“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G. K. Chesterton).
Ya estamos preparados para recrearnos este fin de
semana, que podremos empezar cuando el sol empiece su andadura a las 06:46 horas
y que podrá continuar con su ausencia a partir de las 21:09 horas, y es que la
noche de un sábado es un parte fundamental de todo buen fin de semana.
No hay más remedio, estamos en elecciones y tengo
que escribir, otra vez, sobre política. Estoy rodeado de actividad política y
de debates, que me hacen posicionarme sobre algunas cuestiones y es aquí donde
empiezan no solo mis dudas sino también las de mucha gente.
Me estoy dando cuenta, por ejemplo, que no se tiene
claro que derechos hay que defender. ¿Los derechos de quién están protegidos?
Hay una gran confusión aunque pueda parecer lo contrario: ¿Cómo hace una sociedad para actuar de mediadora
entre los intereses enfrentados de diversas personas? Hay tanta retórica en nuestros políticos sobre la
protección de los derechos humanos e incluso de la libertad de las personas
que no tenemos claro que nos quieren decir: ¿qué sucede si una persona o grupo
desea hacer algo que se opone directamente a los valores o intereses de otras
personas? ¿Cómo decide la sociedad quién "está en lo
cierto" o qué "libertad de elección" va a proteger?
Podemos
tomar muchos ejemplos, solo tenemos que escuchar los debates políticos y
prestar un poco de atención. ¿Cómo determina una sociedad qué libertad de
elección va a salvaguardar y cuál va a coartar? Si se tuviera como referencia el bien común no
sería difícil, tampoco lo sería si se tuviera una idea compartida sobre lo que
es una buena vida para el hombre, pero si no se tiene todo esto claro es fácil
que estas preguntas no se resuelvan de manera justa.
Si
observamos veremos que los grupos que defienden diferentes ideas se organizan
para protestar. Cada uno de sus estrategas intenta influenciar en la
opinión pública. Se asumen compromisos, se hacen acuerdos y algunos
deberán renunciar a más cosas que otros.
Sin embargo, hay algo claro en todo ese proceso: no se protegen los "derechos" de todos. Al final, la mera determinación sobre qué son los
derechos humanos y qué derechos y de quién se protegen, es algo completamente
arbitrario que se resuelve con una votación.
Si
rascamos en muchas propuestas podremos encontrarnos con que lo que se esta
promoviendo es al propio yo autónomo y poniendo énfasis en la libertad que
tienen las personas para hacer lo que quieran con sus vidas. Sin embargo, incluso
si se promociona el propio yo en forma absoluta, las personas
continuarán tropezándose con otras que tienen opiniones diferentes e intereses
opuestos que terminarán poniendo en riesgo sus metas. Y estos intereses contrarios no se resuelven
fácilmente desde una perspectiva en la que todo es relativo.
En vez de apelar al sentido común y a una norma
moral de la cual todos somos responsables, tendemos a abordar estas situaciones
a través de la excesiva firmeza, de la manipulación y los juegos de poder. En vez de ver a nuestro prójimo como alguien al
que estamos unidos en la lucha por un objetivo en común, lo vemos como
un obstáculo para nuestros propios deseos y nuestra forma de vida. De este modo, llegamos inevitablemente a no querer
saber nada de los demás. Todos los demás serán considerados como enemigos de
los que deberemos defendernos. La sociedad se convierte en un
conjunto de individuos que se colocan unos junto a otros sin crear vínculos
recíprocos: cada cual desea imponerse independientemente
a los demás y de hecho pretende que sus propios intereses prevalezcan sobre los
demás.
De cara a estos intereses en competencia, no puede
protegerse la libertad de todos. Debe
asumirse alguna suerte de compromiso. Desaparece toda referencia a valores
comunes y a una verdad absoluta para todos, entonces todo es pactable, todo
es negociable: incluso el primero de los derechos
fundamentales, el de la vida.
Una vez que los derechos humanos se someten a
negociaciones, los miembros más débiles de la sociedad se encontrarán a merced
de los más poderosos. Por ejemplo, cuando los gobiernos democráticos modernos niegan los derechos
humanos básicos de los niños por nacer y de los ancianos, será un grupo
en particular de gobernantes políticos o incluso la mayoría de las personas quienes
decidirán quiénes gozarán de los derechos humanos y quiénes no.
De esta manera, la definición de derechos humanos
no se basa en el bien de las personas o en el bien de la sociedad, sino en los
intereses de quienes se encuentran en el poder -ya sea que se trate de líderes
gubernamentales poderosos o de aquellos que tienen capacidad para formar la
opinión pública y para ejercer influencia en el proceso político. Los “derechos” dejan de ser tales porque no están
ya fundamentados sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que
quedan sometidos a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus
reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental.
Hay mucho que decir sobre estos temas pues hoy en día
todos tienden a pensar que pueden hacer lo quieran con sus vidas y ser personas
moralmente buenas en la medida que no hieran ni limiten las decisiones de los
demás. Sin embargo, nos tenemos que dar cuenta que esto es una gran ilusión ya
que nos olvidamos como están de entrelazadas realmente nuestras vidas.
Al final, si lo pensamos nos daremos cuenta que
todos nos encontramos unidos en solidaridad por lo que esa misma solidaridad nos
exige de un modo u otro sacrificios por los demás.
Y esta es la cuestión: ¿sacrificarse hasta donde?
Feliz Día.
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