“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G. K. Chesterton).
Vamos a disfrutar de un día, espero que
esplendoroso, gracias al sol que nos alumbrará desde las 06:48 horas hasta las 21:06
horas, todos dicen que bajarán las temperaturas a lo largo de este miércoles
pero no lo veo tan claro a estas horas.
Ya sabia que hablar de tolerancia me iba a permitir
unas tardes de tertulia con bastante animación, y es que da mucho que hablar,
pues se entiende de muchas maneras, por ejemplo: ¿podemos decir en serio que,
para ser tolerante, debemos aceptar todas las opiniones que puedan verterse en
un debate?
Hoy en día es bastante normal que consideremos como
algo normal e innegable que “toda opinión es digna de respeto”, y se suele
decir que es un intolerante quien afirme que no siempre las opiniones merecen
respeto. ¿Es justo ese reproche? Hemos tenido en cuenta que una opinión es
respetable, honorable, digna de estima, si responde al papel que una persona
debe jugar en la comunidad a la que pertenece.
Veamos, la persona se desarrolla creando vida de
comunidad o sea procurando que la sociedad en la que vive sea cada vez mejor.
Al hablar, al actuar, al escribir, al realizar cualquier acción dirigida a los
demás, las personas debemos intentar que nuestra actividad ayude a que la vida
en común sea cada día mejor. Imaginaos que hablo en público de un tema
importante para la sociedad en la que vivo, un tema que no conozco, y que digo
algunas cosas falsas. Esa falsedad está contribuyendo a desorientar a los que
me oyen.
Tal desorientación los está alejando de la verdad y
no les permite conocer la realidad, que es una condición indispensable para que
se desarrollen plenamente. Al hablar de algo que no me he tomado la molestia de
estudiar a fondo, colaboro a que mi comunidad funcione mal. Por tanto, esa
opinión mía no resulta respetable, sino, más bien, digna de reprobación, en
primer lugar por mí mismo. No hice bien en permitirme la libertad de hablar. Actuaron
correctamente quienes me otorgaron la libertad para expresarme, nadie ha
restringido mi libertad, pero soy yo el que debo acotar el ámbito de mi
libertad de maniobra.
No puedo maniobrar a mi antojo: hablar de un tema u
otro, de una forma u otra, con preparación o sin ella. Si pensamos un poco nos
daremos cuenta que he de comprar mi libertad de hablar a un precio muy alto: el
precio de prepararme a fondo para ello. Esa renuncia a una parte de mi libertad
de maniobra (libertad de actuar a mi antojo) supone para mí una ganancia: con
ello me hago libre interiormente, libre para ser creativo, para crear una
relación fecunda con los demás. Es curioso y aleccionador: Al limitar de esa
forma mi libertad, es cuando me muevo con auténtica libertad, con soltura y
dominio.
Visto el mismo asunto desde la perspectiva del
oyente, preguntémonos ahora si tiene sentido tolerar que se invada la opinión
pública con ideas expuestas por personas no versadas en el asunto. En cuanto un
incompetente empieza a expresarse, una persona bien formada advierte sin
dificultad que se limita a ver la cuestión desde fuera, sin rigor alguno, sin
conocimiento de los mil y un pormenores que implica.
¿Está obligada, en virtud de la exigencia de ser
tolerante, a tomar en consideración cuanto esa persona tenga a bien decir, y
considerarlo como "digno de respeto"?
Si por respeto se entiende que no le insulte, no le
afee públicamente su ignorancia, no le expulse del lugar de reunión, es obvio
que debe respetar tales opiniones. Pero nadie me negará que están lejos de ser
"respetables", en el sentido de que merezcan ser tomadas en serio y
analizadas con detenimiento.
Ha de tenerse muy en cuenta la situación en la que
se habla. Expresar una opinión arriesgada ante un público bien preparado no
encierra riesgo alguno, a no ser el de recibir un buen correctivo en el momento
del coloquio si la espectacularidad de la idea expresada no va unida con una
sólida fundamentación de la misma.
Esa misma idea, transmitida a un público
multitudinario y heterogéneo, por ejemplo en los mítines políticos puede ser
causa de graves malentendidos y contribuir a incrementar el desconcierto de las
personas. Es muy posible que no sea prudente y, por tanto, respetable, dar ese
tipo de difusión a dicha idea.
Si queremos lo mejor para nuestra comunidad, sobre
todo de sus capas más necesitadas culturalmente, nos debemos limitar nuestra
libertad de maniobra y ajustar nuestras declaraciones. Este ajuste no niega la
libertad de expresión. Al contrario, la hace fecunda, y la justifica. Proclamar
que "la libertad de expresión es absoluta" sin realizar las debidas
matizaciones no es un ejemplo de rigor mental.
Feliz Día.
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