lunes, 25 de enero de 2021

¿Cómo quiero actuar bien si pienso mal?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Empezamos la semana, la cuarta semana de 2021 y todo parece que nuestros problemas continúan sin solucionarse pues la pandemia no cesa de expandirse y por lo tanto las restricciones no paran de aumentar, así que empezamos otra semana en que continuaré prácticamente recluido en casa.

Lo bueno de pasar tantas horas en casa es que se tiene la posibilidad de pensar y repensar sobre cualquier cosa. Desde siempre no, pero si desde hace mucho tiempo llevo pensando de que no debo ajustarme a los ideales o ideas nuevas sin antes pasarlos por los filtros de mi mente, para intentar distinguir si son buenos, si me agradan por que se adaptan a mi forma de ver el mundo.

Por eso, como decía el otro día, antes de pararme a ver qué podría hacer para intentar cambiar este mundo en el que me ha tocado vivir, no tengo más remedio que considerar cómo debo pensar. Y es que, ¿cómo quiero actuar bien si pienso mal?

Un error bastante común que suelo cometer es el de tomar mi bien personal, lo que se suele denominar como el bien subjetivo como mi patrón de conducta, y lo confundo con lo éticamente correcto. Este error es el que nos hace justificar continuamente el egoísmo. Nos agarramos a una ética individualista y no tenemos ninguna dificultad en justificar la satisfacción de nuestros intereses o incluso de nuestros caprichos como moralmente buenos, independientemente de que respeten o no las reglas del bien objetivo, que no es otro que le bien de la persona.

La forma de pensar correcta debería de ser la basada en la realidad humana, la que nos dice que nuestras acciones se deben adecuar a lo que las cosas son y a lo que las personas somos.

Un ejemplo muy claro: a un hombre casado, le podría gustar o apetecer, cambiar de mujer de vez en cuando, pero, objetivamente, eso va en contra de una realidad concreta, que consiste en que su mujer y él constituyen, desde el día que se casaron un compromiso, son una sola carne. Lo que el marido pudiera entender como bien subjetivo, cambiar de mujer, contradice la realidad del matrimonio, en este caso del suyo.

Otro ejemplo, un poco más complicado de aceptar: se establece como normal que todo hombre debe velar por sus intereses y defenderlos de todo ataque o deterioro. Yo tengo un negocio, y las ganancias de mi negocio han de salir adelante; si en mi camino se cruza un competidor, alguien que puede restarme mis legítimas ganancias, tengo todo el derecho del mundo a usar los medios necesarios para arruinarlo, o quitármelo de en medio. Pues no señor: si te sale un competidor, aceptas el reto y compites con él, sabiendo que la persona de tu competidor es algo (es alguien) objetivamente muchísimo más valioso que las ganancias de tu negocio.

Esa forma de razonar y pensar que se basa en el bien subjetivo, unida a la legitimidad de la defensa de los propios intereses, hace entender como lógico y correcto que la persona se preocupe, sobre todo, de gestionar “sus” asuntos. Pero esto no es lo que se debe hacer. Lo que se debería de hacer es no andar preocupados por nuestras necesidades, preocupados por qué vamos a comer o qué vamos a beber, o en qué tenemos que trabajar. Exactamente lo que se tendría que hacer es preocuparnos por de que la gente que nos rodea tenga cubiertas esas necesidades y eso llevará a cubrir las nuestras.

Buenos días.

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