viernes, 15 de enero de 2021

"zona noche"

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Estoy metido de lleno en la “zona noche”, de la cocina y el comedor puedo decir que ya tengo los problemas solucionados o sea que a la “zona día” solo le faltan unos pocos retoques, poner las puertas, asentar la mesa del comedor y sala de estar, así como barnizar.

Ahora estoy concentrado en como convertir el “modo conducir” en el “modo dormir” de la forma más sencilla y fácil. Y no resulta del todo fácil si se esta obstinado en ser “insobornable” a la hora de utilizar solo materiales que tengo por casa y solo comprar lo que es imprescindible sin sobrepasar la cantidad total de 300 € para poder ponerse en marcha.  

Tengo que decir que ya he cubierto el presupuesto, ya no puedo utilizar un € más. Los tableros, los tornillos, las bisagras, el barniz, el bidón de agua y el hornillo (el viejo me ha sido imposible hacerlo funcionar con seguridad), los oscurecedores térmicos y la pata de la mesa, han sido las adquisiciones donde ha ido a para todo el presupuesto.

Por eso no extrañe a nadie ver unos cajones deslizantes con unas guías tan extrañas ni unas patas de la “cama” tan singulares, ni maderas y tablones de todo tipo y medidas, ni cajas de plástico tan de “taller” y que todo el conjunto al final se parezca a una miscelánea de lo más variopinta.

En fin, es el reto de ponerse unos límites, unas reglas que cumplir y, además, aunque a mucha gente le pueda parecer que unas normas coartan la libertad hay mucho de que hablar antes de llegar a esa conclusión. La relación entre lo que se puede hacer y lo que se debe hacer, es un dilema que toda persona se plantea y en el que compromete su libertad.

Los límites y las normas que nos ponemos no coartan la libertad desde el momento en que uno descubre el sentido que tienen. Sólo en la medida en que comprenda su porqué, podremos adherirnos a esas normas y disfrutar del espacio de libertad que nos proporcionan esos límites, sin que por ello se sienta asfixiada o coaccionada.

Voy a poner un ejemplo muy utilizado: ¿Quién diría que una madre se encuentra limitada por su hijo? Todos diríamos que sí, que el hijo no le permite hacer todo lo que podría. Pero todas las madres saben bien que el amor hacia sus hijos asume con gusto cualquier sacrificio.

Con este ejemplo lo que quisiera remarcar es que cimentar adecuadamente la libertad en la que nos tenemos que mover cuando preparamos o realizamos un proyecto como los viajes es probablemente uno de los trabajos más necesarios que nos tenemos que plantear si lo queremos disfrutar de verdad.

Se trata de dar a cada viaje unas características diferentes a las que ya tenga por aspectos que estén fuera de nosotros como pueden ser; el paisaje, el lugar, las peculiaridades geográficas; sino por fidelidad a unas convicciones internas, nuestras, unas “reglas de juego” que nos impongamos nosotros pues al fin y al cabo es nuestro viaje. Aprender esta nueva lógica de entender un viaje, da a las normas un sentido, y, en consecuencia, ese es el sentido que hace posible disfrutar de ellas cuando se viven.

Puede parecerle a mucha gente que esta es una forma de complicarse la vida, y puede que tengan razón, pero es una complicación que da brillantez a ese viaje. Para que un viaje, un juego, una diversión en suma lo importe es el reglamento, para que un juego sea divertido sus reglas deben tener un objetivo claro y sobre todo cumplirse.

Mientras se tenga la visión de que las normas coartan la libertad, nos inclinaremos hacia un “dejar hacer”, cumplirlas en lo estrictamente necesario sin ilusión, con aburrimiento. En cualquier caso, la relación entre lo que se puede hacer y lo que se debe hacer, es un dilema que toda persona se plantea y en el que compromete su libertad.

El problema nos surge al abordar esta cuestión, pues implica utilizar una de las facultades más grandes que tenemos: nuestra inteligencia. Y es que nuestra libertad permite elegir y tomar decisiones, pero la inteligencia ayuda a discernir para que esas decisiones sean justas.

El inconveniente con el que nos encontramos en estos días es que la capacidad inteligente de la persona sea probablemente la que más ha sufrido con las últimas reformas educativas. El cultivo de la inteligencia se ha hecho siempre a través de la lectura de los clásicos y del conocimiento de los grandes maestros de la historia, como son, por ejemplo, Sócrates, Agustín de Hipona o Shakespeare. Conocer los textos de estos maestros es abrirse a la dimensión moral de la libertad, a saber, lo que está bien y lo que está mal. Esto es algo que no pueden dar el conocimiento científico o la erudición enciclopédica.

En el libro “Lo que esta mal en el mundo”, Chesterton da una respuesta en su primero capítulo que continúa teniendo plena actualidad porque se dirige al centro de nuestro tema: “lo que está mal es que no nos preguntamos qué está bien”. Esas preguntas ahora no se hacen y por lo tanto no se reflexiona sobre lo bueno o lo malo. Ahora las preguntas se dirigen a las cuestiones relacionadas sobre si uno hace lo correcto o no, o si está legalmente permitido. Lo posible o permisible ha sustituido a lo bueno y auténtico.

Buscar un sentido a lo que hacemos o proyectamos es la solución a la pregunta del por qué. Sin ese sentido un viaje no tiene “chispa” y es un mero pasar el tiempo.

Buenos días.

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