“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Otro domingo, el pasado, con la bicicleta, otra vez
alrededor de los cien kilómetros, otra vez hemos subido al Santuario del
Castillo de Cullera y por primera vez nos hemos atrevido a llegar hasta el Fuerte
Carlista, nos falta otro intento para llegar al radar meteorológico, en otra
ocasión.
Hay que tener paciencia, el domingo hacia demasiado
frio, el fuerte viento nos habría privado de poder disfrutar de las magníficas
vistas que puedo imaginar desde allí. Saber que puedo volver otra vez, hace que
no me preocupe de no haber llegado a la cumbre, si lo hubiera hecho hubiera
sido para darme la media vuelta y bajar. Sin disfrutar del espectáculo.
La paciencia se alimenta muchas veces con el
conocimiento del tiempo que necesitan todas las cosas para hacerse grandes, para
desarrollarse, para madurar y completarse, saber que volveré a Cullera y que
subiré a su Santuario hace que sepa que el radar meteorológico me esperará.
Sé que para las personas que cada día se encuentran
con la vida ajetreada de la ciudad, sembrada de atascos, y donde, con
frecuencia, les sacuden con los bocinazos para darles prisas, son presa fácil
de la impaciencia. Los padres que, por fin, se encuentran con sus amigos y su
hijo pequeño quiere que los deje inmediatamente para atenderle enseguida; las parejas
que no cesan de ponerse reparos con precisiones o matices a cualquier cosa que
se hagan; el amigo que no cesa de hacernos repetir las cosas… pueden ser
ocasiones que llevan con facilidad a una reacción impaciente.
Ninguno de nosotros está protegido de todas las
contrariedades que nos pueden acechar; pero a veces la impaciencia está en la
concepción misma que se tiene de la vida y de las cosas, y está sociedad que
nos hace vivir en un ambiente impaciente nos tiene trastornadas las medidas que
hay que ir aplicando tranquilamente al crecimiento tranquilo de las cosas.
Nos encontramos con el peligro de que nuestra vida
esté subordinada a la inmediatez, vivimos cómodos hablando de que como hay que prescindir
del medio y largo plazo, para considerar sólo interesantes los objetivos
inmediatos; había que subir al radar si o si, faltaba tan poco.
Un ejemplo de lo anterior lo podemos comprobar en
nuestros políticos y con la política que realizan, donde el medio y largo plazo
son y deben ser decisivos, pero la importancia de las próximas elecciones,
siempre tan cercanas, oscurece el futuro y hace impaciente cualquier
consideración de la mayoría de los proyectos, porque la vida de los partidos
está zarandeada por los sondeos.
Otro ejemplo lo vemos en algunos padres que quieren
que su hijo sea “feliz” cuanto antes y, con las mayores garantías le van
preparando desde los dos años enseñándole a leer, equitación o golf,
informática... Porque si el niño empieza pronto, su triunfo futuro está
garantizado. Recuerdo ahora una pregunta que le hicieron a Ramón J. Sender al
volver del exilio; ¿qué debe hacer Educación para que ningún talento de niño
español se pierda? y contestó: «Los niños, que jueguen; no conozco ningún
talento que se haya perdido».
Ahora, con la pandemia la impaciencia nos rodea por
todos lados, la desesperación ante la imposibilidad de hacer proyectos reales, él
no saber en qué situación nos encontraremos dentro de unas semanas, ser
incapaces de prever el corto y medio plazo nos agobia, y conocer el tiempo que
se necesita para ir acabando con el covid-19, medir como se van a cumplir los
plazos de la vacunación hace que se vaya alimentando la paciencia necesaria
para soportarlo.
Si se busca en nuestro interior para dar con el
fundamento del sentido de la vida, aparecerá siempre la verdad y la justicia y esto
nos dará la energía para alimentar nuestra paciencia. Sin ese fundamento es
normal que la mayoría de las pasiones sean de corta duración o que sobrevivan
estancadas en el aburrimiento, lo que hace que deban ser inmediatas y la
impaciencia nos devore ante cualquier inconveniente.
La paciencia se alimenta de esperanza. Y, sabemos
que siempre estamos a la espera de algo, lo hemos comprobado muchas veces. Desde
esta perspectiva, podemos decir que la persona está viva mientras espera, estamos
vivos, el hombre está vivo mientras espera, mientras en su interior está viva
la esperanza.
¿Cuáles son mis esperanzas?, ¿a dónde tiende mi
corazón? La altura moral y espiritual del hombre se puede medir por aquello que
espera.
Buenos días.
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