jueves, 16 de mayo de 2019

Jueves 16 de mayo de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton).  

Unas molestas nubes nos han impedido ver la salida del sol a las 06:47 horas, lo que no va a impedir que nos alumbre en algún momento del día, al menos antes de las 21:07 horas.
Me doy cuenta que a una gran mayoría de la gente le gusta hablar de lo bueno que resulta identificarse con los sentimientos de los demás y de compartirlos, de sentirse solidarios con el resto de la sociedad, pero todos esos discursos no ocultan la tendencia de nuestra sociedad hacia el individualismo. A la mayoría de nosotros nos cuesta ponernos en la piel del otro.
Es difícil ponerse en el lugar del otro si no lo tenemos nunca delante de nosotros, si solo lo vemos o sabemos algo de él por las pantallas de los móviles o de los televisores. Así no podemos interpretar un leve gesto, una media sonrisa, una mirada. No podemos aprender lo que significan esos pequeños detalles y por lo tanto no se puede saber qué le está pasando a la otra persona.
El no tener ese contacto directo nos lleva a centrarnos solo en nosotros, y nos creemos realmente especiales y únicos, lo que lógicamente no nos motiva para intentar comprender cómo se sienten los demás. Sin darnos cuenta estamos rodeados de competividad y de la búsqueda del éxito, lo que nos lleva a poner toda nuestra atención en el resultado, en obtener siempre un buen resultado que nos lleve a cualquier clase de éxito. Hay que triunfar. Así, ya no importa tanto el esfuerzo ni el camino recorrido con otros, sino llegar el primero a la meta, el resultado final.
Y, siguiendo esta lógica, el triunfador es ese niño que saca buenas notas –aunque sea un idiota- o el adulto que tiene una carrera profesional exitosa y lleva trajes caros, aunque su vida familiar sea un desastre o no tenga relaciones de amistad significativas y profundas. ¿Dónde está la empatía?
No me refiero a esas apelaciones ocasionales a la empatía que se dan estos días para quedar bien, que por cierto, tienen un enfoque egoísta, ya se sabe que ser empático es muy rentable social y profesionalmente. Me refiero a esa empatía que tiene un valor social y que se basa en el cariño y la ternura. Lo que no equivale a ser infantiloide, ñoños ni blandos. Se puede ser cariñoso y a la vez exigente; humilde y fuerte; tierno y responsable. No nos dejemos engañar por esas caricaturas distorsionadas y acarameladas del corazón que nos muestran por ahí.
Hay que reeducar nuestro corazón para aprender a ponernos más a menudo en el lugar de los demás. Tenemos que prestar un poco más de atención a esas personas que están abiertas a los demás y que son compasivos y humildes. Y, olvidarnos un poco de personas, personajes y personajillos vanidosos y pagados de sí mismos que tanta cuota de pantalla tienen hoy en día.
Hay que recordar, que la clave de la felicidad no es un punto más en la nota media, ni un coche diez mil euros más caro, sino más bien la capacidad de establecer relaciones significativas con otras personas. No insistamos tanto en lo trascendental que es sacar buenas notas; insistamos que más importante es tener un buen corazón. Eso sí que son objetivos importantes, y no conseguir más likes, adelgazar dos kilos o ahorrar lo suficiente para poder comprarnos un bolso más caro.

Feliz Día.

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