lunes, 13 de mayo de 2019

Lunes 13 de mayo de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton).  

Empezamos otra semana, y lo haremos con la salida del sol a las 06:50 horas en un día que tiene la apariencia de ser un buen día de primavera, el sol nos dejará a las 21:04.
Ayer por la tarde mientras me tomaba un café se comentaba que perseguir en la vida “grandes ideales” traía muchas veces consecuencias muy negativas para la sociedad, y se ponía el ejemplo de los doce años del Nacionalsocialismo alemán. Intenté dar la opinión que tener un ideal equivocado puede provocar verdaderos desastres, aunque, ello no quiere decir en modo alguno que se tenga que dejar de orientar nuestra la vida hacia el valor más alto. Mi opinión no tuvo mucho éxito puesto que se entendía el vocablo "ideal" de forma difusa, ensoñadora, a modo de una meta utópica que uno desea conseguir de forma exaltada e irracional.
Tener un ideal que conseguir no quiere decir que no se pueda ser flexible en el diálogo y comprensivo con las ideas de los demás. Voy a poner un ejemplo.
Supongamos que, para alguno de vosotros, libertad significa poder optar en cada momento por cualquiera de las posibilidades que se le ofrecen; y yo, en cambio, estimo que esta forma de libertad es sólo una condición para ser verdaderamente libre, pues la auténtica libertad consiste en ser capaz de distanciarse de los propios intereses y optar en virtud, no de las propias apetencias, sino del deseo de realizar en la vida el ideal auténtico de nuestro ser de personas.
 Esta opinión mía contradice la otra. Si no se esfuerza en descubrir lo que pueda tener de razonable mi posición y se limita a sostener la suya cada vez con más fuerza, y a decir tal vez que yo opino de esa forma por unas influencias de tipo religioso, más bien arcaicas y opuestas a la forma moderna de pensar, ¿podría decirse que es una persona tolerante?
Antes de responder, escucha esta otra posible reacción de otra persona que, en una situación parecida, me pide que le explique la razón por la que vinculo tan estrechamente la libertad y el ideal. Esta persona, en principio, cree estar en lo cierto, pero, ante mi oposición, no se cierra en sus convicciones; se abre a la posibilidad de que yo tenga razón, al menos en parte, y desea mejorar sus conocimientos gracias a los míos. Es posible que mi explicación no le convenza y siga fiel a su posición. Aun suponiendo que él esté equivocado, ¿podríamos calificarlo de intolerante?
De ningún modo, pues su fidelidad no equivale a terquedad, a voluntad de aferrarse a una idea sin dar razón de ella y sin querer tomar partido frente a otras. Él escucha otras opiniones, pero sigue pensando que éstas no superan a la suya en acercamiento a la verdad. Es tolerante.
Vemos muchas veces, que en los debates públicos hay quienes acusan de intolerantes a quienes consideran injustificables sus ideas o actitudes. "Tú eres dueño de sostener las ideas que desees, pero no intentes imponerlas a los demás". "Puedes pensar en tu fuero interno que la práctica del aborto es injusta. Nadie te obliga a cambiar de opinión y de actitud. Pero es una exceso por tu parte pretender convertir en exigencia pública lo que es una mera convicción o creencia privada". Frases de este tipo son dichas a menudo como algo consabido e incuestionable. A todo el que muestra entusiasmo en la defensa de una convicción se le reprocha que pretende imponerla a otros, de forma intolerante.
¿De verdad esa defensa entusiasta y fundamentada de una idea es una imposición? Obviamente, no. Sentir entusiasmo por algo significa que uno se ve muy enriquecido por ello y desea conservarlo como una fuente de plenitud y felicidad. Defenderlo no significa imponerlo, sino querer vivirlo y compartirlo con otras personas. Ese deseo no tiene carácter coactivo, sino participativo.
Un valor no se impone nunca; atrae. El que participa de algo valioso tiende por ley natural a sugerir a otros que se acerquen al área de influencia de tal valor. El resto lo hace el valor mismo, que acaba atrayéndolos si tienen la sensibilidad adecuada.
El que se entusiasma con algo que juzga valioso y lo defiende tenazmente está dispuesto sin duda a cambiar de opinión si alguien le convence con razones de que se trata de una ilusión falsa. Entusiasmarse no equivale a exaltarse. Si pienso que la vida humana merece un respeto incondicional, de forma que cualquier problema que sea suscitado por la vida naciente ha de ser resuelto sin poner en juego dicha vida, y manifiesto esa convicción en privado o en público, no soy intolerante con quienes opinen de otro modo. Convénceme de que, ante cualquier problema o dificultad que cause un embarazo, es lícito anular el proceso vital que está en marcha, y puedes estar seguro de que defenderé en adelante tu posición con el mismo vigor con que antes defendía la mía.
Es posible que, al argumentar yo de esta manera, me digas que mi decisión de mantener mi postura antiabortista hace imposible el entendimiento con quienes reclaman una libertad absoluta de decisión para las mujeres, y ese enfrentamiento imposibilita la paz social. Me pides, en consecuencia, que sea "tolerante" con una ley permisiva del aborto en ciertos casos y en determinadas fases del desarrollo del feto.
Contéstame a esta pregunta: ¿Sería yo tolerante si no expresara mi opinión?
En fin, mucho hay que escribir sobre lo que se entiende por tolerancia.

Feliz Día.

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