“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G. K. Chesterton).
Hoy el amanecer habrá sido a las 06:39 horas y el
sol permanecerá con nosotros hasta las 21:18, solo un minuto más por la tarde,
pero lo suficiente para que ya notemos lo largo que es el día.
Hace unas semanas mientras me encontraba en medio
de una carrera, en una fuerte subida y un calor al que no estaba aún
acostumbrado, y me vino una pregunta que hacía muchos años que no me hacía: “Bueno,
y yo, tonto de mí, ¿qué estoy haciendo aquí?” En ese momento no tenía tiempo
para pensar mucho pues solo quería que esa subida terminase lo antes posible,
ya la contestaría más tarde.
Después, en el viaje de vuelta encontré la
respuesta, ya la sabia de todas formas, tenía un objetivo que alcanzar y para
ello tenía que pasar por momentos duros y difíciles. Esas reflexiones me llevaron
necesariamente a las siguientes: ¿Y sé qué hago yo, no en el sufrimiento de una
subida en una carrera, sino en la vida? ¿Soy producto del azar, un resultante
biológico, algo casual? ¿Tiene mi vida alguna dirección, algún plan, algún
propósito?
Preguntas como éstas supongo que nos las planteamos
cualquiera de nosotros cuando nos ponemos a pensar con un poco de sensatez. Y
son preguntas que muchas veces las personas dejan sin respuesta. Algunos desanimados por
considerarlas imposibles de resolver. Otras veces, la respuesta que se
encuentra es limitada, temporal, y por ello, insuficiente para la solución del problema.
Recuerdo, por ejemplo, mis primeras respuestas: “para ser feliz”, quizá también
para llegar a ser alguien en la vida o para formar una familia.
A veces los hombres pensamos que podríamos ser
felices si consiguiéramos todo lo que
deseamos. Pero cuando lo obtenemos -riqueza, poder y salud; una familia generosa
y amigos leales-, encontramos que aún nos falta algo. Todavía no somos verdaderamente
felices. Siempre queda algo que nuestro corazón anhela.
Hay personas más sabias que saben que el bienestar
material es un objetivo que decepciona. Con frecuencia, los bienes materiales
son como agua salada para el sediento, que en vez de satisfacer el ansia de felicidad,
la intensifica. Estos sabios han descubierto que el corazón del hombre no se
sacia con bienes finitos, ni aunque los posea en enorme abundancia.
Y es que el corazón del hombre está hecho, nos
dicen, para felicidades insospechadas: su coeficiente de dilatación no está limitado.
Por eso la posesión de lo material no responde, y nuestra experiencia lo
confirma, a esas preguntas fundamentales para nuestra vida.
La respuesta que normalmente damos por buena es la búsqueda
de la felicidad, pero, ¿en qué consiste la felicidad que estamos buscando?
Quizá nos ayude a entenderla si recordamos alguno de los instantes en los que hemos
dicho: ¡si este instante no acabara nunca!” Ese momento que no olvidaremos
nunca y que es uno de los momentos más felices de nuestra vida.
Porque la felicidad que buscamos es exactamente ese
instante mantenido infinitamente en el tiempo. Una felicidad, que una vez
alcanzada, no se perdiera nunca. Eso es lo estupendo: que nunca termina. Una
felicidad que nadie nos la pueda arrebatar. Qué este asegurada para siempre.
¿Qué no es posible encontrar esa felicidad? Pues
si, es posible.
Feliz Día.
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