la libertad de la otra persona”?

 Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)

¿Alguna vez os habéis parado puesto a pensar con más detenimiento en la afirmación: “Mi libertad termina donde empieza la libertad de la otra persona”? Es decir, soy libre, en tanto no vaya en contra de la libertad del otro. Pensemos, ahora que estamos “puestos”, también en otra afirmación: “soy libre porque hago lo que yo quiero”. Os pido, además, que continuéis pensando en la cantidad de “derechos” que las personas se atribuyen debido a esta “libertad”.

El derecho a “hacer con nuestro cuerpo lo que queramos”. Derecho a la libre expresión, que parece estar de moda en las redes sociales. Finalmente, el derecho a cambiar de género, según los propios gustos personales.

Estoy de acuerdo en que se valore la libertad, y que cada uno luche y exija sus derechos. Sin embargo, vivimos en un mundo que esconde un problema mucho más serio, según mi punto de vista, que es el profundo relativismo moral. Que hace mucho más complicado lo que he dicho anteriormente y tiene como consecuencia dramática, una mala interpretación del concepto de libertad, que resulta fundamental para el sano desarrollo de la persona. Así como a tener una visión equivocada de los derechos que cada uno se merece, llevándonos, incluso, a la destrucción de vidas humanas, la buena fama que cada uno merece y un desarrollo malsano de la propia sexualidad.

Me gustaría recordar lo que creo que es la “otra cara de la moneda” del derecho, esa “cara” que solemos olvidar y que no es otra que la responsabilidad. Hoy en día, casi no se menciona la palabra “responsabilidad”. Peor aún, muchos no saben ¿qué responsabilidad tienen en esta vida? Las consecuencias de esta pérdida de responsabilidad son extremadamente graves, lo que me da mucha pena, pues responde a un problema que veo cada vez más patente en la vida de tantas personas.

El sin sentido de la vida, un profundo vacío interior, la falta de proyectos y horizontes por los que vale la pena esforzarse. Para decirlo de modo sencillo y directo, una persona que no tiene claras las responsabilidades que debe cumplir, carece de propósitos en la vida, y desconoce la razón por la que vale la pena vivir. Las responsabilidades que cada uno asume son lo que dan sentido a nuestra vida. Sin responsabilidades nos encontramos entre la superficialidad y trivialidad, inconsistencia y pereza, así como profundas tristezas y angustias. Así viven una parte de la sociedad.

Si solamente luchamos por nuestros derechos, pero no nos esforzamos por vivir responsablemente lo que nos toca como personas, dentro de una sociedad, entonces estamos como espectadores en un teatro. Siendo solamente espectadores y críticos de todo cuanto sucede. Reclamando, criticando, exigiendo, pero sin aportar y comprometerse por el bien común o el desarrollo de la sociedad.

Una persona que solo mira, y no se involucra… finalmente, pierde las ganas de vivir. Piensa que no tiene ninguna utilidad, y no aporta nada significativo. Por lo tanto, es fácilmente comprensible por qué muchos no encuentran el sentido de vivir, y en muchos casos, lleguen al borde del suicidio.

Ahora, llegados a este punto debería repasar las definiciones que he mencionada al principio, así como los derechos que muchas personas reclaman, pero hoy, no hay tiempo, tal vez mañana.  

Buenos días.

Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay 

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