“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
He
empezado con mucha energía y determinación mi nuevo reto, ayudado por un ambiente
frío y lluvioso que me permite estar más cómodo encerrado en casa, si hace buen
tiempo es más duro y difícil no salir a la calle. Un desafío que lleva a
convertirme en carpintero, un mal carpintero que estoy seguro mejorará, pero ya
lo hará con la camperización de la berlingo terminada. Pero es lo que hay,
tengo que ir aprendiendo sobre los errores que estoy cometiendo y dándome
cuenta de que van a quedar a la vista, espero que, durante mucho tiempo, recordándome
aquello de “zapatero a tus zapatos”.
Estoy
poco a poco avanzando y ya puedo adivinar lo que imaginé que sería la berlingo,
he visto tutoriales, he leído, he preguntado y me estoy dando cuenta que la
carpintería esconde muchas más dificultades de las que imaginaba. Todo tiene su
“porqué”, todo tornillo su misión y todo tiene que estar a “escuadra”, el
ángulo recto y el nivel tienen una importancia que nunca me había imaginado y,
como todo trabajo artesano presenta sus problemas.
Buscando
información sobre todo lo relacionado con la carpintería, el “señor Google” me
llevo hasta este cuento que no me resisto a “copiar – pegar” para que lo puedan
leer.
Dice
así: “Cuentan que en la
carpintería hubo una vez una extraña asamblea: fue una reunión de herramientas
para arreglar sus diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la
asamblea decidió que tenía que renunciar. ¿La causa?: ¡hacía demasiado ruido! Y
además se pasaba el tiempo golpeando. El martillo aceptó su culpa, pero pidió
que también fuera expulsado el tornillo: dijo que había que darle muchas
vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también,
pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en el
trato y siempre tenía fricciones con los demás. La lija estuvo de acuerdo, a
condición de que fuera expulsado el metro, que siempre se la pasaba midiendo a
los demás según su medida, como si fuera el único perfecto. En eso entró el
carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la
lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera se convirtió en un
lindo mueble.
Cuando
la carpintería quedó de nuevo sola, la asamblea reanudó su deliberación. Fue
entonces cuando tomó la palabra el serrucho y dijo: "Señores, ha quedado
demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras
cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros
puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos. La
asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba
fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el
metro era preciso y exacto. Se sintieron entonces un equipo capaz de producir
muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de su fortaleza y de trabajar
juntos.”
En
este sencillo texto podemos encontrar de alguna forma nuestra aventura humana:
pasamos por la vida reforzando los aspectos más significativos de nuestra
personalidad, buscando en lo que consideramos “bueno” de nosotros un motivo. Si
somos ordenados, nos gusta imponer el orden, si somos pacientes, imponer la
paciencia, si somos enérgicos imponer una actitud enérgica en los demás. Y así
utilizamos aspectos sin dudas buenos de nosotros mismos, como elementos de
división y discordia entre los que nos rodean.
Como
en la carpintería, dejemos que cada uno utilice su mejor aptitud o virtud más
destacada, y como herramientas construir una sociedad mejor, pero claro deberemos
tener un buen carpintero que nos utilice de acuerdo con esa necesidad.
No
nos esforcemos en lograr un mundo formado sólo de martillos, de lijas o de
serruchos, según sea que nos sentimos nosotros mismos martillos, lijas o
serruchos, respectivamente. Dejemos que el carpintero haga en su taller el
mejor uso de sus herramientas: seamos humildes instrumentos para conseguir una
sociedad mejor.
Buenas
Tardes.
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