“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Sin
darme cuenta se me han pasado los días y de repente me encuentro con que esta
noche es la de la cabalgata de los Reyes Magos, una noche que este año es
diferente a todas las anteriores, la covid-19 tiene la culpa, pero los Reyes
Magos de Oriente esta noche de alguna manera harán su trabajo.
Me
parece que en España es donde la festividad de los Reyes Magos tiene una mayor
importancia, si miramos a nuestro alrededor nos daremos cuenta de que, en países
de tradición cristiana, incluso católica, Melchor, Gaspar y Baltasar han sido
apartados de las fiestas navideñas; pero en España a pesar de que la apostasía
es mucho mayor los Magos de Oriente nunca han dejado de tocar los corazones y la
sensibilidad popular.
Creo
que podemos estar orgullosos de que nuestras familias continúan, a pesar de los
ataques del globalismo, extrañamente fieles a los tres viajeros: a su estrella,
a sus camellos, a su escolta de pajes, a sus ofrendas; y de todo ello hemos
hecho un canto de amor a los más pequeños. Siempre he sido de la opinión de que,
si la Iglesia se hubiese olvidado de establecer la fiesta de Epifanía, nuestro
saber popular se hubiese encargado de crearla.
Supongo
que todos conocemos la historia de la Adoración de aquellos Magos de llegaron
de Oriente, por eso quiero hacer hincapié en esa historia tan rocambolesca,
llena de misterios y maravillas, que deja en segundo lugar a los grandes milagros
de los santos que han urdido los padres españoles para esta noche.
Así, lo extraordinario es como explican ante sus hijos que los Reyes Magos puedan repartir tantos regalos
en lugares tan apartados, o que Gaspar se parezca asombrosamente al concejal de deportes de la localidad, los padres españoles ponen a prueba su sentido
imaginativo. Y también su inocencia: pues llega un momento en que sus hijos ya
no se creen sus explicaciones, pero fingen seguir creyendo, por temor a
quedarse sin los regalos de los Reyes Magos. Así la noche de inocencia de los
niños se convierte, imperceptiblemente, en la noche de la inocencia de los
padres.
En
todos nosotros existe una especie de línea que divide claramente nuestra vida,
que aparece el día en que los Reyes Magos perdieron su corona; y todos nos
deberíamos esforzar para que ese momento no se convierta en un trauma. El niño
que ha salido de golpe de su mundo de ingenuidad y ensoñaciones no debería ser
golpeado salvajemente por un mundo de escepticismo continuo; ya que se corre el
peligro de convertirlo en un cínico prematuro, o de sembrarle una semilla de
descreimiento y amargura que tal vez cuando crezca se convierta en un árbol sin
sombra.
Descubrir que los Reyes Magos han sido sucedidos
por los padres no es lo mismo que afirmar que los Reyes Magos nunca existieron,
o que nunca llevaron regalos. Retirar de un alma una ilusión es una operación
tan delicada como retirar un vendaje de una herida. Pasar sin transición de un
mundo de ilusión y maravilla a uno de negaciones y escepticismos puede ser muy
traumático y dejar secuelas terribles, porque las negaciones son como los
explosivos: no sólo reducen a añicos la mentira, sino que también pueden dejar
maltrecha y resquebrajada nuestra confianza, magullada y estropeada nuestra
capacidad de asombro.
Se
trata, según pienso, de que la ilusión infantil no sea sustituida por la
incredulidad desengañada, sino por el asombro curioso y agradecido de una
persona siempre dispuesta a descubrir una estrella en el cielo, a seguirla, a afinar
el oído para escuchar la voz de la tradición, a rehuir el camino del egoísta.
Feliz
Epifanía de Reyes.
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