“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Empezamos la semana, la cuarta semana de 2021 y
todo parece que nuestros problemas continúan sin solucionarse pues la pandemia
no cesa de expandirse y por lo tanto las restricciones no paran de aumentar, así
que empezamos otra semana en que continuaré prácticamente recluido en casa.
Lo bueno de pasar tantas horas en casa es que se
tiene la posibilidad de pensar y repensar sobre cualquier cosa. Desde siempre no, pero
si desde hace mucho tiempo llevo pensando de que no debo ajustarme a los
ideales o ideas nuevas sin antes pasarlos por los filtros de mi mente, para intentar
distinguir si son buenos, si me agradan por que se adaptan a mi forma de ver el
mundo.
Por eso, como decía el otro día, antes de pararme a
ver qué podría hacer para intentar cambiar este mundo en el que me ha tocado
vivir, no tengo más remedio que considerar cómo debo pensar. Y es que, ¿cómo quiero
actuar bien si pienso mal?
Un error bastante común que suelo cometer es el de tomar
mi bien personal, lo que se suele denominar como el bien subjetivo como mi
patrón de conducta, y lo confundo con lo éticamente correcto. Este error es el
que nos hace justificar continuamente el egoísmo. Nos agarramos a una ética individualista
y no tenemos ninguna dificultad en justificar la satisfacción de nuestros
intereses o incluso de nuestros caprichos como moralmente buenos,
independientemente de que respeten o no las reglas del bien objetivo, que no es
otro que le bien de la persona.
La forma de pensar correcta debería de ser la
basada en la realidad humana, la que nos dice que nuestras acciones se deben
adecuar a lo que las cosas son y a lo que las personas somos.
Un ejemplo muy claro: a un hombre casado, le podría
gustar o apetecer, cambiar de mujer de vez en cuando, pero, objetivamente, eso
va en contra de una realidad concreta, que consiste en que su mujer y él
constituyen, desde el día que se casaron un compromiso, son una sola carne. Lo
que el marido pudiera entender como bien subjetivo, cambiar de mujer,
contradice la realidad del matrimonio, en este caso del suyo.
Otro ejemplo, un poco más complicado de aceptar: se
establece como normal que todo hombre debe velar por sus intereses y
defenderlos de todo ataque o deterioro. Yo tengo un negocio, y las ganancias de
mi negocio han de salir adelante; si en mi camino se cruza un competidor,
alguien que puede restarme mis legítimas ganancias, tengo todo el derecho del
mundo a usar los medios necesarios para arruinarlo, o quitármelo de en medio.
Pues no señor: si te sale un competidor, aceptas el reto y compites con él,
sabiendo que la persona de tu competidor es algo (es alguien) objetivamente
muchísimo más valioso que las ganancias de tu negocio.
Esa forma de razonar y pensar que se basa en el
bien subjetivo, unida a la legitimidad de la defensa de los propios intereses,
hace entender como lógico y correcto que la persona se preocupe, sobre todo, de
gestionar “sus” asuntos. Pero esto no es lo que se debe hacer. Lo que se debería
de hacer es no andar preocupados por nuestras necesidades, preocupados por qué
vamos a comer o qué vamos a beber, o en qué tenemos que trabajar. Exactamente
lo que se tendría que hacer es preocuparnos por de que la gente que nos rodea
tenga cubiertas esas necesidades y eso llevará a cubrir las nuestras.
Buenos días.
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