“Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton)
Según
nos vamos relajando con las precauciones anti covid-19 nos vamos llenando más
de reuniones y charlas, charlas que surgen en cualquier lugar y circunstancia.
Conversaciones que se producen la mayoría de las veces para algo más que para
“pasar el rato”. En el fondo surgen de nuestra necesidad de conocer, de buscar
el conocimiento de las cosas y de las situaciones, y aunque este no sea el
único objetivo de nuestra vida, es un medio que nos permite ser y actuar como
hombres.
A
diferencia de los animales, nuestro instinto es insuficiente delante a los
problemas que tenemos que afrontar, como puede ser el de alimentarnos, el de
tener o encontrar una casa, el de comunicarnos con los medios actuales, el
comercio, etc. Estas necesidades junto con otras son las que nos llevan a
buscar y a adquirir conocimientos en la escuela, a buscar soluciones en la
técnica, en la ciencia, etc.
Esa
búsqueda de conocimientos no es una cosa que tenemos como pueda ser un traje o
un coche. El conocer las cosas significa comprenderlas, es darse cuenta de su
esencia, es ver e interpretar la realidad.
Se
trata simplemente de pensar las cosas, acto que muchos renuncian a realizar para
evitarse problemas: basta con hacer lo que hace la mayoría, dicen. “Lo hacen
todos” es el argumento moral definitivo en favor de una posición cualquiera
porque nos exime de pensar.
Podría
atreverme a decir que sólo vale la pena charlar o dialogar cuando y donde las ideas
se toman en serio, cuando se tiene la convicción de que la propia idea se
corresponde con la verdad. Donde cada uno da sus razones porque esta convencido
de la verdad de su posición, y esto nos lleva no necesariamente a cambiar
nuestra idea, sino, sobre todo, porque nos enseña a pensar por nuestra cuenta. Tomar
nuestras decisiones personales basándonos en “lo que hacen todos” es lo mismo
que tirarse por un acantilado porque todos se tiran, esto es, a dejar de
pensar.
Es
fácil leer o escuchar que la culpa de lo que le sucede a nuestra sociedad se
encuentra en una u otra ideología, y puede ser, pero si a continuación se añade
que son nuestros dirigentes los que llevan adoptando una mala filosofía desde
hace tiempo, nos damos cuenta de que esa posición resulta demasiado cómoda,
pues traslada el problema y la posible solución al trabajo de los especialistas
en cada campo, mientras que se piensa que el hombre de a pie, lamentablemente
no puede hacer nada.
Esta
manera de enfocar las cosas, de llegar a la conclusión de que hay filosofías
buenas y malas como si eligiéramos el color de nuestro coche, o unos zapatos u
otros, no es la mejor manera de abordar un tema tan serio. No es que no sepamos
lo que nos pasa, ni tampoco que nos resulte imposible averiguarlo realmente. Lo
que nos pasa es más bien que hemos renunciado a pensar.
Pensar es complicado. No nos da una gratificación instantánea como la mayoría de las
cosas que solemos hacer. Por eso quien piensa y llega a sus propias
conclusiones es considerado a menudo como un ser extraño, como una persona
fuera de la “realidad”.
No
se puede vivir sin pensar, no podemos trasladar nuestras decisiones a otros,
sean ya las modas, las mayorías o la tradición. Es fácil que nunca haya estado
de moda pensar, pues los que lo hacen se convierten en una molestia, pero es
que los conflictos son un rasgo inevitable de todo tipo de sociedad humana, lo
vemos en la familia, en la comunidad de vecinos, en la comunidad internacional
y por supuesto en los parlamentos y ayuntamientos.
Buenos
días.
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