“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G. K. Chesterton).
Hoy el sol va a repetir el mismo horario que ayer,
supongo que se ha tomado un descanso para “coger carrerilla” con el fin de
acelerar su supremacía sobre la noche, desde las 06:41 horas hasta las 21:14 va
a intentar alumbrarnos, lo que no será fácil.
Ya estamos otra vez en un día de reflexión, así que
vamos a ver si acertamos con el voto y se lo damos a quien a nuestro parecer más
se lo merezca, aunque yo como siempre lo tendré complicado.
Sigo encontrando dificultades para encontrar un
programa político que, comparado con mis ideas, no necesite depurarse,
rectificarse y mejorarse. Así que, dado que no hay un partido que pueda
identificarse o, al menos, aproximarse a mis ideas, lo lógico sería no votar.
Pero no votar, en la mayoría de los casos, es la peor de las opciones.
Entonces tengo guiarme o bien por elegir el mal
menor o por el del bien posible. Está claro que el mal menor es un mal, pero también es verdad que evita males peores y, en la medida en que evita lo peor,
es un bien. Con el bien posible sucede que no es el bien ideal, es el bien que
es fácil que se pueda alcanzar. Por tanto, es un bien parcial, en el que no se
excluye que haya algún aspecto menos bueno.
Como veis no es fácil, cada persona debería votar
de acuerdo con su conciencia. Y, en la conciencia juegan un papel determinante muchas
convicciones personales. Pero suele darse el caso de que, desde distintas
convicciones, se pueden lograr acuerdos en muchas cosas concretas. Lo contrario
también es verdad: desde una misma convicción pueden seguirse aplicaciones
concretas divergentes.
Votar no es fácil, tenemos que tomar una decisión
importante y no nos lo ponen fácil pues, todos lo sabemos, en estos días, todo
son “promesas”, muchas de ellas sabemos que no nos llevan a ningún lugar. Todos
los candidatos prometen sus buenas gestiones, prometen, prometen y prometen.
Las palabras lo aguantan todo, hasta la más obvia
contradicción. Pronunciar ciertas palabras, afirmaciones, opiniones, es gratuito.
Podemos decir lo que queramos; otro tema es que sea correcto, que coincida con
la realidad, o que se trate de un argumento engañoso o demagógico.
Si dejamos de lado el ámbito político, es frecuente
afirmar y prometer “el oro y el moro”. Pero del dicho al hecho hay un trecho. Hay
que recordar, que toda palabra que digamos o escuchemos es un signo y una
manifestación de la persona que hay detrás, comunica o nos dice lo que late
en esa persona, para bien o para mal. Nos muestra las ideas y convicciones que
revolotean en su mente.
Las promesas han perdido su valor en estos días y
esto nos confunde, pues en demasiadas ocasiones expresan un puro cambio, un
continuo movimiento en las convicciones, que varían igual que una veleta. Todo
cambia, y lo que hoy parece bueno, mañana ya no conviene y dentro de una semana
se ha convertido en una pésima opinión. Damos la razón a que todo fluye, y con
ese movimiento la promesa carece de valor. Puede valer para hoy, a lo mejor;
pero para mañana el agua ya habrá pasado. Si se toma esta actitud ante la vida,
no importa nada. No se toma en serio nada.
Otras veces, y en otras personas, esa promesa es
una promesa romántica, sentimental. Un bello compromiso dicho, tal vez, con
hermosas palabras y a la luz suave de la luna, jurando amor eterno. Cuando la
promesa se queda a este nivel superficial, corre el gran peligro, muy frecuente
si acudimos a la experiencia, de desvanecerse cuando sale el sol.
Deberíamos pensar mucho las palabras cuando
realizamos una promesa, un sí debería de ser un sí, un no debería de ser un no,
todo lo demás es confusión. Las promesas deben ser duraderas y no variables
ante el primer cambio de aire.
Feliz Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario