martes, 15 de diciembre de 2020

¿A qué, entonces, el miedo a revisar nuestra “zona de confort”?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Mientras no vuelvan las carreras a pie vamos a continuar los domingos haciendo excursiones con la bicicleta. El domingo pasado volvimos a rondar los 100 kilómetros, realizando una mezcla de dos recorridos que ya habíamos realizado.

Cruzamos: Oliva, Rafelcofer, Benifla, Rotova, Lloc Nou de Sant Jeroni, Terrateig, Montichelvo, Castellon de Rugat, Berriares, bajamos a comer al Barranco de la Encantada, Planes, Patro, La Carroja, Benisiva, Beniali, Adsubia y por fin Pego.

Como veis 16 pueblos, que con la colaboración de un clima estupendo para esta época del año nos permitieron disfrutar de otra excursión en bicicleta.

Hay muchas formas de relacionarse con la bicicleta y es posible que usarla como un medio para practicar una actividad física sea la que esté más de moda, pero este no es mi caso.

Siempre, desde que tengo recuerdos, en ellos siempre existe una bicicleta, me he desplazado en bicicleta desde antes de ir a la escuela hasta hoy y, solo se convirtió en un medio con el que realizar viajes ya pasada la juventud y, nunca recuerdo haberla practicado como un deporte, mi deporte es la carrera a pie.

Estoy seguro de que existe en mí una relación amorosa con la bicicleta y con todas las bicicletas que me han acompañado durante toda la vida, es curioso las recuerdo a todas, desde el pequeño triciclo que un año me trajeron los Reyes Magos hasta la última que me regalaron para circular por Pego.

También estoy seguro de que un amor así no se improvisa, y es que hay muy hay pocas cosas importantes en la vida que puedan ser abandonadas a la improvisación.

El amor a la bicicleta y el amor a las personas o a la persona no se improvisa. No hay forma de amar realmente a la bicicleta o a alguien si no se la usa o se le frecuenta, si no se la conoce, si no se aprende a estar con ella, y a estar a gusto.

Hay que estar enamorado o haberlo estado para saber que el amor verdadero no llega como un rayo, sino que requiere cierta calma y reposo; y, suele suceder de que cuando llega como un rayo, desaparece con el trueno. Quizás, y, esto me parece interesante, no se acabe de amar a una persona sin haber aprendido incluso a aburrirse con ella. Es decir, solo es amor si lo es en el desasosiego y en la calma, en el llanto y en la alegría. Y, para ello nadie nace entrenado. Para disfrutar de una bajada siempre tendremos que haber realizado tranquilamente una subida.

Resulta fácil distraerse, olvidarse y poner nuestra mirada en aquello que no nos sacia, amando lo que no merece ser amado. Necesitamos muy poco para decidir que nuestra bicicleta es muy pesada, vieja o no tiene los últimos materiales. Apenas presentamos resistencia cuando se nos presentan otras acciones más cómodas, o más fáciles y sin mucha complicación. Pues las personas tenemos facilidad para vacilar y apartarnos de lo que presenta alguna dificultad. Tenemos, pues, que revisar aquello que nos hace vivir cautivos, encerrados en nosotros mismos. Repasar si nuestra “zona de confort” sea vuelto demasiado grande. Hay que entrenar también al corazón, enseñarlo a mirar, a elegir y rechazar, a poner en orden su manera y forma de amar.

Esto es trabajo de una vida. No existe otro camino para quitarnos de encima esas debilidades que llevamos encima. No hay otro camino para quienes anhelamos disfrutar de los placeres sencillos, aunque a veces con algunas molestias, y vivir justa y dignamente.

¿A qué, entonces, el miedo a revisar nuestra “zona de confort”? Miedo, más bien, a dejar de hacerlo.  

Buenos días.

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