“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Nos costó un poco arrancar,
pero al final lo hicimos, le perdimos el miedo a la niebla y nos marchamos a
comer al refugio el Zamorano en Agres, no tuvimos sol, no tuvimos viento, solo
niebla y esa humedad que transmite cuando se coge un poco de velocidad en las
bajadas.
No hay duda de que
tendremos que volver para ver los paisajes que pudimos adivinar, solo adivinar,
y que estarán ahí cuando volvamos.
No era ayer el mejor
día para coger la bicicleta, la meteorología no representaba a nuestro querido
clima mediterráneo, el sol no tenía pensado aparecer y, a pesar de todo nos
marchamos con nuestras bicicletas. A veces hay abandonar la zona de confort y explorar
los días donde la meteorología no es favorable, pues sin duda nos vamos a
encontrar con ellos en todos nuestros viajes.
Tratar de eliminar
estos días complicados a toda costa significa casi siempre agravar los
problemas que tendremos cuando se nos presenten en pleno viaje.
Existe una curiosa
fatalidad en esa obsesiva alergia al más mínimo problema, pues, aun siendo lógico
y sensato evitar el sufrimiento inútil, hay una dificultad vital inherente a
nuestra condición de hombres, una dosis de riesgo y dureza sin los que la
existencia humana no puede desarrollarse en plenitud.
Quiero con esto decir
que enfrentarnos, experimentar esos días complicados, donde todo nos dice que
dejemos aparcada la bicicleta, nos ayudan a curtirnos, nos obligan a activar en
nuestro interior fuentes de dinamismo, de coraje, de habilidades insospechadas.
En el día a día nos
sucede algo parecido, la fortaleza del carácter de una persona, su valía, tiene
bastante relación con la cantidad de dificultades que esa persona sabe encajar
sin sucumbir. Los obstáculos y las contrariedades le invitan a superarse, le
impulsan a elevarse por encima del temor y la pusilanimidad.
Una vida con ciertas dificultades
suele producir personalidades más ricas que las que han sido formadas en la
comodidad o la abundancia. No es que haya que desear la miseria o la
contrariedad, pero es peligroso llevar una vida demasiado cómoda, o ablandarse
demasiado ante las propias penas, o encerrarse en el papel de víctima.
Decir que no se puede
coger la bicicleta ante la más mínima dificultad, es quedar desarmado cuando
nos suceda algo parecido en un viaje, es hacerse a uno mismo incapaz de
afrontar una dificultad verdadera y real.
No podemos caer en esa
derrota victimista, hay que buscar soluciones razonables y alternativas
viables. Y para eso hay que empezar por ver esas dificultades en términos que admitan
una solución. Ya que uno de los primeros efectos sobre asustarse ante cualquier
dificultad es que nos impide distinguir bien entre lo que nosotros podemos
solucionar y lo que está fuera de nuestro alcance: en una obsesión victimista con
las adversidades las viviremos como una sentencia inapelable de un negro destino
al que pensaremos que estamos abocados.
La persona crece
cuando no permanece encasillada dentro de sí, sino que se esfuerza en algo que
le lleva a superarse.
Si nos rendimos ante
la comodidad del conformismo, nos rebajamos; cuando nos refugiamos en el egoísmo,
nos rebajamos también. Si nos
obsesionamos en protegernos hasta de la más mínima contrariedad, terminaremos encontrándonos
de frente con una fragilidad vital que nos ahogará y nos abrumará.
Buenos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario