“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Todos deberíamos de estar de acuerdo de que el
ser humano es esencialmente un ser que se ha de educar. Y para mi como
cristiano entiendo que educar es enseñar a pensar, reflexionar, argumentar y
respetar, pero sobre todo a amar.
Lo que quiero decir es que se
han de poseer criterios éticos y morales, porque hemos de hacer el bien y
evitar el mal en todos los aspectos de nuestra vida, respetando los derechos de
los demás, especialmente de los más débiles y necesitados.
Todo ello que para los
cristianos está claro no lo está tanto en una gran parte de sociedad, lo que
representa un problema, un problema del que teniendo la solución nos tenemos
que sentir obligados a mostrarla.
En consecuencia, hay que
insistir que poseyendo una solución no nos la podemos guardar para nosotros,
sino que hemos de estar en condiciones de explicar y dar razón de ella.
Tenemos claro, lo sabemos
porque lo vemos nada más salir a la calle que vivimos tiempos duros, difíciles,
en una sociedad que en buena parte ha perdido el rumbo y no es capaz de
responder a las cuestiones más elementales sobre el sentido de la vida.
Para una parte de los gobernantes
europeos es la concepción relativista, positivista y subjetivista la que se
impone hoy en día, siendo la única fuente de derecho la ley civil. Y así es el
Estado quien, alegremente, concede una serie de derechos a los ciudadanos, y,
por tanto, en el momento que quiera se los puede quitar. Esto es el pensamiento
totalitario y, por tanto, antidemocrático, de la supremacía del Estado frente a
la Persona.
Pero en la concepción democrática
y cristiana las cosas no son así. Los derechos de la Persona son inalienables,
en cuanto que nos son necesarios para vivir y alcanzar nuestro fin, y además
son anteriores al Estado, a quien corresponde únicamente regularlos, pero no en
el sentido de hacer lo contrario de lo que dicen estos derechos, sino de
protegerlos.
Si razonamos nos daremos
cuenta de que el trabajo del derecho positivo no es otorgar, sino reconocer
derechos preexistentes. Debemos tener un sentido moral que nos permita diferenciar
mediante nuestra razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira. A
partir que aquí, de lo que se trata es lograr la promulgación y fundamentación
de principios jurídicos que puedan ser válidos siempre y en todas partes.
Existe un precioso documento
que ya nos ha hecho ese trabajo, la Declaración de Derechos Humanos de 1948 de
la ONU. Entre estos derechos están «todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos» (art.1), «todo individuo tiene derecho a la
vida, a la libertad y a la seguridad de su persona» (art. 3), «la libertad de
pensamiento, de conciencia (y por tanto el derecho a la objeción de conciencia)
y de religión» (art. 18), «la libertad de opinión y de expresión» (art. 19) y
«los padres tienen derecho a escoger el tipo de educación que habrá de darse a
sus hijos» (art. 26.3). La Constitución Española dice que sus normas «se
interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos»
(art.10.2).
Oponerse, cómo se está
haciendo de manera velada, a la Declaración de Derechos Humanos y a la
Constitución es una curiosa manera de ser demócrata.
Estamos, sin lugar a duda, ante
una cuestión de sentido común. La auténtica libertad supone una capacidad de
tomar decisiones responsables y definitivas; supone también el respeto a la
palabra dada y el convencimiento de que siempre que nos comprometemos a algo, y
luego no lo cumplimos, provocamos sufrimiento.
Echemos un vistazo hoy a las
noticias y pensemos si todo lo que nos esta sucediendo tiene algo que ver con
la defensa de la dignidad de la persona, la Declaración de los Derechos Humanos
o de la Constitución Española, pensemos hacia donde vamos y donde esta la
solución.
Buenos Días.
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