jueves, 17 de diciembre de 2020

¿Qué festejamos en Navidad?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)

Entramos, ahora sí, en la recta final hacia la Navidad, para la que llevamos casi un mes preparándonos, la gran mayoría de nosotros ya sabemos lo que nos espera, pero no está de más que lo recordemos.

Las luces en las calles, en los balcones, la colocación de los Belenes o los Nacimientos, el interés mostrado por saber cómo nos vamos a poder reunir y por averiguar si podremos acudir a las celebraciones tienen un motivo, por eso preguntarnos, ¿Qué festejamos en Navidad? Resulta innecesario, al menos para un cristiano.

Y es que la misma palabra lo dice; Navidad es la reducción, ahora no se cuál es el término exacto, de Natividad, es decir, nacimiento. El nacimiento de Jesús, claro.

O sea, conmemoramos un hecho: el parto y alumbramiento de Jesús en Belén, hace unos veinte siglos. Conmemoramos su nacimiento humano y, esto es importante, no celebramos su cumpleaños, fecha que no es posible saber humanamente con precisión.

Voy ha dejar de lado temas de mero interés histórico, que en estos días algunos quieren convertir en polémicos y que no tienen más trasfondo que rascar, y no, no voy a hablar de la degeneración de la inicial “fiesta familiar”, para acabar convertida en la “fiesta del consumo” actual, vaciándola de todo su contenido. Por cierto, con la complicidad de los cristianos.

Volvamos a la pregunta, la expongo un poco mejor: ¿qué celebramos cuando decimos que conmemoramos el nacimiento de Cristo? Todos sabemos perfectamente que el parto es la culminación de un proceso, del proceso de gestación, primera etapa en la vida de una persona, que comienza con su concepción.

¿Celebramos, tal vez, en Navidad un parto venturoso y sin complicaciones? ¿Celebramos, posiblemente, el alumbramiento del hijo de un carpintero de Galilea que por casualidad pasaba por la ciudad de origen de la dinastía mesiánica judía?

Todos sabemos que no van por ahí los “tiros “celebramos algo más. ¿Celebramos al Mesías que nació para que se cumplieran las promesas mesiánicas de un nuevo rey David? Claro que no, esa esperanza se quedó clavada en la cruz de Gólgota. La Iglesia siempre entendió el mesianismo de Jesús de un modo trascendente, muy distinto de lo esperado por los judíos de aquella época.

¿Acaso celebramos el nacimiento de un profeta, del más grande? No, por cierto. Y es que no han existido profetas judaicos que hayan fundado una comunidad y se llamen a sí mismos hijos de Dios. Ni se celebra, creo, de ningún modo el nacimiento de ningún profeta de Yahvé.

¿Tal vez el día 25 celebramos el nacimiento de un gran hombre de Dios, el más amado por él, como creían los arrianos? ¿O de un hombre tan perfecto y virtuoso que Dios lo adoptaría como hijo, infundiendole su divinidad a través del Espíritu Santo en ocasión de su bautismo, como enseñaba Pablo de Samosata?

Asistimos en el nacimiento de Jesús a la primera manifestación al mundo pagano del Salvador recién nacido. El Dios hecho hombre. No celebramos de ninguna manera a Dios tomando la apariencia humana, pero al modo de un fantasma. No es el nacimiento de una “forma” degradada de Dios, o un dios menor. Es Dios verdadero de Dios verdadero; el Creador convirtiéndose en simple criatura, haciéndose tan hombre como nosotros, sujeto a las mismas debilidades salvo el pecado.

Se que puede resultar complicado entenderlo para quien no haya razonado lo suficiente para creerlo o para quien no tenga fe para verlo. Y es que el nacimiento de Jesús ocurrió una sola vez en la historia. Jesucristo vivió en un tiempo histórico, y su misión terrenal concluyó. Siendo esto así, en efecto, la Navidad no es un simple aniversario del nacimiento de Jesús; es también esto, pero es más aún, es celebrar un Misterio, un Espíritu Navideño, Misterio que vivimos concretamente en las celebraciones litúrgicas, en particular en la Santa Misa.

Tiempo habrá para volver al Misterio y al Espíritu de la Navidad, ahora, creo que vale la pena que pensemos en la Navidad no simplemente como la celebración de un hecho biológico como es un parto. Ni siquiera como recordatorio de un hecho que cambio la historia de la Humanidad.  

Me gustaría recordar que la Navidad no es sino la primera “manifestación pública” de un hecho mucho más trascendente, y que cambia la vida de todos y cada uno de nosotros, todos y cada uno de nuestros días.

Está Navidad pensemos en que, en el rostro de ese pequeño, de ese niño indefenso, tan normal y a la vez tan excepcional, podemos ver el mayor regalo y el gesto de amor más definitivo que Dios comenzó en la Encarnación. Tengámoslo presente en nuestro día a día y en cada una de nuestras decisiones, de nuestros actos.

Buenos días.

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