“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G. K. Chesterton).
Vamos a tener sol desde las 06:43 horas hasta las 21:12,
en un día que espero que sea un buen día, y no lo digo por decir sino que de
verdad quiero expresar lo que dicen mis palabras, ya se que hoy en día el
lenguaje no esta valorado pues estamos acostumbrados a oír palabras que nada
tienen que ver con su significado real.
A ninguno de nosotros nos extraña que hoy en día el
lenguaje haya pasado a formar parte de una costumbre minusvalorada. Ya no nos
damos cuenta de la importancia que tiene. Hemos empezado a no darle importancia
y las consecuencias las vemos todos los días, sin ir más lejos ayer en el
Congreso de los Diputados.
Muchos de los problemas de fondo que hay en temas actuales
como la eutanasia, el aborto o el reclamo de reconocimiento de uniones de
hecho, entre otras muchas, es, en buena medida, una cuestión de lenguaje o, más
propiamente, de mal empleo que de él se hace.
No hay peor manera de degradarlo,
mancillarlo y despojarlo de su dignidad que a través de la mentira. Y es que el
lenguaje, la palabra, tiene vocación de verdad y es en decir verdad donde encuentra
su plenitud.
Es evidente que somos capaces de pensar. Hablamos,
expresamos nuestros pensamientos mediante palabras y de este modo nos
comunicamos. Hablar es una característica propiamente humana. Los animales se
comunican por medio de signos pero no hablan: usan un lenguaje fijo e
inmutable: la oveja bala, la vaca muge, el gallo quiquiriquea, pero siempre de
la misma manera en todo el mundo. El lenguaje humano cambia de pueblo a pueblo,
de lugar a lugar, de época a época. El lenguaje animal es natural, el humano
convencional, se aprende.
Cuando hablamos, nuestras palabras deben expresar
la verdad, de ahí la dignidad del lenguaje, lo que nos exige llamar a las cosas
por su nombre y no ocultar su riqueza y rigor, hay que reivindicar la palabra y
el lenguaje; llamar a las cosas con su nombre y no adornarlas, atenuarlas o
sofocarlas so pretexto de no ofender.
Quizás, si cada vez que hablásemos nos asombráramos
de nuestra capacidad para comunicarnos y sintiéramos como un don el poder
expresarnos, sabríamos del valor de pronunciar un simple “hola”, un “te quiero,
un saludo a través del lenguaje que nos es habitual.
El
asombrarnos cada vez que pronunciamos una palabra para que nos entiendan, y que
nos entiendan, debería ser un asunto de todos los días. No podemos
caer en el vacío de la irreflexión en la cual se da por supuesto lo que tenemos
y nos hace vaciar, incluso sin darnos cuenta, de valor a todo lo que
tenemos.
Las palabras lo soportan todo, la naturaleza no.
Podemos decir que existen los círculos cuadrados aunque no sea verdad pero eso
es comenzar, luego ya sabemos dónde se termina, llamando muerte dulce a la
eutanasia, interrupción del embarazo a los abortos o matrimonio a las uniones
homosexuales, todo en nombre de una manipulación que busca abiertamente los
intereses particulares y no la plenitud de verdad que las palabras entrañan en
correspondencia a esas verdades de fondo.
Bastaría considerar el valor y dignidad del
lenguaje además de una mayor reflexión antes de dejar que cualquier palabra
salga de nuestra boca. Esto, claro esta comporta un control, una reflexión
previa. Tener la intención de hacerlo ya sería una gran ganancia. Llevarlo a
cabo, será una meta en la que tendremos que empeñarnos todos los días.
Feliz Día.
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