martes, 2 de febrero de 2021

El bien, la verdad y la belleza.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Llevo varios días buscando una respuesta a la pregunta del otro día, ¿qué somos? Y no hay forma de separar de una contestación la necesidad de saber antes cuál es nuestra misión, cuál es la misión de cada uno y, a mi entender, diciendo que nuestra misión consiste en ser transmisores del bien, de la verdad y de la belleza, podría dar por contestada la pregunta, o al menos una gran parte. Pues somos los encargados de que el bien, la verdad y la belleza lleguen a todos los lugares y personas.

Pues bien, tema concluido, al menos en su parte teórica. La parte práctica va a resultar un poco más complicada; ¿cómo vamos a anunciar el bien? Parece sencillo pues la prudencia nos indicará cuándo debemos callar y cuándo debemos hablar, y además cómo, pero en todo caso, siempre que hablemos, hemos de hablar bien y hablar del bien, no como en los telediarios habituales que no se centran sino en el mal.

Hablar mal y hablar del mal es una mala estrategia, que quiere convencernos de que el mundo está todavía mucho más podrido de lo que realmente está, y de este modo cualquier cosa mala puede ser legitimada por ser insignificante en relación con todo el mal que la rodea. Quienes nos oyen, sean quienes sean, necesitan oírnos hablar bien y hablar del bien.

La palabra es un arma poderosa, mucho más de lo que a veces se piensa. Se puede hacer mucho bien con la palabra, y podemos hacer mucho mal. Ojo a esto. Hay palabras que llevamos clavadas en el corazón y que nos cambiaron la vida, sabemos que hay palabras que nunca olvidaremos.

También tenemos la misión de decir la verdad y, algo un poco más complicado, a vivir en la verdad, que es lo único que puede hacernos libres. Ya sé que lo habremos escuchado muchas veces, pero es la verdad. Muchos de los problemas de esta sociedad dejarían de serlo si buscásemos un poco más la verdad. Saber e informar de la verdad en muchos asuntos, dar a conocer la verdad, nos solucionaría muchos problemas. ¡Ah! Pero a mucha gente no les interesa la verdad, ponen el grito en el infierno, porque no les interesa la verdad; saben que mucha gente, al conocer la verdad cambiaría de actitud. La prudencia nos dirá cuándo, cómo y a quién debemos decir la verdad, pero no llamemos prudencia al silenciamiento continuo.

Hablar bien y decir la verdad es un buen camino para seguir, es una buena fórmula para cambiar el mundo. No es la única, ya sé que se pueden hacer muchas otras cosas, pero al hacerlo no iremos por mal camino. El gran problema es que nuestras voces están prácticamente ausentes de mundos como el de la cultura, de la ciencia, del deporte, de la política, etc. Por eso no hay más remedio que añadir a lo anterior la transmisión de la belleza.

Es clave el ámbito de la belleza, pues con él apuntamos al centro para recuperar el mundo. Pienso que, si queremos hacer un mundo nuevo tenemos que arrancar de aquí; no debemos descuidar el bien y la verdad, pero hoy la clave está en la belleza. Ya lo dijo Dostoievsky: “la belleza salvará al mundo”. Hay que cultivar la belleza. Cultivar la belleza es hacer cultura como hay que hacerla, que es justo lo contrario de lo que cultiva el mundo de hoy, que está rindiendo culto, según mi opinión a la fealdad.

No nos dejemos engañar diciendo que no entendemos de arte. ¿Cómo que no entendemos? ¿Tiene que enseñarnos alguien cuando un cuadro de pintura nos eleva el alma o nos produce indiferencia, o repugnancia? ¿Acaso no sabemos distinguir cuándo una película nos edifica o remueve nuestros instintos más bajos? Si miramos a nuestro alrededor veremos que la parte más divulgada del arte actual es aquel que se centra en lo esperpéntico, en lo ridículo, lo pornográfico y lo violento. Denunciémoslo, llamemos a las cosas por su nombre. ¿Desde cuándo la belleza se ha basado en el absurdo, desde cuándo lo que ha producido terror o asco ha merecido ser llamado bello?

Sin despreciar las resonancias subjetivas de quien contempla una escultura o una fachada, hay un elemento objetivo que es el contenido real de la obra y que todos sabemos apreciar. Valoremos pues la belleza objetiva, aprendamos a valorarla, enseñemos a valorarla y seamos creadores de belleza.

No todos somos artistas, pero todos podemos plasmar belleza, al menos la belleza moral de las obras bien hechas. Aprendamos a valorar, sobre todo, la belleza espiritual presente en cada persona, infinitamente más sublime que cualquier planta o cualquier animal, que cualquier paisaje o cualquier obra de arte, por delicada que esta sea.

En fin, el bien, la verdad y la belleza son buenos objetivos.

Buen día.

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