“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Mientras no vuelvan las carreras
a pie vamos a continuar los domingos haciendo excursiones con la bicicleta. El
domingo pasado volvimos a rondar los 100 kilómetros, realizando una mezcla de
dos recorridos que ya habíamos realizado.
Cruzamos: Oliva, Rafelcofer, Benifla,
Rotova, Lloc Nou de Sant Jeroni, Terrateig, Montichelvo, Castellon de Rugat,
Berriares, bajamos a comer al Barranco de la Encantada, Planes, Patro, La
Carroja, Benisiva, Beniali, Adsubia y por fin Pego.
Como veis 16 pueblos, que con
la colaboración de un clima estupendo para esta época del año nos permitieron disfrutar
de otra excursión en bicicleta.
Hay muchas formas de
relacionarse con la bicicleta y es posible que usarla como un medio para
practicar una actividad física sea la que esté más de moda, pero este no es mi
caso.
Siempre, desde que tengo
recuerdos, en ellos siempre existe una bicicleta, me he desplazado en bicicleta
desde antes de ir a la escuela hasta hoy y, solo se convirtió en un medio con
el que realizar viajes ya pasada la juventud y, nunca recuerdo haberla
practicado como un deporte, mi deporte es la carrera a pie.
Estoy seguro de que existe en mí
una relación amorosa con la bicicleta y con todas las bicicletas que me han
acompañado durante toda la vida, es curioso las recuerdo a todas, desde el
pequeño triciclo que un año me trajeron los Reyes Magos hasta la última que me
regalaron para circular por Pego.
También estoy seguro de que un
amor así no se improvisa, y es que hay muy hay pocas cosas importantes en la
vida que puedan ser abandonadas a la improvisación.
El amor a la bicicleta y el
amor a las personas o a la persona no se improvisa. No hay forma de amar
realmente a la bicicleta o a alguien si no se la usa o se le frecuenta, si no
se la conoce, si no se aprende a estar con ella, y a estar a gusto.
Hay que estar enamorado o
haberlo estado para saber que el amor verdadero no llega como un rayo, sino que
requiere cierta calma y reposo; y, suele suceder de que cuando llega como un
rayo, desaparece con el trueno. Quizás, y, esto me parece interesante, no se
acabe de amar a una persona sin haber aprendido incluso a aburrirse con ella.
Es decir, solo es amor si lo es en el desasosiego y en la calma, en el llanto y
en la alegría. Y, para ello nadie nace entrenado. Para disfrutar de una bajada
siempre tendremos que haber realizado tranquilamente una subida.
Resulta fácil distraerse,
olvidarse y poner nuestra mirada en aquello que no nos sacia, amando lo que no
merece ser amado. Necesitamos muy poco para decidir que nuestra bicicleta es
muy pesada, vieja o no tiene los últimos materiales. Apenas presentamos resistencia
cuando se nos presentan otras acciones más cómodas, o más fáciles y sin mucha
complicación. Pues las personas tenemos facilidad para vacilar y apartarnos de
lo que presenta alguna dificultad. Tenemos, pues, que revisar aquello que nos
hace vivir cautivos, encerrados en nosotros mismos. Repasar si nuestra “zona de
confort” sea vuelto demasiado grande. Hay que entrenar también al corazón, enseñarlo
a mirar, a elegir y rechazar, a poner en orden su manera y forma de amar.
Esto es trabajo de una vida.
No existe otro camino para quitarnos de encima esas debilidades que llevamos
encima. No hay otro camino para quienes anhelamos disfrutar de los placeres
sencillos, aunque a veces con algunas molestias, y vivir justa y dignamente.
¿A qué, entonces, el miedo a revisar
nuestra “zona de confort”? Miedo, más bien, a dejar de hacerlo.
Buenos días.
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