martes, 23 de marzo de 2021

Estoy agradecido por esas últimas decisiones.

     Se que posiblemente no me explique bien cuando defiendo o muestro mi visión sobre la vida y la sociedad. Se también que los que no se creen nada ni creen en nada y todo lo fían a un oscuro progresismo se sentirán contentos al saber que, gracias a su empuje y a sus esfuerzos, a su insistencia en las propias tonterías, una gran parte de la sociedad se esta cansando y empieza a ver con claridad a donde se dirigen cuando se toman decisiones como las del ayuntamiento de Palma de Mallorca al cambiar el nombre de algunas calles.

Por tanto, debo dar las gracias a todos aquellos que con tanta generosidad me ayudan, dejando entrever lo que sería una sociedad como la que intentan instaurar. Lo que se perdería en esa sociedad no seria tanto una moral sino la razón; el sentido común que ha guiado a los hombres hasta nuestros días. Una sociedad, como la que nos quieren instaurar en la que los hombres saben que la mayor parte de sus conocimientos probablemente son falsos no merece el digno título de progresista, sino simplemente un mundo impotente y despreciable, que no ataca a nadie directamente, pero lo acepta todo sin confiar en nada. Hasta admite su propia incapacidad para atacar; su propia falta de autoridad para aceptar, e incluso duda de su propio derecho a dudar.

Estoy agradecido por esas últimas decisiones, por esa demostración pública, que tanto me ha enseñado. No podía imaginar que estuvieran tan completamente locos hasta que ellos mismos me lo demuestran de forma tan clara. Nunca pude pensar que la mera negación de mis ideas acabaría en una anarquía tan demencial. Me hubiera costado mucho tiempo y esfuerzo explicar que lo que se estaba desechando no era otra cosa que el sentido común.

Veamos un ejemplo, no voy a mostrar el porqué del cambio de calles en Palma de Mallorca, voy a poner un ejemplo más generalizado. La cuestión del matrimonio, que resulta que es ahora un problema de estado de ánimo. Sus enemigos no tuvieron paciencia para quedarse en una posición relativamente fuerte, esto es, sostener que no se podía demostrar que el matrimonio fuera un sacramento, y que algunas excepciones debían ser tratadas como tales, porque la institución era meramente social. No fueron capaces de conformarse con decir que no es un sacramento, sino un contrato, y que una acción legal excepcional puede romper un contrato, incluido el contrato llamado matrimonio. Pusieron sobre la mesa objeciones que serían igualmente fútiles y fáciles de hacer a cualquier contrato.

 Nos dijeron y continúan insistiendo que un hombre no puede permanecer en el mismo estado de ánimo durante diez minutos seguidos, o sea que no se le puede pedir que admire en una aurora rojiza lo que admiró en un atardecer ocre. Insistieron en que nadie puede asegurar que va a ser la misma persona el próximo mes, ni siquiera el próximo minuto, y que no lo asaltarán nuevas e innombrables torturas si su mujer usa una ropa diferente.

Por supuesto, estos arrebatos de locura pueden aparecer en cualquier otra relación humana, aparte del matrimonio. Nos viene a decir que un hombre no puede elegir su profesión, porque mucho antes de haberse convertido en carpintero puede haber sentido un místico impulso de hacerse aviador, o verse sumido en una pasión vocacional de trompetista. Un hombre puede no comprar una casa por miedo a cambiar de opinión con respecto a las alfombras o las cornisas. Uno puede negarse de pronto a hacer un negocio con su socio, porque él también, como el cruel marido, puede usar mañana una ropa nueva.

Todo esto es sólo una posible aplicación del razonamiento, pero ilustra exactamente el sentido en el que se aplica hoy en día el principio que consiste en afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el ser humano es incapaz de conocerla y de qué manera el escepticismo ha evolucionado desde una aparente sensatez hacia una innegable insensatez.

La razón tiene una respuesta contundente: “Si usted piensa de esa manera, ciertamente no podrá fundar una familia; ni ninguna otra cosa. No podrá construir casas, no podrá crear sociedades, no podrá dedicarse a ninguna de las ocupaciones de este mundo. No podrá plantar un árbol, porque la semana que viene podría lamentar no haberlo plantado en otra parte; no podrá echar una patata en la olla, porque en cuanto lo haga será demasiado tarde para sacarla de ella. Su estado de ánimo está marcado por la cobardía y la esterilidad; su forma de encarar los problemas consiste en buscar excusas para no resolverlos.

Muy bien; si usted lo quiere, que así sea, y que el Señor le acompañe. Será respetado por su sinceridad, será compadecido por su sensibilidad. Incluso puede conservar algunas de las cualidades que en ocasiones hacen útil el escepticismo. Pero si usted es demasiado escéptico para realizar estas cosas debe apartarse del camino, para no estorbar a quienes las pueden hacer. Deje el mundo a los que piensan que se puede trabajar en él, a los que creen que el hombre puede hacer casas, sociedades, obras, compromisos que se cumplan. Y si para guardar una promesa, o hervir una patata, o comportarse como un ser humano, es necesario creer que Dios hizo al hombre, que Dios se hizo hombre y que llevará a los hombres a las alturas de la Gloria, por lo menos debe dar una oportunidad a esos crédulos fanáticos.

Creer que se puede obrar por reflexión y libre elección, o sea en el libre albedrío puede requerir casi un milagro, pero no creer en él implica aceptar la locura tarde o temprano. Hacer un voto puede suponer un riesgo enorme, pero huir del compromiso es una silenciosa, cobarde e inevitable ruina. Puede resultar increíble que un credo sea cierto y todos los demás estén equivocados; pero pensar que no hay verdad en ninguno de los credos porque todos son igualmente falsos no es sólo increíble, sino también intolerable. Si todo está igualmente equivocado nadie puede solucionar nada nunca.

Pido disculpas si parece que estoy “cabreado”. Estoy enojado. Es una ira justa. Ira justa significa: estoy indignado por lo que le estás haciendo a otra persona a quien estoy llamado a proteger. ¡Ay de mí sí me callara! Tengo que defender esto. Y yo siento esta justa ira.

Estoy cansado de todo esto, enojado hasta el punto en que me siento tentado a decir: si estás a favor de todas esas ideas “progresistas”, estoy tentado a pedirte que no leas más este blog, que te vayas a otros lugares en la red. Sal de este blog, estoy tentado de decir. Pero entonces pienso: ¿a dónde irías? Así que no te pediré que te vayas. ¿Por qué? Porque esta puede ser tu única oportunidad de cambiar de opinión y de llegar a conocer esta forma de ver y vivir la vida. Así que no te pediré que te vayas. Esta es tu oportunidad. Eres bienvenido aquí incluso si eres partidario del aborto o de la eutanasia, pero tus ideas no son bienvenidas aquí y no les daré tregua.

Buenos días.

P.D. Si quieres profundizar en el tema, más en el “Manantial y la ciénaga” de Chesterton.

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