“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Entramos, ahora sí, en la
recta final hacia la Navidad, para la que llevamos casi un mes preparándonos, la
gran mayoría de nosotros ya sabemos lo que nos espera, pero no está de más que
lo recordemos.
Las luces en las calles, en
los balcones, la colocación de los Belenes o los Nacimientos, el interés
mostrado por saber cómo nos vamos a poder reunir y por averiguar si podremos
acudir a las celebraciones tienen un motivo, por eso preguntarnos, ¿Qué festejamos
en Navidad? Resulta innecesario, al menos para un cristiano.
Y es que la misma palabra lo
dice; Navidad es la reducción, ahora no se cuál es el término exacto, de
Natividad, es decir, nacimiento. El nacimiento de Jesús, claro.
O sea, conmemoramos un hecho:
el parto y alumbramiento de Jesús en Belén, hace unos veinte siglos. Conmemoramos
su nacimiento humano y, esto es importante, no celebramos su cumpleaños, fecha
que no es posible saber humanamente con precisión.
Voy ha dejar de lado temas de
mero interés histórico, que en estos días algunos quieren convertir en
polémicos y que no tienen más trasfondo que rascar, y no, no voy a hablar de la
degeneración de la inicial “fiesta familiar”, para acabar convertida en la
“fiesta del consumo” actual, vaciándola de todo su contenido. Por cierto, con
la complicidad de los cristianos.
Volvamos a la pregunta, la
expongo un poco mejor: ¿qué celebramos cuando decimos que conmemoramos el
nacimiento de Cristo? Todos sabemos perfectamente que el parto es la
culminación de un proceso, del proceso de gestación, primera etapa en la vida
de una persona, que comienza con su concepción.
¿Celebramos, tal vez, en
Navidad un parto venturoso y sin complicaciones? ¿Celebramos, posiblemente, el
alumbramiento del hijo de un carpintero de Galilea que por casualidad pasaba por
la ciudad de origen de la dinastía mesiánica judía?
Todos sabemos que no van por
ahí los “tiros “celebramos algo más. ¿Celebramos al Mesías que nació para que
se cumplieran las promesas mesiánicas de un nuevo rey David? Claro que no, esa
esperanza se quedó clavada en la cruz de Gólgota. La Iglesia siempre entendió
el mesianismo de Jesús de un modo trascendente, muy distinto de lo esperado por
los judíos de aquella época.
¿Acaso celebramos el
nacimiento de un profeta, del más grande? No, por cierto. Y es que no han existido
profetas judaicos que hayan fundado una comunidad y se llamen a sí mismos hijos
de Dios. Ni se celebra, creo, de ningún modo el nacimiento de ningún profeta de
Yahvé.
¿Tal vez el día 25 celebramos
el nacimiento de un gran hombre de Dios, el más amado por él, como creían los
arrianos? ¿O de un hombre tan perfecto y virtuoso que Dios lo adoptaría como
hijo, infundiendole su divinidad a través del Espíritu Santo en ocasión de su
bautismo, como enseñaba Pablo de Samosata?
Asistimos en el nacimiento de
Jesús a la primera manifestación al mundo pagano del Salvador recién nacido. El
Dios hecho hombre. No celebramos de ninguna manera a Dios tomando la apariencia
humana, pero al modo de un fantasma. No es el nacimiento de una “forma” degradada
de Dios, o un dios menor. Es Dios verdadero de Dios verdadero; el Creador
convirtiéndose en simple criatura, haciéndose tan hombre como nosotros, sujeto
a las mismas debilidades salvo el pecado.
Se que puede resultar
complicado entenderlo para quien no haya razonado lo suficiente para creerlo o
para quien no tenga fe para verlo. Y es que el nacimiento de Jesús ocurrió una
sola vez en la historia. Jesucristo vivió en un tiempo histórico, y su misión
terrenal concluyó. Siendo esto así, en efecto, la Navidad no es un simple
aniversario del nacimiento de Jesús; es también esto, pero es más aún, es
celebrar un Misterio, un Espíritu Navideño, Misterio que vivimos concretamente
en las celebraciones litúrgicas, en particular en la Santa Misa.
Tiempo habrá para volver al
Misterio y al Espíritu de la Navidad, ahora, creo que vale la pena que pensemos
en la Navidad no simplemente como la celebración de un hecho biológico como es
un parto. Ni siquiera como recordatorio de un hecho que cambio la historia de
la Humanidad.
Me gustaría recordar que la
Navidad no es sino la primera “manifestación pública” de un hecho mucho más
trascendente, y que cambia la vida de todos y cada uno de nosotros, todos y
cada uno de nuestros días.
Está Navidad pensemos en que,
en el rostro de ese pequeño, de ese niño indefenso, tan normal y a la vez tan
excepcional, podemos ver el mayor regalo y el gesto de amor más definitivo que
Dios comenzó en la Encarnación. Tengámoslo presente en nuestro día a día y en
cada una de nuestras decisiones, de nuestros actos.
Buenos días.
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