viernes, 5 de febrero de 2021

¿Y ahora qué?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Ya está la berlingo preparada para en unos minutos convertirse en un camper, ¿y ahora qué? Pues nos queda esperar.

Ha llegado la hora más complicada, la de dejar pasar el tiempo esperando que la cavid-19 se despiste y nos deje movernos en libertad, esperar la vacuna para que nos ayude a que nuestro cuerpo pueda ganar con tranquilidad su batalla contra el virus, en fin, esperar.

El hombre está por naturaleza orientado hacia el futuro. Esto quiere decir que mi vida consiste fundamentalmente en esperar. Esperar. ¿qué? En este caso poder ir de viaje, pero en general seguir, seguir viviendo, imaginando quién se quiere ser, quién se pretende ser. ¿Hasta cuándo? ¡Ah! Esta es una cuestión importante pues la vida tiene un término, la muerte; sé que tengo que morir, pero esto en el fondo me parece inverosímil, inaceptable. La intención de existir indefinidamente, de inmortalidad, no solo la tengo yo, sino que pienso que es universal en distintos grados y en diversas formas. Es lo común a todas las personas, en una forma o en otra, porque si el hombre se acaba, se extingue, la idea de un futuro mejor carece de sentido.

De ahí que me parezca de una fría crueldad el intento de robar la esperanza a las personas, principalmente a aquellas que apenas pueden esperar nada en este mundo. Viejos, solitarios, enfermos, pobres, con defectos que entorpecen la vida, tienen tal vez la esperanza de seguir viviendo mejor, acaso incomparablemente superior a lo que han conocido.

A esa esperanza, soy de la opinión que hay que añadir sin duda el amor. Cuando te pones a pensar sobre este tema inevitablemente te das cuenta de que el amor es lo que da su sentido más profundo a la esperanza de inmortalidad. Y es que, cuando se ama verdaderamente a algunas personas, su desaparición es inaceptable. Se necesita, necesito que sigan existiendo para seguir siendo amadas. Ese afán de inmortalidad que estoy manifestando, lejos de ser egoísmo, como se me podría reprochar, es lo contrario: es la forma suprema de altruismo, la afirmación de los demás. La inmortalidad de uno mismo es simplemente un caso más, la condición para que todo eso tenga sentido.

Hemos visto y estamos viendo como grupos de personas, bien organizados, que tratan de arrancar la esperanza a los demás hombres. Habría que preguntarse en serio si a ellos les parece "distinguido", selecto, superior, no esperar, dar por supuesto que la vida termina con la muerte biológica, y no hay más. Vemos algunas posiciones políticas, en principio lícitas y aceptables, con la premeditada idea de la destrucción de algo que ha sido siempre uno de los resortes capitales de la vida humana, de los que han permitido superar las dificultades inherentes a todas las personas, en cualquier lugar y condición que vivan.

Si se hicieran cuentas, quiero decir si se hicieran bien, se descubriría que estas actitudes han sido causa principal de la infelicidad de millones de personas. Sería menester medir la inmensa diferencia entre vivir con esperanza, aunque sea inquieta, dudosa, vacilante, con un fondo de perplejidad, a vivir sin ella. La desesperanza puede llegar a una situación de desesperación, que es la clave oculta de tantas actitudes que no comprendemos, que no acaban de explicarse, que no se justifican sino por el vacío que deja en la vida humana la ausencia de esperanza.

La persona espera, aspira, durante el tiempo de su vida terrenal imagina y elige lo que desea ser siempre. Pensadlo. En alguna ocasión me he preguntado por qué Dios nos ha hecho vivir en este mundo, entre tantas dificultades y riesgos, en lugar de situarnos directamente en el paraíso. Y me respuesta siempre me ha llevado a que se trataría entonces de otra especie, de otro tipo distinto de realidad. El hombre, en su vida terrenal, en la que llama "esta vida", imagina, inventa, trata de realizar su propia realidad, la que le parece deseable, valiosa, con la que puede identificarse. De ahí la necesidad de que esta aspiración se cumpla. La renuncia a ella implica la abolición de la misma condición humana, el abandono de lo que le es más propio, de aquello en que propiamente consiste.

Me preocupa hasta qué punto se hacen, por motivos triviales, intentos de destrucción de lo que es esencial en la vida humana, sin darse cuenta, simplemente cerrando los ojos a lo que con ellos abiertos es absolutamente evidente.

En fin, buenos días.

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