Parece que vamos a tener que esperar, en marzo no vamos a poder salir de nuestra comunidad al menos para practicar cicloturismo, las restricciones no se levantan y nos tenemos que preparar para pasar unas Fallas y una Semana Santa con pequeñas excursiones de dos o tres días.
Restringir y prohibir no
parecen ni son lo mismo, no lo deben ser pues restringir es reducir no impedir,
que es prohibir. En esta pandemia sucede que ya sean restricciones o
prohibiciones lo que si nos está limitando o al menos destruyendo es nuestra
vida privada.
He pensado desde hace mucho
tiempo que la vida es ante todo vida privada. Si se la destruye o se manipula, se
echa por tierra la vida sin más, se le quita su condición humana.
Por
eso es a última hora imposible que la vida privada desaparezca. Son muchos los
que lo han intentado con todos los medios; no faltan los que siguen tratando de
lograrlo, y conviene saber quiénes son. Porque se puede conseguir en parte.
Vale
la pena pensar un momento en esa posibilidad y en el sentido que tiene la última
parte de la frase que acabo de escribir: “en parte”. Depende, principalmente,
de la edad. Las personas que han vivido lo bastante para haber llegado a ser
quienes eran, a ser quienes son y no lo que les dicen que son o deben ser, no
pueden ser despojadas de su vida privada “desde fuera”, por propaganda o
violencia física. Esa pérdida tiene que ser voluntaria, al menos consentida. El
que se deja arrastrar por los demás, renuncia a esa vida y a ser quien era.
Menos
protegidos están los que son sorprendidos por ese intento de destrucción de la
vida privada cuando no están todavía “hechos”, cuando están eligiendo su camino
en la vida. Reciben un dictado que puede ser devastador, del que no se librarán a menos que tengan lucidez, cierta dosis de valor y acaso un amor eficaz, que
es lo que con más fuerza afirma la vida privada. Si esto falta, hay grandes
probabilidades de que sucumban, de que no lleguen a madurar desde sí mismos,
sino que vivan enajenados.
Por
último, nos podemos encontrar con los que nacen a la vida propia sometidos ya a
la negación de lo personal, resultan en cierta medida “prefabricados”, con una
libertad mutilada desde antes de que pueda consolidarse, falsificados desde el
mismo comienzo. Como un virus que infecta y que es difícil de superar.
Lo
que no puede hacerse es prohibir las condiciones mismas de la realidad. La vida
humana es forzosamente libre, vivir es siempre decidir, elegir entre
posibilidades. Es cierto que estas se pueden limitar, restringir, amputar. Pero
siempre son varias, y a última hora se ejerce la libertad, por estrecho que sea
su horizonte, por penoso que sea su funcionamiento. El que renuncia a su
libertad, lo sabe, y en el fondo se desprecia a sí mismo.
Si
pasa demasiado tiempo, si son varias las generaciones a las que se ha negado
desde la cuna la existencia de la vida privada, si se las ha adoctrinado para
que la cambien por cualquier cosa, de preferencia una baratija, la sociedad
misma se anquilosa, se petrifica, hombres y mujeres se nutren de consignas, se
les predica monótonamente que las cosas son como se dice, que no cabe decir lo
que son. Menos aún, que no se sabe del todo cómo son, que hay diversas
posibilidades, que el futuro es reino de libertad.
Por
eso cuando se ataca la vida privada se suele descalificar el futuro. Las cosas
son como se dice, y “para siempre”. Esto nos lleva a la abolición de la
historia, que es una constante tentación de todas estas maneras de atacar la
realidad. Y esta operación se viene haciendo en un doble sentido: hacia atrás,
se niega la historia real, la que efectivamente ha sucedido, se la suplanta y
falsifica; hacia adelante, se la cierra, se la da por conclusa, se declara que
eso que existe, mejor dicho, que se dice que existe, es “definitivo”.
Lo
malo para estos intentos, lo bueno y lo salvador, es que la vida humana está
llena de inseguridades. Nunca está terminada, hasta que llega la muerte, y esta
misma es anticipada, aceptada, si no elegida, al menos se elige cómo se la va a
tomar. Hay el azar, el maravilloso azar que interviene en nuestras vidas sin
que podamos preverlo, rompe los esquemas, los planes, las jaulas, nos deja a la
intemperie, nos obliga a enfrentarnos con la realidad misma y ejercer la
libertad.
Entonces
se descubre que las consignas y las recetas no sirven, que no hay más remedio
que enfrentarse con la realidad en su desnudez, hacerse las preguntas decisivas,
asumir la responsabilidad propia. Lo cual invita al ensimismamiento, a la
entrada en uno mismo, donde se encuentra con aquellas personas de las que se
puede estar “lleno”, con las que cabe la “interpenetración”; es decir, la vida
rigurosamente privada, que siempre puede renacer.
Hay
personas, pueblos, sociedades, en las que los estímulos personales son
especialmente fuertes, lo que les permite pasar por épocas difíciles, presiones
sin cuento, y encontrarse que al final de una larga y penosa jornada no se han
dejado en el camino la personalidad.
Buenos
días.
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