“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Ya está la berlingo preparada para en unos minutos
convertirse en un camper, ¿y ahora qué? Pues nos queda esperar.
Ha llegado la hora más complicada, la de dejar
pasar el tiempo esperando que la cavid-19 se despiste y nos deje movernos en
libertad, esperar la vacuna para que nos ayude a que nuestro cuerpo pueda ganar
con tranquilidad su batalla contra el virus, en fin, esperar.
El hombre está por naturaleza orientado hacia el
futuro. Esto quiere decir que mi vida consiste fundamentalmente en esperar.
Esperar. ¿qué? En este caso poder ir de viaje, pero en general seguir, seguir
viviendo, imaginando quién se quiere ser, quién se pretende ser. ¿Hasta cuándo?
¡Ah! Esta es una cuestión importante pues la vida tiene un término, la muerte; sé
que tengo que morir, pero esto en el fondo me parece inverosímil, inaceptable.
La intención de existir indefinidamente, de inmortalidad, no solo la tengo yo,
sino que pienso que es universal en distintos grados y en diversas formas. Es
lo común a todas las personas, en una forma o en otra, porque si el hombre se
acaba, se extingue, la idea de un futuro mejor carece de sentido.
De ahí que me parezca de una fría crueldad el
intento de robar la esperanza a las personas, principalmente a aquellas que
apenas pueden esperar nada en este mundo. Viejos, solitarios, enfermos, pobres,
con defectos que entorpecen la vida, tienen tal vez la esperanza de seguir
viviendo mejor, acaso incomparablemente superior a lo que han conocido.
A esa esperanza, soy de la opinión que hay que añadir
sin duda el amor. Cuando te pones a pensar sobre este tema inevitablemente te
das cuenta de que el amor es lo que da su sentido más profundo a la esperanza
de inmortalidad. Y es que, cuando se ama verdaderamente a algunas personas, su
desaparición es inaceptable. Se necesita, necesito que sigan existiendo para
seguir siendo amadas. Ese afán de inmortalidad que estoy manifestando, lejos de
ser egoísmo, como se me podría reprochar, es lo contrario: es la forma suprema
de altruismo, la afirmación de los demás. La inmortalidad de uno mismo es
simplemente un caso más, la condición para que todo eso tenga sentido.
Hemos visto y estamos viendo como grupos de
personas, bien organizados, que tratan de arrancar la esperanza a los demás
hombres. Habría que preguntarse en serio si a ellos les parece "distinguido",
selecto, superior, no esperar, dar por supuesto que la vida termina con la
muerte biológica, y no hay más. Vemos algunas posiciones políticas, en
principio lícitas y aceptables, con la premeditada idea de la destrucción de
algo que ha sido siempre uno de los resortes capitales de la vida humana, de
los que han permitido superar las dificultades inherentes a todas las personas,
en cualquier lugar y condición que vivan.
Si se hicieran cuentas, quiero decir si se hicieran
bien, se descubriría que estas actitudes han sido causa principal de la
infelicidad de millones de personas. Sería menester medir la inmensa diferencia
entre vivir con esperanza, aunque sea inquieta, dudosa, vacilante, con un fondo
de perplejidad, a vivir sin ella. La desesperanza puede llegar a una situación
de desesperación, que es la clave oculta de tantas actitudes que no
comprendemos, que no acaban de explicarse, que no se justifican sino por el
vacío que deja en la vida humana la ausencia de esperanza.
La persona espera, aspira, durante el tiempo
de su vida terrenal imagina y elige lo que desea ser siempre. Pensadlo. En
alguna ocasión me he preguntado por qué Dios nos ha hecho vivir en este mundo,
entre tantas dificultades y riesgos, en lugar de situarnos directamente en el
paraíso. Y me respuesta siempre me ha llevado a que se trataría entonces de
otra especie, de otro tipo distinto de realidad. El hombre, en su vida
terrenal, en la que llama "esta vida", imagina, inventa, trata de
realizar su propia realidad, la que le parece deseable, valiosa, con la que
puede identificarse. De ahí la necesidad de que esta aspiración se cumpla. La
renuncia a ella implica la abolición de la misma condición humana, el abandono
de lo que le es más propio, de aquello en que propiamente consiste.
Me preocupa hasta qué punto se hacen, por motivos
triviales, intentos de destrucción de lo que es esencial en la vida humana, sin
darse cuenta, simplemente cerrando los ojos a lo que con ellos abiertos es
absolutamente evidente.
En fin, buenos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario