No tenemos muchas cosas de las que alegrarnos estos días, ya sea porque miramos las cifras del covid, o los últimos datos sobre el suicidio en España, o si echamos un vistazo a como nos están gobernando y, casi sin querer, nos damos cuenta de que hace falta esperanza en la gente, que se nos ve tristes, ya no nos basta con ese optimismo sin fundamento que tanto nos muestran, sino que todo debería empezar ya a tener un poco de sentido, ya no nos sirven esas frases tan bonitas que solo sirven para adornar unas bonitas fotos y cuya alegría solo nos dura un minuto a pesar de nuestro esfuerzo en mantenerlas vivas.
Menos mal que la Navidad siempre es un motivo de
celebración. Celebrar siempre es una alegría, pero que la celebración tenga
sentido además da tranquilidad, esperanza, da paz.
Ya imagino que ante un ¡Feliz Navidad! Alguno dirá ¡para
felicitaciones estamos! ¡Con la que nos está cayendo! Pero siempre ha sido así.
No es que en los tiempos del nacimiento de Jesús fueran mucho mejores que los
nuestros para que los ángeles anduvieran revoloteando de contentos y gritando a
los hombres: “les anunciamos una gran alegría”.
Hace dos mil años como ahora había gobiernos
imperialistas y pueblos ocupados, guerras fratricidas e internacionales, ricos
y pobres, migrantes y desplazados, hambrientos y enfermos, corrupción y
mentira. Quizá la diferencia, lo que hace que ahora sea más grave, es que hoy
tenemos más medios técnicos y recursos económicos para superar esos problemas,
pero la realidad es que el respeto por la persona, por su dignidad y amor hacia
los demás no ha crecido en la misma proporción. Si los millones de euros que se
inyectan todos los días para la reactivación económica se repartieran entre
todos los habitantes de la tierra se terminaría con muchas de las causas que producen
el hambre y la pobreza.
También hoy, a pesar de todo, sea cual sea nuestra
situación personal, a ti y a mí, a todos se nos anuncia una buena noticia, un “evangelio”
que nos afecta y que es positivo.
Dios que pudiendo elegir, eligió hacerse hombre, sacrificarse
y eligió morir como hombre en un acto de amor, porque para salvarme a mí como
hombre debía hacerse hombre y mostrarme que mi vida no es solo orgánica, sino que
también tiene una parte de divina. Una vez que sabemos, que hemos comprendido, que
nuestra muerte biológica no es el final, nuestra muerte ya no puede ser la
misma y por lo tanto tampoco nuestra vida. Nos mostro que a nuestra vida natural
la acompaña una sobrenatural, una vida espiritual, no solo que cuando se
termine nuestra vida natural empieza una sobrenatural, sino que ahora, en la
vida natural ya puedo sentir y experimentar la espiritual, y es a partir de aquí
donde debemos empezar a felicitarnos.
Desde hace dos mil años nuestra vida ya no es la misma porque
tampoco lo será nuestra muerte, ya tenemos una luz, una gran luz que nos enseña
el camino que hay que seguir y, al igual que entonces, hoy, otra vez un ángel nos
habla con palabras que disipan nuestra posible tristeza y desesperanza: “No
teman, les traigo la buena noticia, la gran alegría para todos. Hoy les ha
nacido un Salvador” (Lc. 2, 10-11).
Con toda razón y fundamento, con amor y esperanza te
deseo (les deseo) una feliz Navidad, una permanente Navidad.
Buenos días.
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