“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
El
velocímetro y las cubiertas fueron compradas e instaladas en mi bicicleta para
cumplir un objetivo. El cuentakilómetros me tenia que indicar los kilómetros que
poco a poco me irían separando de mi casa en mi viaje al Nordkapp y las
cubiertas debían de conseguir que eso fuera posible o acercarme lo máximo
posible hasta deshacerse en el camino.
Han
conseguido los dos llegar a completar, de momento, los 5000 kilómetros y no se
ha cumplido el objetivo. Les he comunicado que no se preocupen, no han fracasado,
la covid-19 ha sido ese enemigo imbatible al que no hemos sabido vencer, tal
vez nos haya ganado la guerra y ya no alcancemos nunca el Nordkapp o tal vez
solo nos pudo hacer retroceder en la primera batalla y este año, tal vez,
cuando mayo empiece a adivinarse nos volveremos a poner delante de los mapas y
nos enfrentemos a la pandemia para ver si nos deja, al menos, intentar llegar.
La
bicicleta también será más vieja y sus más de 25 años serán, espero, esa “voz
de la experiencia” que nos sirva para ganar o perder con honor esa guerra o esa
nueva batalla.
En
este contexto, lleno de reflexiones que intentan ser libres y honestas, hay que
conseguir no perder la esperanza. Apenas me pongo a pesar sobre el tema y se
levanta ante mi una gran cantidad de preguntas. ¿Cómo y en qué sentido es buena
esa esperanza? ¿Estoy en peligro de perderla? ¿Qué ocurre si la pierdo? Son
preguntas inquietantes que se me vienen encima como flechas, que me piden una
respuesta sincera.
Veamos,
en realidad, las personas somos seres temporales y vivimos en el tiempo, mejor
dicho, tenemos el tiempo metido en nuestro interior. Nuestra vida es una
permanente mezcla de pasado, presente y futuro. Somos siempre presente, pero un
presente que se alimenta por el pasado que se mantiene en nosotros. Nuestro
presente, por decirlo de otra manera, es un presente de pasados. Son actos y
experiencias pasadas que nosotros retenemos en el presente. La memoria es la
presencia del pasado.
Un
punto importante se encuentra en que este frágil presente, hecho en gran parte
de presencias de pasados, es también preparación, gestación del futuro. Nuestro
presente es el nacimiento del futuro. De nuestros recuerdos, del contraste entre
los recuerdos y los deseos, nacen las esperanzas. Así la esperanza nacerá
del presente que se ha enriquecido con los recuerdos de la memoria y desarrollado
por los deseos de la voluntad.
Y
en esto estamos, tenemos el viaje preparado, tenemos el material a punto,
poseemos la experiencia de un año de pandemia y poseemos el deseo de alcanzar
el Nordkapp ¿pero hay lugar para tener esperanza?
Y
es que, la esperanza es algo más que un deseo. No esperamos todo lo que
deseamos. El deseo es más abierto y difuso que la esperanza. La esperanza,
hay que fijarse bien, es un deseo de un objetivo complicado y trabajoso, que
deseamos y perseguimos como posible y alcanzable. La esperanza encauza y dirige
los deseos. La esperanza moviliza y organiza nuestras fuerzas y capacidades para
conseguir algún objetivo deseado con realismo y eficacia. Por eso la esperanza,
movida por el deseo, es la formación del futuro, es el mismo presente que se
estira hacia un futuro determinado, o si se prefiere, el futuro naciendo de
nuestro presente, enriqueciendo el presente con los preparativos y los inicios
de esos objetivos futuros deseados y esperados y eficazmente perseguidos. Los
deseos son como los caballos que viven y galopan sueltos por la pradera, sirven
para entretener y embellecer el paisaje. La esperanza es como un caballo
bien domado y aparejado capaz de llevarnos a nuestro destino.
Gracias
a la esperanza el Nordkapp está ya aquí y el día a día queda enriquecido con la
presencia del futuro. Gracias a la esperanza puedo valorar y vivir en el día a
día con lo que alcanzare en el futuro. Sin esperanza mi presente queda vacío y
abatido. En la esperanza de alcanzar lo que deseamos se oculta el valor y el
brillo de cada momento de nuestra vida.
La
esperanza no se conforma con desear una cosa, sino que intenta alcanzar la cosa
deseada. Por eso se centra en cosas posibles. Podemos decir que hay
esperanzas que lo son porque nosotros podemos y queremos alcanzar unos objetivos
que realmente nos interesa conseguir.
Digamos
para terminar, que el futuro del hombre sobre la tierra en realidad está
medido. Todas nuestras esperanzas, alcanzadas o no, agotaran las posibilidades
de nuestro futuro. Para todos llega un momento en que la memoria nos muestra
nuestra debilidad e impotencia, más que nuevas posibilidades en un nuevo futuro.
El futuro terreno del hombre se agota y las esperanzas caen, van desapareciendo.
Algo característico de esta situación espléndida que es la vejez, es
precisamente el acortamiento del futuro. Ya no hay tiempo para
grandes proyectos. No es razonable hacer proyectos a largo plazo, ni siquiera a
medio plazo, cuando se van reduciendo las posibilidades de seguir viviendo
físicamente y se hace más probable y firme la cercanía de la muerte.
¿Terminará
el hombre si terminan sus esperanzas? ¿O es que no termina la esperanza?
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