miércoles, 30 de diciembre de 2020

¿Cuáles son mis esperanzas?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Otro domingo, el pasado, con la bicicleta, otra vez alrededor de los cien kilómetros, otra vez hemos subido al Santuario del Castillo de Cullera y por primera vez nos hemos atrevido a llegar hasta el Fuerte Carlista, nos falta otro intento para llegar al radar meteorológico, en otra ocasión.

Hay que tener paciencia, el domingo hacia demasiado frio, el fuerte viento nos habría privado de poder disfrutar de las magníficas vistas que puedo imaginar desde allí. Saber que puedo volver otra vez, hace que no me preocupe de no haber llegado a la cumbre, si lo hubiera hecho hubiera sido para darme la media vuelta y bajar. Sin disfrutar del espectáculo.

La paciencia se alimenta muchas veces con el conocimiento del tiempo que necesitan todas las cosas para hacerse grandes, para desarrollarse, para madurar y completarse, saber que volveré a Cullera y que subiré a su Santuario hace que sepa que el radar meteorológico me esperará.

Sé que para las personas que cada día se encuentran con la vida ajetreada de la ciudad, sembrada de atascos, y donde, con frecuencia, les sacuden con los bocinazos para darles prisas, son presa fácil de la impaciencia. Los padres que, por fin, se encuentran con sus amigos y su hijo pequeño quiere que los deje inmediatamente para atenderle enseguida; las parejas que no cesan de ponerse reparos con precisiones o matices a cualquier cosa que se hagan; el amigo que no cesa de hacernos repetir las cosas… pueden ser ocasiones que llevan con facilidad a una reacción impaciente.

Ninguno de nosotros está protegido de todas las contrariedades que nos pueden acechar; pero a veces la impaciencia está en la concepción misma que se tiene de la vida y de las cosas, y está sociedad que nos hace vivir en un ambiente impaciente nos tiene trastornadas las medidas que hay que ir aplicando tranquilamente al crecimiento tranquilo de las cosas.

Nos encontramos con el peligro de que nuestra vida esté subordinada a la inmediatez, vivimos cómodos hablando de que como hay que prescindir del medio y largo plazo, para considerar sólo interesantes los objetivos inmediatos; había que subir al radar si o si, faltaba tan poco.

Un ejemplo de lo anterior lo podemos comprobar en nuestros políticos y con la política que realizan, donde el medio y largo plazo son y deben ser decisivos, pero la importancia de las próximas elecciones, siempre tan cercanas, oscurece el futuro y hace impaciente cualquier consideración de la mayoría de los proyectos, porque la vida de los partidos está zarandeada por los sondeos.

Otro ejemplo lo vemos en algunos padres que quieren que su hijo sea “feliz” cuanto antes y, con las mayores garantías le van preparando desde los dos años enseñándole a leer, equitación o golf, informática... Porque si el niño empieza pronto, su triunfo futuro está garantizado. Recuerdo ahora una pregunta que le hicieron a Ramón J. Sender al volver del exilio; ¿qué debe hacer Educación para que ningún talento de niño español se pierda? y contestó: «Los niños, que jueguen; no conozco ningún talento que se haya perdido».

Ahora, con la pandemia la impaciencia nos rodea por todos lados, la desesperación ante la imposibilidad de hacer proyectos reales, él no saber en qué situación nos encontraremos dentro de unas semanas, ser incapaces de prever el corto y medio plazo nos agobia, y conocer el tiempo que se necesita para ir acabando con el covid-19, medir como se van a cumplir los plazos de la vacunación hace que se vaya alimentando la paciencia necesaria para soportarlo.

Si se busca en nuestro interior para dar con el fundamento del sentido de la vida, aparecerá siempre la verdad y la justicia y esto nos dará la energía para alimentar nuestra paciencia. Sin ese fundamento es normal que la mayoría de las pasiones sean de corta duración o que sobrevivan estancadas en el aburrimiento, lo que hace que deban ser inmediatas y la impaciencia nos devore ante cualquier inconveniente.

La paciencia se alimenta de esperanza. Y, sabemos que siempre estamos a la espera de algo, lo hemos comprobado muchas veces. Desde esta perspectiva, podemos decir que la persona está viva mientras espera, estamos vivos, el hombre está vivo mientras espera, mientras en su interior está viva la esperanza.

¿Cuáles son mis esperanzas?, ¿a dónde tiende mi corazón? La altura moral y espiritual del hombre se puede medir por aquello que espera.  

Buenos días.

No hay comentarios: