viernes, 17 de mayo de 2019

Viernes 17 de mayo de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton).  

Tenemos por delante un viernes interesante, en el que hemos visto una complicada pero interesante salida de sol a las 06:47 horas, después nos alumbrará hasta las 21:08.
La tarde de ayer transcurrió entre cafés y tertulias, en las que el tema principal era las distintas propuestas para mejorar no solo nuestro pueblo sino también la sociedad en la que vivimos, y escuche muchas, por cierto, en el fondo no tan diferentes como nos quieren hacer creer, y no encontré ninguna que discutiera sin excepciones que tenemos derecho a una vida y que, por tanto, este es un deber de todos. Nadie discute esto.
Ya se que construir una vida digna para todos no es solo tarea de los políticos, pero es una condición necesaria de toda política, es el eje principal de todo proyecto de una vida en común.
Todas las propuestas están muy bien, todas buscan lo mejor para la persona, pero la cuestión cambia cuando las trasladamos a la vida real, a los casos concretos. Es entonces cuando el significado de la dignidad humana presenta muchas deficiencias para los partidos políticos.
Decir que  buscamos una vida digna significa la necesidad de que esta se realice, y esto significa nacer. Parecerá una tontería pero es así. La negación al nacimiento de un ser humano engendrado es impedir que tal vida se realice. Una sociedad que busque la dignidad de sus ciudadanos debe garantizar su nacimiento y disponer de las condiciones materiales y sociales que se puedan otorgar a todos para su realización a lo largo de la vida. También debe garantizar una muerte digna, es decir, siguiendo el proceso natural de la extinción, evitando el sufrimiento, el abandono y la soledad.
He escuchado muchas propuestas y he leído algunos programas de partidos políticos y se habla mucho de libertad, pero se tiene que tener en cuenta que la libertad tiene como límite el daño contra los demás y contra uno mismo. Si se busca que el ciudadano tenga una vida digna, se debe excluir la muerte provocada y se debe rechazar la falsa opción entre eutanasia y sufrimiento, porque el fin de una sociedad humana no es matar al que sufre, sino procurar la supresión o paliación de aquel sufrimiento.
En lo que coinciden todas las propuestas es que una vida digna significa, también, que la pobreza como grupo social tiene que desaparecer, y que toda persona disponga de lo básico, un lugar donde vivir, alimentación y vestido, educación y sanidad, atención a los dependientes en razón de sus necesidades, y condiciones dignas también para la vejez. Significa una especial atención a la infancia y juventud, para evitar que la condición de pobreza de los padres se enquiste en unas condiciones insuperables de desigualdad en los hijos.
Todo esto, una vida digna, no es solo el objetivo principal de todo ciudadano sino también un deber. Y ahora que alguien diga que este deber es posible cumplirlo por separado. Porque no se trata de principios generales, sino de aplicarlos en las condiciones concretas de nuestros ciudadanos, de nuestra sociedad y de nuestra política.
No se trata de buscar un partido político que reúna todos esos objetivos y votarlo, que puede ser una solución, pero ni mucho menos es la única. Porque nuestra tarea como ciudadanos no se agota con la democracia de representación que nos ofrecen los partidos políticos, es más, esta vive una intensa crisis en España porque la inmensa mayoría de las personas no se sienten bien representadas.
Hay otra vía, que puede reportar grandes resultados. Se trata de la práctica de la democracia participativa, que puede servir para regenerar la política representativa desde fuera de ella e impulsar la concepción de la dignidad de la persona, empezando por el logro de la vida digna en las instituciones políticas.
Ya no debemos debatir más sobre si hay que participar en política, sino en cómo vamos a hacerlo.

Feliz Día.

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