miércoles, 15 de mayo de 2019

Miércoles 15 de mayo de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton).  

Vamos a disfrutar de un día, espero que esplendoroso, gracias al sol que nos alumbrará desde las 06:48 horas hasta las 21:06 horas, todos dicen que bajarán las temperaturas a lo largo de este miércoles pero no lo veo tan claro a estas horas.
Ya sabia que hablar de tolerancia me iba a permitir unas tardes de tertulia con bastante animación, y es que da mucho que hablar, pues se entiende de muchas maneras, por ejemplo: ¿podemos decir en serio que, para ser tolerante, debemos aceptar todas las opiniones que puedan verterse en un debate?
Hoy en día es bastante normal que consideremos como algo normal e innegable que “toda opinión es digna de respeto”, y se suele decir que es un intolerante quien afirme que no siempre las opiniones merecen respeto. ¿Es justo ese reproche? Hemos tenido en cuenta que una opinión es respetable, honorable, digna de estima, si responde al papel que una persona debe jugar en la comunidad a la que pertenece.
Veamos, la persona se desarrolla creando vida de comunidad o sea procurando que la sociedad en la que vive sea cada vez mejor. Al hablar, al actuar, al escribir, al realizar cualquier acción dirigida a los demás, las personas debemos intentar que nuestra actividad ayude a que la vida en común sea cada día mejor. Imaginaos que hablo en público de un tema importante para la sociedad en la que vivo, un tema que no conozco, y que digo algunas cosas falsas. Esa falsedad está contribuyendo a desorientar a los que me oyen.
Tal desorientación los está alejando de la verdad y no les permite conocer la realidad, que es una condición indispensable para que se desarrollen plenamente. Al hablar de algo que no me he tomado la molestia de estudiar a fondo, colaboro a que mi comunidad funcione mal. Por tanto, esa opinión mía no resulta respetable, sino, más bien, digna de reprobación, en primer lugar por mí mismo. No hice bien en permitirme la libertad de hablar. Actuaron correctamente quienes me otorgaron la libertad para expresarme, nadie ha restringido mi libertad, pero soy yo el que debo acotar el ámbito de mi libertad de maniobra.
No puedo maniobrar a mi antojo: hablar de un tema u otro, de una forma u otra, con preparación o sin ella. Si pensamos un poco nos daremos cuenta que he de comprar mi libertad de hablar a un precio muy alto: el precio de prepararme a fondo para ello. Esa renuncia a una parte de mi libertad de maniobra (libertad de actuar a mi antojo) supone para mí una ganancia: con ello me hago libre interiormente, libre para ser creativo, para crear una relación fecunda con los demás. Es curioso y aleccionador: Al limitar de esa forma mi libertad, es cuando me muevo con auténtica libertad, con soltura y dominio.
Visto el mismo asunto desde la perspectiva del oyente, preguntémonos ahora si tiene sentido tolerar que se invada la opinión pública con ideas expuestas por personas no versadas en el asunto. En cuanto un incompetente empieza a expresarse, una persona bien formada advierte sin dificultad que se limita a ver la cuestión desde fuera, sin rigor alguno, sin conocimiento de los mil y un pormenores que implica.
¿Está obligada, en virtud de la exigencia de ser tolerante, a tomar en consideración cuanto esa persona tenga a bien decir, y considerarlo como "digno de respeto"?
Si por respeto se entiende que no le insulte, no le afee públicamente su ignorancia, no le expulse del lugar de reunión, es obvio que debe respetar tales opiniones. Pero nadie me negará que están lejos de ser "respetables", en el sentido de que merezcan ser tomadas en serio y analizadas con detenimiento.
Ha de tenerse muy en cuenta la situación en la que se habla. Expresar una opinión arriesgada ante un público bien preparado no encierra riesgo alguno, a no ser el de recibir un buen correctivo en el momento del coloquio si la espectacularidad de la idea expresada no va unida con una sólida fundamentación de la misma.
Esa misma idea, transmitida a un público multitudinario y heterogéneo, por ejemplo en los mítines políticos puede ser causa de graves malentendidos y contribuir a incrementar el desconcierto de las personas. Es muy posible que no sea prudente y, por tanto, respetable, dar ese tipo de difusión a dicha idea.
Si queremos lo mejor para nuestra comunidad, sobre todo de sus capas más necesitadas culturalmente, nos debemos limitar nuestra libertad de maniobra y ajustar nuestras declaraciones. Este ajuste no niega la libertad de expresión. Al contrario, la hace fecunda, y la justifica. Proclamar que "la libertad de expresión es absoluta" sin realizar las debidas matizaciones no es un ejemplo de rigor mental.

Feliz Día.

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