sábado, 16 de enero de 2021

¿Tiene sentido luchar contra los prejuicios?

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton) 

Hay días que cuando me despierto tengo la tentación, y hoy es uno de esos días, la desagradable tentación de pensar de que todo lo malo que nos está sucediendo se intensificara, todos los desaciertos, las actitudes negativas, tan destructoras algunas no van a parar de aumentar. Por supuesto, también hay días en que el deseo de que las cosas buenas que me suceden tampoco van a parar de crecer también se produce. Pero debo tener cuidado ante esta extraña similitud que me lleva a una actitud de partidismo y que me lleva a tener una postura ante unos hechos en los que debería de ser imparcial y analizarlos, y, es de esa postura de lo que precisamente hay que huir.

Lo que me sucede puede ser verdaderamente peligroso, esa tendencia a almacenar sensaciones a verlo todo cuesta arriba o cuesta abajo, a pensar que una cosa mala o una buena no van a parar de crecer hay que controlarla. Cuando se está en el buen camino, en una disposición "sana", sin duda es un factor de avance, de confirmación de que la cosa va bien, se intensifica nuestra moral, en una palabra. Pero si se desliza una toma de posición negativa, significa la cuesta abajo, la pendiente incontenible, la imposibilidad de rectificación, dé marcha atrás.

Muchos de los grandes problemas, de los conflictos, de las desgracias irreparables que sobrevienen a las sociedades, no tienen otro origen más que abandonarse a esa inercia, a renunciar a controlar esa situación. En definitiva, lo que ha sucedido como tantas veces es la pérdida de la libertad, el abandonarse a la inercia del momento. No se es dueño de uno mismo, de la propia conducta; se marcha atraído por una fuerza ciega, que puede llegar a ser un mecanismo siniestro.

Casi todos los grandes desastres, explosiones de fanatismo, enfrentamientos, guerras, se han originado así, con una previa pérdida de la libertad. Tal vez no nos estemos dando cuenta, pero una especie de capa de cemento ha cubierto las mentes y los corazones de millones de personas que piensan y viven según frases hechas, tópicos, sofismas, incluso mentiras repetidas miles de veces, se sigue la corriente de moda. Por eso hay tantas personas que consideran el aborto un derecho, y no pueden ver lo que ocurre en cada aborto. Incluso no quieren verlo: por eso censuran vídeos que simplemente reflejan la realidad. No se atreven a tener un pensamiento propio y a expresarlo.

La lista de tópicos es demasiado larga. También es cada vez más larga la lista de acciones orientadas a acallar a quienes digan lo contrario de lo que imponen ciertas mayorías, o grupo de presión, o millonarios famosos. Basta con mirar y ver las formas absurdas de censura en las redes sociales.

Ante un panorama así, surge la pregunta: ¿tiene sentido luchar contra los prejuicios? ¿Sirve para algo defender la verdad? ¿Vale la pena afirmar que dos y dos son cuatro si el “gran hermano” acaba de decir que puede ser cinco o tres?

Mi generación, que ya está casi terminando, y que ha visto con sus padres y abuelos maravillosos logros, ha albergado también en su tiempo algunos de los más extremados ejemplos de torpeza, error, en ocasiones de pura y simple maldad. Todavía no se ve con claridad por qué fue así, por qué se cayó en abismos que hoy nos sorprenden y aterran ¿Se pudieron evitar? Creo que sí. Hoy parecen claras muchas cosas que no se vieron, o no se quisieron ver. Lo que me inquieta es que ahora, en esta sociedad que puedo contemplar en su conjunto, persiste la voluntad de no entender. Se condenan algunas cosas que se hicieron mal, pero se intenta atenuar y oscurecer ciertos aspectos fundamentales que estuvieron en su raíz. Lo cual quiere decir que persiste, al menos residualmente, ese partidismo originario, el que fue germen de que se llegara adonde nunca se debió llegar.

Siempre se está a tiempo para entender el pasado, sin duda. Incluso, para cuidar del presente y dejar que lo que tenga que suceder siga abierto.

No me estoy refiriendo a lo político, aunque se pueda referir, y en primer plano se pueda entender, a asuntos, riesgos y tentaciones que pertenecen a la política. La política es un hecho de poca profundidad, y hay que buscar las raíces más hondas. De lo que se trata es de recobrar los fundamentos morales de los actos y conductas que descansan en ellos.

Por eso es tan difícil avanzar por este camino, que empieza por darse cuenta de dónde reside la verdadera cuestión. Pero si queremos superar los aspectos negativos del mundo actual, que no son pocos, no podemos contentarnos con meras superficies. Hay que descender a los fondos de la vida, que es lo verdaderamente apasionante. Si nos atreviéramos a hacerlo, podríamos confiar en el saneamiento de la vida contemporánea, y se disiparían algunas pesadillas que nos atosigan y que no se pueden curar si no se busca el lugar más profundo en que se originan.

No es una cuestión política, ni siquiera social. Se trata de entrar al final en el fundamento de nuestras vidas y actuar allí donde se encuentra el centro decisivo. La ventaja es que, si se partiera de ese análisis que puede hacerse, se lograría una mejoría general, la apertura del horizonte.

Se conseguirían unos beneficios mucho más grandes del esfuerzo que hiciéramos, y nos permitiría tener una visión de futuro, que, sin dejar fuera las causas de los males, nos aportaría un abanico permanente de posibilidades vitales para poder planearlo.

Buenos Días.

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