“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G. K. Chesterton).
Empezamos otra semana, y lo haremos con la salida
del sol a las 06:50 horas en un día que tiene la apariencia de ser un buen día
de primavera, el sol nos dejará a las 21:04.
Ayer por la tarde mientras me tomaba un café se
comentaba que perseguir en la vida “grandes ideales” traía muchas veces
consecuencias muy negativas para la sociedad, y se ponía el ejemplo de los doce
años del Nacionalsocialismo alemán. Intenté dar la opinión que tener un ideal
equivocado puede provocar verdaderos desastres, aunque, ello no quiere decir en
modo alguno que se tenga que dejar de orientar nuestra la vida hacia el valor
más alto. Mi opinión no tuvo mucho éxito puesto que se entendía el vocablo
"ideal" de forma difusa, ensoñadora, a modo de una meta utópica que
uno desea conseguir de forma exaltada e irracional.
Tener un ideal que conseguir no quiere decir que no
se pueda ser flexible en el diálogo y comprensivo con las ideas de los demás. Voy
a poner un ejemplo.
Supongamos que, para alguno de vosotros, libertad
significa poder optar en cada momento por cualquiera de las posibilidades que
se le ofrecen; y yo, en cambio, estimo que esta forma de libertad es sólo una
condición para ser verdaderamente libre, pues la auténtica libertad consiste en
ser capaz de distanciarse de los propios intereses y optar en virtud, no de las
propias apetencias, sino del deseo de realizar en la vida el ideal auténtico de
nuestro ser de personas.
Esta opinión mía contradice la otra. Si no se
esfuerza en descubrir lo que pueda tener de razonable mi posición y se limita a
sostener la suya cada vez con más fuerza, y a decir tal vez que yo opino de esa
forma por unas influencias de tipo religioso, más bien arcaicas y opuestas a la
forma moderna de pensar, ¿podría decirse que es una persona tolerante?
Antes de responder, escucha esta otra posible reacción
de otra persona que, en una situación parecida, me pide que le explique la
razón por la que vinculo tan estrechamente la libertad y el ideal. Esta
persona, en principio, cree estar en lo cierto, pero, ante mi oposición, no se
cierra en sus convicciones; se abre a la posibilidad de que yo tenga razón, al
menos en parte, y desea mejorar sus conocimientos gracias a los míos. Es
posible que mi explicación no le convenza y siga fiel a su posición. Aun suponiendo
que él esté equivocado, ¿podríamos calificarlo de intolerante?
De ningún modo, pues su fidelidad no equivale a
terquedad, a voluntad de aferrarse a una idea sin dar razón de ella y sin querer
tomar partido frente a otras. Él escucha otras opiniones, pero sigue pensando
que éstas no superan a la suya en acercamiento a la verdad. Es tolerante.
Vemos muchas veces, que en los debates públicos hay
quienes acusan de intolerantes a quienes consideran injustificables sus ideas o
actitudes. "Tú eres dueño de sostener las ideas que desees, pero no
intentes imponerlas a los demás". "Puedes pensar en tu fuero interno
que la práctica del aborto es injusta. Nadie te obliga a cambiar de opinión y
de actitud. Pero es una exceso por tu parte pretender convertir en exigencia
pública lo que es una mera convicción o creencia privada". Frases de este
tipo son dichas a menudo como algo consabido e incuestionable. A todo el que
muestra entusiasmo en la defensa de una convicción se le reprocha que pretende
imponerla a otros, de forma intolerante.
¿De verdad esa defensa entusiasta y fundamentada de
una idea es una imposición? Obviamente, no. Sentir entusiasmo por algo
significa que uno se ve muy enriquecido por ello y desea conservarlo como una
fuente de plenitud y felicidad. Defenderlo no significa imponerlo, sino querer
vivirlo y compartirlo con otras personas. Ese deseo no tiene carácter coactivo,
sino participativo.
Un valor no se impone nunca; atrae. El que
participa de algo valioso tiende por ley natural a sugerir a otros que se
acerquen al área de influencia de tal valor. El resto lo hace el valor mismo,
que acaba atrayéndolos si tienen la sensibilidad adecuada.
El que se entusiasma con algo que juzga valioso y
lo defiende tenazmente está dispuesto sin duda a cambiar de opinión si alguien
le convence con razones de que se trata de una ilusión falsa. Entusiasmarse no
equivale a exaltarse. Si pienso que la vida humana merece un respeto
incondicional, de forma que cualquier problema que sea suscitado por la vida
naciente ha de ser resuelto sin poner en juego dicha vida, y manifiesto esa
convicción en privado o en público, no soy intolerante con quienes opinen de
otro modo. Convénceme de que, ante cualquier problema o dificultad que cause un
embarazo, es lícito anular el proceso vital que está en marcha, y puedes estar
seguro de que defenderé en adelante tu posición con el mismo vigor con que
antes defendía la mía.
Es posible que, al argumentar yo de esta manera, me
digas que mi decisión de mantener mi postura antiabortista hace imposible el entendimiento
con quienes reclaman una libertad absoluta de decisión para las mujeres, y ese
enfrentamiento imposibilita la paz social. Me pides, en consecuencia, que sea
"tolerante" con una ley permisiva del aborto en ciertos casos y en
determinadas fases del desarrollo del feto.
Contéstame a esta pregunta: ¿Sería yo tolerante si
no expresara mi opinión?
En fin, mucho hay que escribir sobre lo que se
entiende por tolerancia.
Feliz Día.
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