“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Una de las cosas que más echo en falta en las
personas que están gestionando la pandemia de la covid-19 y, que vienen a ser
las mismas que nos gobiernan, es su falta de autoridad.
La crisis de autoridad, que estoy adivinando, es
sobre todo la crisis personal en la que viven quienes, detentando la autoridad,
no saben qué tienen que hacer con ella. Entendamos bien qué es la autoridad,
para qué la tenemos y qué se hace con ella.
La autoridad, en su significado más radical y
profundo, no es otra cosa que el prestigio y crédito que se reconoce a una
persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en
alguna materia. Solemos entenderlo mal: confundimos la autoridad con el poder
(los romanos tenían muy clara la diferencia entre auctoritas y potestas) y nos
fijamos siempre más en la cara externa de la autoridad -el poder y los medios
que emplea para hacerse valer- y en sus efectos inmediatos, que en sus
funciones educadora y divulgadora a quien se dirige, si es que hablamos de
personas, o en su función creativa y de servicio, si es que hablamos de tareas.
En el caso de las personas, el ejercicio de la
autoridad rectamente entendida es una obligación de quien la posee y un derecho
de quienes deben ser gobernados, instruidos y educados.
Creo que es interesante que recordemos el
significado y para que sirven palabras como: poder, autoridad y soberanía.
Sobre todo, en estos días donde estamos sometidos al poder de innumerables
autoridades.
Veamos, el poder es la capacidad de ordenar algo a
otra persona utilizando sólo la fuerza. Si alguien me apunta una pistola a la
sien tiene poder sobre mí. El poder se basa en el miedo ya que es la lucha de
todos contra todos. Sin embargo, el poder puede ser también el de una mayoría
democrática que se base sólo en la prevalencia del número. El poder no tiene
legitimación, se impone con la fuerza, con cualquier tipo de fuerza. Ni tan
siquiera busca justificaciones, no las necesita, le basta la fuerza para
imponerse.
Un momento, por eso hay que tener claro este
concepto para ver la diferencia con la autoridad, que es el poder moralmente
legitimado. Tiene autoridad quien manda sobre otra persona, pero para el bien.
La autoridad tiene una cualidad que le es propia, el conocimiento, la sabiduría
de lo que le es propio. Un comité de expertos tiene autoridad, pero no
necesariamente tiene poder. La legitimación de la autoridad debe ser moral:
cualquier legitimación de otro tipo no es suficiente. Una legitimación institucional,
o electoral no crean la autoridad en sentido pleno y último. El derecho/deber
de mandar sobre los otros no puede, en última instancia, derivar de las reglas
que lo establecen, ni de funciones institucionales fijadas en cualquier
Constitución o Carta Magna, ni de la mayoría de los votos obtenidos en una
competición electoral. Todas estas fuentes pueden, como máximo, indicar quién
debe mandar y gobernar, pero no son capaces de legitimarlo moralmente, ni de
establecer hasta el fondo el deber de obedecer por parte de quien está por
debajo. Mientras que el poder no tiene necesidad de atenerse a la verdad y
al bien, la autoridad sí, porque es de ahí de donde sale su legitimación.
No se si me he explicado bien, tal vez no lo haya
hecho, pero si que sería necesario hacer un esfuerzo para entenderlo.
¿En qué basamos hoy el poder para que no sea sólo
poder, sino también autoridad? Hay que reconocer que la pregunta no tiene una contestación
que se encuentre a mi alcance, dado que el poder del hombre sobre el hombre no
se puede fundar en el hombre mismo, sino sólo en algo superior.
Y es a partir de aquí donde nos encontramos con la
soberanía para que nos complique un poco más la cuestión, ya que la soberanía
es el poder que se confiere a sí mismo la autoridad y que no reconoce tener por
encima de sí ningún otro poder ni ninguna otra autoridad.
Veamos, que es la soberanía, pues podría decir que
es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente, y
soberano, pues: el que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente.
La soberanía se legitima sola porque piensa que,
así, se convierte en autoridad, pero sigue siendo poder. Y, aquí tenemos una
dificultad, una dificultad a la hora de utilizar ese concepto, por ejemplo; en nuestra
Constitución se utiliza este concepto cuando dice que el pueblo es soberano.
Algo, que si lo razonamos un poco nos parecerá inaceptable ya que es la
transformación democrática del principio del absolutismo de Estado: que sean
soberanos uno o muchos, cambia poco desde el punto de vista cualitativo.
Como decía, actualmente estas palabras se utilizan
a menudo. Se trata de conceptos muy importantes y que pueden ser de ayuda para
contextualizar bien los problemas políticos de hoy, y no sólo los de ayer.
Buenos días.
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