jueves, 4 de febrero de 2021

Poder, autoridad y soberanía.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Una de las cosas que más echo en falta en las personas que están gestionando la pandemia de la covid-19 y, que vienen a ser las mismas que nos gobiernan, es su falta de autoridad.

La crisis de autoridad, que estoy adivinando, es sobre todo la crisis personal en la que viven quienes, detentando la autoridad, no saben qué tienen que hacer con ella. Entendamos bien qué es la autoridad, para qué la tenemos y qué se hace con ella.

La autoridad, en su significado más radical y profundo, no es otra cosa que el prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia. Solemos entenderlo mal: confundimos la autoridad con el poder (los romanos tenían muy clara la diferencia entre auctoritas y potestas) y nos fijamos siempre más en la cara externa de la autoridad -el poder y los medios que emplea para hacerse valer- y en sus efectos inmediatos, que en sus funciones educadora y divulgadora a quien se dirige, si es que hablamos de personas, o en su función creativa y de servicio, si es que hablamos de tareas.

En el caso de las personas, el ejercicio de la autoridad rectamente entendida es una obligación de quien la posee y un derecho de quienes deben ser gobernados, instruidos y educados.

Creo que es interesante que recordemos el significado y para que sirven palabras como: poder, autoridad y soberanía. Sobre todo, en estos días donde estamos sometidos al poder de innumerables autoridades.

Veamos, el poder es la capacidad de ordenar algo a otra persona utilizando sólo la fuerza. Si alguien me apunta una pistola a la sien tiene poder sobre mí. El poder se basa en el miedo ya que es la lucha de todos contra todos. Sin embargo, el poder puede ser también el de una mayoría democrática que se base sólo en la prevalencia del número. El poder no tiene legitimación, se impone con la fuerza, con cualquier tipo de fuerza. Ni tan siquiera busca justificaciones, no las necesita, le basta la fuerza para imponerse.

Un momento, por eso hay que tener claro este concepto para ver la diferencia con la autoridad, que es el poder moralmente legitimado. Tiene autoridad quien manda sobre otra persona, pero para el bien. La autoridad tiene una cualidad que le es propia, el conocimiento, la sabiduría de lo que le es propio. Un comité de expertos tiene autoridad, pero no necesariamente tiene poder. La legitimación de la autoridad debe ser moral: cualquier legitimación de otro tipo no es suficiente. Una legitimación institucional, o electoral no crean la autoridad en sentido pleno y último. El derecho/deber de mandar sobre los otros no puede, en última instancia, derivar de las reglas que lo establecen, ni de funciones institucionales fijadas en cualquier Constitución o Carta Magna, ni de la mayoría de los votos obtenidos en una competición electoral. Todas estas fuentes pueden, como máximo, indicar quién debe mandar y gobernar, pero no son capaces de legitimarlo moralmente, ni de establecer hasta el fondo el deber de obedecer por parte de quien está por debajo. Mientras que el poder no tiene necesidad de atenerse a la verdad y al bien, la autoridad sí, porque es de ahí de donde sale su legitimación.

No se si me he explicado bien, tal vez no lo haya hecho, pero si que sería necesario hacer un esfuerzo para entenderlo.

¿En qué basamos hoy el poder para que no sea sólo poder, sino también autoridad? Hay que reconocer que la pregunta no tiene una contestación que se encuentre a mi alcance, dado que el poder del hombre sobre el hombre no se puede fundar en el hombre mismo, sino sólo en algo superior.

Y es a partir de aquí donde nos encontramos con la soberanía para que nos complique un poco más la cuestión, ya que la soberanía es el poder que se confiere a sí mismo la autoridad y que no reconoce tener por encima de sí ningún otro poder ni ninguna otra autoridad.

Veamos, que es la soberanía, pues podría decir que es el poder político supremo que corresponde a un Estado independiente, y soberano, pues: el que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente.

La soberanía se legitima sola porque piensa que, así, se convierte en autoridad, pero sigue siendo poder. Y, aquí tenemos una dificultad, una dificultad a la hora de utilizar ese concepto, por ejemplo; en nuestra Constitución se utiliza este concepto cuando dice que el pueblo es soberano. Algo, que si lo razonamos un poco nos parecerá inaceptable ya que es la transformación democrática del principio del absolutismo de Estado: que sean soberanos uno o muchos, cambia poco desde el punto de vista cualitativo.

Como decía, actualmente estas palabras se utilizan a menudo. Se trata de conceptos muy importantes y que pueden ser de ayuda para contextualizar bien los problemas políticos de hoy, y no sólo los de ayer.

Buenos días.

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