“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Terminé ayer demasiado rápido, pero se me hacia
tarde y el tema me daba la impresión de que iba para largo, y es que, después
de pensarlo esta noche, no estuve del todo acertado al empezar por preguntándome
qué tengo hacer para cambiar el mundo.
Me he levantado esta mañana con la idea de que
antes de pensar en qué hay que hacer, he de pensar en qué hay que pensar, y
antes aún debo prepararme para poder pensar. Para ello lo primero es desperezarme,
espabilarme y espabilar el oído.
Hoy en día, tengo la suerte de poseer mucha
información, puedo interesarme por infinidad de teorías e ideas y pensarlas.
Para lo cual debo tener una actitud de escucha y escuchar es tener una actitud
de aceptación y de admisión hacia quien escribe o habla.
Pero claro, hay que razonar y pensar lo que hemos
escuchado, y para ser justo debería de hacer una revisión de los criterios que
utilizo y utilizamos la mayoría de nosotros. Desde que nacemos empezamos a
nutrirnos de un modo de pensar, el actualmente dominante, está formado por los
criterios de una sociedad que es, justamente, la que queremos cambiar.
Según lo veo no es solo cuestión de los mecanismos
que usamos para conocer la verdad de las cosas, del criterio que utilicemos,
pero sí lo puede ser para empezar, para colocarnos en un punto de partida. Los
que estamos aquí no somos los únicos responsables de este modo de pensar y de
organizar la vida, porque somos hijos de una nación muy vieja y de una cultura
secular, en la que hay de todo, bueno y malo; tenemos sobre nuestras espaldas
el peso de una tradición de la que es muy difícil desprenderse, pero, por otra
parte, tampoco estamos ciegos para que nos carguen con lo que nos echen, ni
guías ciegos para no saber conducirnos y para no saber conducir a los demás.
¿Cuánto tiempo más vamos a continuar repitiendo, en
muchos aspectos, ese proceder inútil que hemos heredado de nuestros padres? No
estoy diciendo con esto que haya que olvidarse de todo y empezar de cero. Ese
es un camino que ya han seguido las revoluciones clásicas, y sus efectos han
sido, en todos los casos, al menos tan destructivos como los daños que
pretendían arreglar. Nuestros antepasados merecen toda nuestra veneración, todo
nuestro respeto y toda nuestra estima, pero en cuanto personas concretas.
En cuanto al modo de pensar y de actuar de las
generaciones anteriores habría que ver qué hay que respetar y qué no, porque
socialmente, como responsables del mundo que nos han dejado, tampoco hicieron
sus deberes correctamente. Ahí está la historia para demostrarlo. Hemos
recibido un modo de pensar propio de una cultura terriblemente egoísta: apegada
al dinero, individualista, posesiva, materialista y hedónica, y lo que aún es
peor, una cultura con muchos signos de muerte. Esta cultura nuestra, que mal
que bien, fue cristiana, lleva varios siglos despojándose de los modos
cristianos de entender la vida y de organizar la sociedad.
Es verdad que siempre continúan apareciendo figuras
de cristianos que han brillado individualmente en su campo, pero el tejido
social, hoy, en su conjunto no es cristiano.
¿Qué tiene de cristiano hoy el arte, el mundo de la
televisión y de la radio, de la moda, del deporte, de las diversiones, de la
economía, de la política, de la familia?
Por lo tanto, ni aceptarlo todo ni despreciarlo
todo, pero sí que es mucho lo que hay que someter a revisión. Para hacer un
mundo nuevo, si no queremos ser utópicos, hay que partir de lo que tenemos y
contar con ello, porque no podemos ignorar quiénes somos y de dónde venimos,
pero debemos tener claro qué nos ayuda y qué nos estorba. Si no somos
responsables de la herencia recibida, sí que lo somos para examinarlo todo y
quedarnos con lo bueno.
En fin, mañana intentaré seguir un poco más con este
tema.
Buenos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario