“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Nos sucede o nos debería de
suceder que por el mero hecho de ser personas sentimos la necesidad a interpelarnos
y a interpelar la realidad que nos rodea, y para eso tenemos que ser capaces de
sentir admiración por todo. Sin esa admiración la vida se convierte en algo
anodino y termina perdiendo una parte de su sentido.
En realidad, no es la vida
quien enseña, lo que realmente nos enseña es la lectura que nosotros hagamos de
ella. No basta con ver las cosas que nos rodean, es necesario mirarlas bien
para averiguar ese algo nuevo que siempre llevan consigo y, hay que tener una
sensibilidad bien desarrollada junto con un alma joven para mantener el espíritu
alerta ante esos detalles con que la realidad nos sorprende cada día.
Es necesario también aprender
a estar continuamente admirándonos de las personas. No estoy diciendo que se
tenga que ser ingenuo ni tener una visión de la vida bobalicona, se trata de
ver con buenos ojos a la gente. Todas las personas tienen aspectos positivos y
hay que buscarlos y fijarnos en ellos, así tendremos la oportunidad de
admirarlos, y con ello, les haremos y nos haremos mucho bien.
¿Y qué problemas nos
encontramos para admirar a una persona que conocemos? El primer obstáculo puede
ser la costumbre, el hábito de tratarla continuamente, de tener una relación
diaria con ella que incapacita —si uno no se resiste a él— para ver en la otra
persona cualquier cosa que no sea lo que sabemos y conocemos: adivinamos sus contestaciones,
le presuponemos determinadas actitudes, damos por supuesto ciertos
comportamientos, no contemplamos la posibilidad de que el otro cambie y actúe
de forma distinta a la prevista, no le damos ninguna posibilidad de cambio.
Otro inconveniente con el que
nos podemos encontrar que también puede resultar interesante es una tendencia a
infravalorar a las personas; o anteponer siempre sus acciones pasadas a las
presentes, y tener más en cuenta lo que era que lo que es; o fijarnos y
recordar más los aspectos negativos que los positivos.
De ahí que encontremos en la
rutina uno de los factores que más nos arrastran a desencantarnos de la vida. Nos
tenemos que preparar contra el desencanto, el acomodamiento y la rutina, y en
esa preparación se tiene que poner en marcha la ilusión por vivir. La vida muchas
veces se nos presenta alegre y divertida, pero en otras muchas ocasiones hemos
de ser nosotros, con nuestros conocimientos interiores, quienes tenemos que dar
un sentido positivo a lo que en un primer momento no lo tiene.
Se que es complicado, pero tenemos
que ser capaces de empezar cada día con una visión nueva, de sorprendernos ante
las cosas que nos son muy familiares, pero que no por eso dejan de mostrarse como
recién estrenadas. Con demasiada facilidad se dan por supuestas las cosas, y
tendría que ser al revés: no dejar nunca de preguntarse por nuestro mundo
cotidiano. La vida debe ser vista por unos ojos que sepan descubrir en lo que
ya es conocido una novedad que nos ilusione.
Pero, esa capacidad interior
para ver no se improvisa, sino que hay que conquistarla después de una larga
lucha llena de dificultades, pero una vez conquistada nos alegrara toda nuestra
existencia.
Puede parecer que estar alegres
ante la vida, ver la vida con ilusión y estar contentos con ello, sentir
autoestima por cómo entendemos la vida sea enorgullecerse de lo que hemos
conseguido, pero no es así. Enorgullecerse no es el objetivo, claro está, de la
autoestima. Pero ser agradecidos de la propia vida, eso sí. El que agradece,
disfruta con la realidad agradecida.
Quien es capaz de sonreír a la
vida, la vida termina sonriéndole. La felicidad resulta que no está en
disfrutar de situaciones especiales, sino en poseer una buena disposición de
ánimo. Está en nuestro interior la clave de la felicidad. Esto es necesario que
se repita una y otra vez, porque obsesivamente tendemos a buscar la felicidad
fuera de nosotros, y por muchos que sean los esfuerzos no la encontraremos, por
el simple hecho de que no está ahí.
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