“Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)
En estos días y por
motivo del suicidio de una conocida actriz he vuelto a pensar en el tema del
suicidio, y es que se trata de una cuestión que no estaría mal rescatarla con
regularidad, no para ponerla en práctica, sino para recordarnos de su sin
sentido.
Siempre es muy
recurrente en este tema empezar por la pregunta: ¿Tenemos derecho a morir
libremente? Con esa simple pregunta ya nos estamos confundiendo, pues hemos
mezclado sin darnos cuenta dos términos “mágicos” que nos van a confundir: "libremente" y "tener
derecho". Y es que “tener derecho” a algo significa tener libertad
para realizarlo. Ya nos habremos dado cuenta de que estamos dentro del círculo
de la palabra mágica por excelencia: “libertad”.
La
pregunta se basa en que la supuesta “libertad para disponer de la vida” se
fundamenta en el hecho de que el hombre “tiene vida” y por lo tanto debe poder
“disponer de ella” a su antojo. Pero, no nos tenemos que olvidar de que hay que
distinguir perfectamente lo que significa poseer algo como objeto o haberlo
asumido como un don. Yo, recibo la vida, la asumo, me siento con poder para
tomar iniciativas, soy responsable de ellas porque puedo dar respuestas a sus consecuencias.
Pero que me sienta responsable, activo, capaz de elegir entre varias opciones
no equivale a considerarme “dueño” de mi vida, como soy dueño de mi bicicleta.
Lo
que nos confunde muchas veces, y es peligroso, es reducir al mínimo el concepto
mismo de vida humana. No todo lo que hago es un simple producto que pasa a ser
parte de mis posesiones. Un ejemplo: un hijo no es “producto” de
un acto; es “fruto” de un encuentro personal. Por eso mismo
somos progenitores, no productores. De igual forma, no todo lo que soy puedo
considerarlo como un objeto de mi posesión. Yo soy un ser viviente, personal,
pero no cabe decir que “tengo vida”, si tomo el vocablo “tener” en
sentido riguroso, como debe hacerse al tratar un tema en el que juegan ciertos
vocablos un papel decisivo.
Lamentablemente,
estas reflexiones que acabo de hacer las tienen poco en cuenta, sobre todo los
que se dejan seducir por la fuerza conmovedora y emotiva que tienen las
palabras “derecho” y “libertad”, y, más cuando no reflexionamos sobre ellas.
Como
siempre que se abarca un tema tan amplio se dejan muchos aspectos por tratar, y,
como muchas veces sucede da la impresión de que algo no funciona bien en
nuestra sociedad e inevitablemente nos surgen preguntas como: ¿Qué sociedad es
esta que, con la esperanza de vida más alta de la historia, nos empuja a la
muerte? Una de las cosas que pueden estar sucediendo es que algo falla en
nuestras relaciones personales, que facilita el suicidio, que evidentemente se
produce por la ausencia total del sentido de la vida. Sin entrar en ningún caso
en concreto, se puede ver que las relaciones que se establecen entre las
personas son cada vez más superficiales, cada vez más distantes y engañosamente
egoístas. ¿Cómo explicar pues que te sorprenda que un amigo tuyo se quite la
vida? ¿Cómo no percibir nada hasta que ya todo sea inevitable?
La
verdad es que, en una sociedad que es tan egocéntrica, no siempre acabamos
encontrando a quien necesitamos, a aquella persona que nos ve con cariño para
escucharnos, acompañarnos y, a veces, orientarnos en lo que resulta mejor para nosotros.
Si, además, muy pocas veces hemos pensado en la muerte o muy pocas veces nos
hemos dado un buen paseo por nuestro interior, vamos a estar indefensos ante
las dificultades que sin duda nos vamos a encontrar en nuestra vida. Durante
nuestra vida, ¿cuántas veces nos hemos esforzado por buscar nuestro verdadero
sentido?
Es
difícil esa búsqueda. No por qué sea inalcanzable y se encuentre muy escondida,
sino porque debe ser constante y humilde. Pensemos qué es lo más prioritario
para nuestras vidas. Pensemos dónde arraiga realmente el amor. Vivir desde la
indiferencia queda comprobado que no nos conduce a la felicidad. No se puede
vivir sin preguntas; mucho menos sin respuestas. No se puede vivir de espaldas
a las respuestas, porque quizás acabemos por darle la espalda al mundo.
Buenos
días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario