Se que posiblemente no me explique bien cuando defiendo o muestro mi visión sobre la vida y la sociedad. Se también que los que no se creen nada ni creen en nada y todo lo fían a un oscuro progresismo se sentirán contentos al saber que, gracias a su empuje y a sus esfuerzos, a su insistencia en las propias tonterías, una gran parte de la sociedad se esta cansando y empieza a ver con claridad a donde se dirigen cuando se toman decisiones como las del ayuntamiento de Palma de Mallorca al cambiar el nombre de algunas calles.
Por
tanto, debo dar las gracias a todos aquellos que con tanta generosidad me
ayudan, dejando entrever lo que sería una sociedad como la que intentan instaurar.
Lo que se perdería en esa sociedad no seria tanto una moral sino la razón; el
sentido común que ha guiado a los hombres hasta nuestros días. Una sociedad,
como la que nos quieren instaurar en la que los hombres saben que la mayor
parte de sus conocimientos probablemente son falsos no merece el digno título
de progresista, sino simplemente un mundo impotente y despreciable, que no
ataca a nadie directamente, pero lo acepta todo sin confiar en nada. Hasta
admite su propia incapacidad para atacar; su propia falta de autoridad para
aceptar, e incluso duda de su propio derecho a dudar.
Estoy
agradecido por esas últimas decisiones, por esa demostración pública, que tanto
me ha enseñado. No podía imaginar que estuvieran tan completamente locos hasta
que ellos mismos me lo demuestran de forma tan clara. Nunca pude pensar que la mera
negación de mis ideas acabaría en una anarquía tan demencial. Me hubiera costado
mucho tiempo y esfuerzo explicar que lo que se estaba desechando no era otra
cosa que el sentido común.
Veamos
un ejemplo, no voy a mostrar el porqué del cambio de calles en Palma de Mallorca,
voy a poner un ejemplo más generalizado. La cuestión del matrimonio, que
resulta que es ahora un problema de estado de ánimo. Sus enemigos no tuvieron
paciencia para quedarse en una posición relativamente fuerte, esto es, sostener
que no se podía demostrar que el matrimonio fuera un sacramento, y que algunas
excepciones debían ser tratadas como tales, porque la institución era meramente
social. No fueron capaces de conformarse con decir que no es un sacramento,
sino un contrato, y que una acción legal excepcional puede romper un contrato,
incluido el contrato llamado matrimonio. Pusieron sobre la mesa objeciones que
serían igualmente fútiles y fáciles de hacer a cualquier contrato.
Nos dijeron y continúan insistiendo que un
hombre no puede permanecer en el mismo estado de ánimo durante diez minutos
seguidos, o sea que no se le puede pedir que admire en una aurora rojiza lo que
admiró en un atardecer ocre. Insistieron en que nadie puede asegurar que va a
ser la misma persona el próximo mes, ni siquiera el próximo minuto, y que no lo
asaltarán nuevas e innombrables torturas si su mujer usa una ropa diferente.
Por
supuesto, estos arrebatos de locura pueden aparecer en cualquier otra relación
humana, aparte del matrimonio. Nos viene a decir que un hombre no puede elegir su
profesión, porque mucho antes de haberse convertido en carpintero puede haber
sentido un místico impulso de hacerse aviador, o verse sumido en una pasión
vocacional de trompetista. Un hombre puede no comprar una casa por miedo a cambiar
de opinión con respecto a las alfombras o las cornisas. Uno puede negarse de
pronto a hacer un negocio con su socio, porque él también, como el cruel
marido, puede usar mañana una ropa nueva.
Todo
esto es sólo una posible aplicación del razonamiento, pero ilustra exactamente
el sentido en el que se aplica hoy en día el principio que consiste en afirmar
que la verdad no existe, o que, si existe, el ser humano es incapaz de
conocerla y de qué manera el escepticismo ha evolucionado desde una aparente
sensatez hacia una innegable insensatez.
La
razón tiene una respuesta contundente: “Si usted piensa de esa manera,
ciertamente no podrá fundar una familia; ni ninguna otra cosa. No podrá
construir casas, no podrá crear sociedades, no podrá dedicarse a ninguna de las
ocupaciones de este mundo. No podrá plantar un árbol, porque la semana que
viene podría lamentar no haberlo plantado en otra parte; no podrá echar una
patata en la olla, porque en cuanto lo haga será demasiado tarde para sacarla
de ella. Su estado de ánimo está marcado por la cobardía y la esterilidad; su
forma de encarar los problemas consiste en buscar excusas para no resolverlos.
Muy
bien; si usted lo quiere, que así sea, y que el Señor le acompañe. Será
respetado por su sinceridad, será compadecido por su sensibilidad. Incluso
puede conservar algunas de las cualidades que en ocasiones hacen útil el
escepticismo. Pero si usted es demasiado escéptico para realizar estas cosas
debe apartarse del camino, para no estorbar a quienes las pueden hacer. Deje el
mundo a los que piensan que se puede trabajar en él, a los que creen que el
hombre puede hacer casas, sociedades, obras, compromisos que se cumplan. Y si
para guardar una promesa, o hervir una patata, o comportarse como un ser
humano, es necesario creer que Dios hizo al hombre, que Dios se hizo hombre y
que llevará a los hombres a las alturas de la Gloria, por lo menos debe dar una
oportunidad a esos crédulos fanáticos.
Creer que se puede obrar por reflexión y libre elección, o sea en el libre albedrío puede requerir casi un milagro, pero no creer en él implica aceptar la locura tarde o temprano. Hacer un voto puede suponer un riesgo enorme, pero huir del compromiso es una silenciosa, cobarde e inevitable ruina. Puede resultar increíble que un credo sea cierto y todos los demás estén equivocados; pero pensar que no hay verdad en ninguno de los credos porque todos son igualmente falsos no es sólo increíble, sino también intolerable. Si todo está igualmente equivocado nadie puede solucionar nada nunca.
Pido
disculpas si parece que estoy “cabreado”. Estoy enojado. Es una ira justa. Ira
justa significa: estoy indignado por lo que le estás haciendo a otra persona a
quien estoy llamado a proteger. ¡Ay de mí sí me callara! Tengo que
defender esto. Y yo siento esta justa ira.
Estoy
cansado de todo esto, enojado hasta el punto en que me siento tentado a decir:
si estás a favor de todas esas ideas “progresistas”, estoy tentado a pedirte
que no leas más este blog, que te vayas a otros lugares en la red. Sal de este
blog, estoy tentado de decir. Pero entonces pienso: ¿a dónde irías? Así que no
te pediré que te vayas. ¿Por qué? Porque esta puede ser tu única oportunidad de
cambiar de opinión y de llegar a conocer esta forma de ver y vivir la vida. Así
que no te pediré que te vayas. Esta es tu oportunidad. Eres bienvenido aquí
incluso si eres partidario del aborto o de la eutanasia, pero tus ideas no son
bienvenidas aquí y no les daré tregua.
Buenos
días.
P.D.
Si quieres profundizar en
el tema, más en el “Manantial y la ciénaga” de Chesterton.
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