“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G. K. Chesterton).
Vamos a ver si podemos disfrutar hoy del sol desde
las 06:56 horas hasta las 20:58. De momento no lo veo aparecer por el
horizonte, pero a pesar de las nubes voy a intentar aprovechar el día.
Una vez que ya conozco la composición de nuestro
Congreso de los Diputados mis incertidumbres veo que continúan y me sigo
preguntando ¿qué futuro nos espera? ¿En qué quedarán los buenos propósitos? Me
lo he estado preguntando estos días y mi conclusión es que ese futuro que nos
prometían ya es un presente que hemos comenzado con grandes expectativas de
cambio, pero las cosas no acaban de clarificarse, lo único que ha cambiado son
los porcentajes de votos; pero los problemas, los interrogantes, los afanes de
cada día, siguen siendo los mismos.
Las estrategias políticas veo que continúan como
hasta ahora, han vuelto los chalaneos, “yo te doy para que tú me des”. Otra vez
veo las componendas y los apaños para evitar daños mayores e impedir que este
país resulte ingobernable; pero claro está, esto tiene su precio y va en
detrimento de la pureza de los programas con que cada partido se presentaba ante nosotros.
Ya han comenzado las conversaciones y los
contactos acabarán, posiblemente,
desvirtuando las promesas que nos han hecho. Los que antes de las elecciones eran
enemigos a muerte irreconciliables se trasforman en socios llamados a entenderse
por el bien de España. Ante esta versatilidad, uno no puede por menos que
pensar que o simulaban antes o simulan después.
En el fondo estamos en las mismas de siempre,
alcanzar el poder sigue siendo el “leitmotiv”
de los políticos, que se ven obligados a preguntarse ¿Para qué sirven los
principios si no se consigue el poder
necesario para llevarlos a la práctica?
Y es que hoy lo que se valora es
lo útil no lo honesto. Ingenuo sería por
mi parte pensar que en política tienen más peso específico los idealismos que
el pragmatismo, por eso las promesas electorales acaban en amargos desengaños.
La sociedad española que se lanzo en masa a votar tiene hoy algo de lo que le faltaba ayer, que es un poco más de ilusión para afrontar un futuro incierto y no seré yo quien trate de
extinguir ese sentimiento legítimo y hasta cierto punto necesario.
Nada que objetar a
que las nuevas generaciones que se han presentado a estas elecciones mantengan
viva la esperanza alentada por los nuevos liderazgos. Cada cual es muy libre de
ilusionarse con estos nuevos profetas dispuestos a cambiar al mundo; pero he de
decir también, que éste no es mi caso, después de haber vivido en reiteradas ocasiones
situaciones similares, en las que jóvenes líderes políticos sembraron de ilusión
nuestro país, para que luego todo se desvaneciera como un sueño.
Por otra parte, el tiempo también me ha enseñado
que de ilusión no se vive, que hay que dar solución adecuada a los problemas e
ir cambiando las cosas a mejor, sobre todo está haciendo falta una regeneración
moral, esa de que tanto se habla y nunca llega.
La regeneración moral debería de estar en boca de
todos; pero ésta no llegará nunca mientras estemos inmersos en un sistema
relativista que todo lo condiciona y contamina.
Si partimos del supuesto de que no hay valores objetivos, que ni siquiera
existe el bien y mal, que no hay principios intemporales, sino sólo
apreciaciones provisionalmente válidas aquí y ahora. Si pensamos que es a cada hombre a quien
compete decidir en última instancia que es lo que está bien y que lo que está
mal. Si prescindimos o negamos que exista un criterio objetivo de moralidad que
está por encima de las consideraciones subjetivas, llámense ley natural o
primeros principios éticos, lo que estamos haciendo es negar la moral,
imposibilitarla en su sentido más genuino y a
lo más que podremos aspirar es a hablar de legalidad, categoría ésta
bien diferente de la moralidad.
Es necesario, superar el relativismo en que nos
encontramos sumidos, porque es incompatible con una moral. La moral es un
conjunto de normas, valores y creencias anteriores al sujeto y previamente establecidas,
que nos indican lo que está bien o está mal. Exactamente lo contrario del relativismo
que todo lo hace depender de la subjetividad y de los distintos marcos de
referencia, según lo cual nada hay que no sea defendible, según los distintos
puntos de vista. De modo que el relativismo es tolerante con todo y con todos
excepto con la moralidad y los moralistas.
Desgraciadamente los políticos de hoy han logrado
situar la moralidad en el punto que a ellos les interesa, convirtiéndose así en
malos imitadores de sus antepasados los sofistas griegos. Es así como se ha
pasado a confundir la parte con el todo hasta llegar a creer que la corrupción
moral sólo tiene que ver con la apropiación indebida e injusta, cuando en
realidad el término corrupción es un término mucho más amplio, que abarca un
sin número de perversiones del orden moral, que se han olvidado y a las que no
se les presta la menor atención.
Corrupción también es la falta de respeto por la
vida, la desnaturalización del matrimonio y de la familia, el desequilibrio
social, que hace que unos derrochen a manos llenas y otros se mueran de
necesidad. Corrupción es el exceso de una libertad mal entendida y la excesiva permisividad
que caracteriza a nuestra sociedad; corrupción es la falta de respeto a la
dignidad humana y la manipulación de los medios de comunicación al servicio de
los intereses adulterados y no de la verdad; corrupción es desviar al hombre de
su proyección trascendente y convertirlo en un consumidor empedernido, corrupción
en fin es hacer del hombre dueño y señor por encima del bien y del mal, convirtiéndole
en una especie de dios.
De estos tipos de corrupción y de otros muchos
inscritos en el orden moral nada quieren saber los partidos que hoy están
disputándose el poder; aún así todos ellos se sienten llamados a ser los
artífices de una regeneración moral “Light”, una regeneración moral sin
exigencias, que prácticamente dejan las cosas como estaban. Ningún político ha
sido lo suficientemente sincero como para reconocer que desde el relativismo es
imposible de superar la crisis de valores que adolece nuestra sociedad y ésta
es la cuestión.
Se nos seguirá hablando hasta la saciedad y el
aburrimiento de los valores de la derecha y de los valores de la izquierda,
tratando cada partido de arrimar el ascua a su sardina; pero no es de esta
moral partidista de la que estamos necesitados, mucho menos cuando las ideologías
están cayendo en desuso. Lo que hoy se necesita no es ser más de derechas o ser
más de izquierdas, sino ser más hombre, más persona, ser más interiormente
libre, más digno, más plenamente humano, que es lo que siempre ha pretendido esa
moral exigente, que desgraciadamente hemos olvidado y es urgente que
recuperemos cuanto antes. Si no es así entonces la regeneración ética se hará
imposible.
Feliz Día.
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