domingo, 6 de diciembre de 2020

Una cuestión de sentido común.

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

 Todos deberíamos de estar de acuerdo de que el ser humano es esencialmente un ser que se ha de educar. Y para mi como cristiano entiendo que educar es enseñar a pensar, reflexionar, argumentar y respetar, pero sobre todo a amar.

Lo que quiero decir es que se han de poseer criterios éticos y morales, porque hemos de hacer el bien y evitar el mal en todos los aspectos de nuestra vida, respetando los derechos de los demás, especialmente de los más débiles y necesitados.

Todo ello que para los cristianos está claro no lo está tanto en una gran parte de sociedad, lo que representa un problema, un problema del que teniendo la solución nos tenemos que sentir obligados a mostrarla.

En consecuencia, hay que insistir que poseyendo una solución no nos la podemos guardar para nosotros, sino que hemos de estar en condiciones de explicar y dar razón de ella.

Tenemos claro, lo sabemos porque lo vemos nada más salir a la calle que vivimos tiempos duros, difíciles, en una sociedad que en buena parte ha perdido el rumbo y no es capaz de responder a las cuestiones más elementales sobre el sentido de la vida.

Para una parte de los gobernantes europeos es la concepción relativista, positivista y subjetivista la que se impone hoy en día, siendo la única fuente de derecho la ley civil. Y así es el Estado quien, alegremente, concede una serie de derechos a los ciudadanos, y, por tanto, en el momento que quiera se los puede quitar. Esto es el pensamiento totalitario y, por tanto, antidemocrático, de la supremacía del Estado frente a la Persona.

Pero en la concepción democrática y cristiana las cosas no son así. Los derechos de la Persona son inalienables, en cuanto que nos son necesarios para vivir y alcanzar nuestro fin, y además son anteriores al Estado, a quien corresponde únicamente regularlos, pero no en el sentido de hacer lo contrario de lo que dicen estos derechos, sino de protegerlos.

Si razonamos nos daremos cuenta de que el trabajo del derecho positivo no es otorgar, sino reconocer derechos preexistentes. Debemos tener un sentido moral que nos permita diferenciar mediante nuestra razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira. A partir que aquí, de lo que se trata es lograr la promulgación y fundamentación de principios jurídicos que puedan ser válidos siempre y en todas partes.

Existe un precioso documento que ya nos ha hecho ese trabajo, la Declaración de Derechos Humanos de 1948 de la ONU. Entre estos derechos están «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos» (art.1), «todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona» (art. 3), «la libertad de pensamiento, de conciencia (y por tanto el derecho a la objeción de conciencia) y de religión» (art. 18), «la libertad de opinión y de expresión» (art. 19) y «los padres tienen derecho a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos» (art. 26.3). La Constitución Española dice que sus normas «se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos» (art.10.2).

Oponerse, cómo se está haciendo de manera velada, a la Declaración de Derechos Humanos y a la Constitución es una curiosa manera de ser demócrata.

Estamos, sin lugar a duda, ante una cuestión de sentido común. La auténtica libertad supone una capacidad de tomar decisiones responsables y definitivas; supone también el respeto a la palabra dada y el convencimiento de que siempre que nos comprometemos a algo, y luego no lo cumplimos, provocamos sufrimiento.

Echemos un vistazo hoy a las noticias y pensemos si todo lo que nos esta sucediendo tiene algo que ver con la defensa de la dignidad de la persona, la Declaración de los Derechos Humanos o de la Constitución Española, pensemos hacia donde vamos y donde esta la solución.

Buenos Días.

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