lunes, 20 de diciembre de 2021

Siempre hay una respuesta.

 Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton) 

En estos días y por motivo del suicidio de una conocida actriz he vuelto a pensar en el tema del suicidio, y es que se trata de una cuestión que no estaría mal rescatarla con regularidad, no para ponerla en práctica, sino para recordarnos de su sin sentido.

Siempre es muy recurrente en este tema empezar por la pregunta: ¿Tenemos derecho a morir libremente? Con esa simple pregunta ya nos estamos confundiendo, pues hemos mezclado sin darnos cuenta dos términos “mágicos” que nos van a confundir: "libremente" y "tener derecho". Y es que “tener derecho” a algo significa tener libertad para realizarlo. Ya nos habremos dado cuenta de que estamos dentro del círculo de la palabra mágica por excelencia: “libertad”.  

La pregunta se basa en que la supuesta “libertad para disponer de la vida” se fundamenta en el hecho de que el hombre “tiene vida” y por lo tanto debe poder “disponer de ella” a su antojo. Pero, no nos tenemos que olvidar de que hay que distinguir perfectamente lo que significa poseer algo como objeto o haberlo asumido como un don. Yo, recibo la vida, la asumo, me siento con poder para tomar iniciativas, soy responsable de ellas porque puedo dar respuestas a sus consecuencias. Pero que me sienta responsable, activo, capaz de elegir entre varias opciones no equivale a considerarme “dueño” de mi vida, como soy dueño de mi bicicleta.

Lo que nos confunde muchas veces, y es peligroso, es reducir al mínimo el concepto mismo de vida humana. No todo lo que hago es un simple producto que pasa a ser parte de mis posesiones. Un ejemplo: un hijo no es “producto” de un acto; es “fruto” de un encuentro personal. Por eso mismo somos progenitores, no productores. De igual forma, no todo lo que soy puedo considerarlo como un objeto de mi posesión. Yo soy un ser viviente, personal, pero no cabe decir que “tengo vida”, si tomo el vocablo “tener” en sentido riguroso, como debe hacerse al tratar un tema en el que juegan ciertos vocablos un papel decisivo.

Lamentablemente, estas reflexiones que acabo de hacer las tienen poco en cuenta, sobre todo los que se dejan seducir por la fuerza conmovedora y emotiva que tienen las palabras “derecho” y “libertad”, y, más cuando no reflexionamos sobre ellas.

Como siempre que se abarca un tema tan amplio se dejan muchos aspectos por tratar, y, como muchas veces sucede da la impresión de que algo no funciona bien en nuestra sociedad e inevitablemente nos surgen preguntas como: ¿Qué sociedad es esta que, con la esperanza de vida más alta de la historia, nos empuja a la muerte? Una de las cosas que pueden estar sucediendo es que algo falla en nuestras relaciones personales, que facilita el suicidio, que evidentemente se produce por la ausencia total del sentido de la vida. Sin entrar en ningún caso en concreto, se puede ver que las relaciones que se establecen entre las personas son cada vez más superficiales, cada vez más distantes y engañosamente egoístas. ¿Cómo explicar pues que te sorprenda que un amigo tuyo se quite la vida? ¿Cómo no percibir nada hasta que ya todo sea inevitable?

La verdad es que, en una sociedad que es tan egocéntrica, no siempre acabamos encontrando a quien necesitamos, a aquella persona que nos ve con cariño para escucharnos, acompañarnos y, a veces, orientarnos en lo que resulta mejor para nosotros. Si, además, muy pocas veces hemos pensado en la muerte o muy pocas veces nos hemos dado un buen paseo por nuestro interior, vamos a estar indefensos ante las dificultades que sin duda nos vamos a encontrar en nuestra vida. Durante nuestra vida, ¿cuántas veces nos hemos esforzado por buscar nuestro verdadero sentido?

Es difícil esa búsqueda. No por qué sea inalcanzable y se encuentre muy escondida, sino porque debe ser constante y humilde. Pensemos qué es lo más prioritario para nuestras vidas. Pensemos dónde arraiga realmente el amor. Vivir desde la indiferencia queda comprobado que no nos conduce a la felicidad. No se puede vivir sin preguntas; mucho menos sin respuestas. No se puede vivir de espaldas a las respuestas, porque quizás acabemos por darle la espalda al mundo.

Buenos días.

No hay comentarios: