“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”. (G. K. Chesterton)
El otro día mientras paseaba en mi
bicicleta me puse a pensar que a pesar de que son muchas las variedades de animales
que se desplazan por la superficie de la tierra a ninguna se le ha ocurrido la
idea de la rueda.
Pensaba en animales que se arrastran, los
que mueven las aletas para nadar, o las alas para desplazarse en el aire y en
los que caminan o correr.
¿Nos falla la naturaleza? Por lo general
la naturaleza nos sirve cómo inspiración por la forma en que resuelve los
problemas, ya que suele optimizar los recursos y la energía que consume, y sin
embargo el método más difundido en el hombre para desplazarse es la rueda y
ningún animal la utiliza.
No soy muy bueno en física y no puedo
explicar bien las ventajas de la rueda, pero todos sabemos por nuestra
experiencia las ventajas que encontramos en ella cuando nos desplazamos en
bicicleta. Esto es evidente también para todo él que ha paseado un carro de la
compra por un supermercado o empujado una silla de ruedas. Tenemos experiencia
de ello, seguro.
Entonces, si funciona tan bien, hay que
preguntarse por qué no lo ha desarrollado ningún animal. Y he estado pensando
en ello.
Ya sé que existen restricciones
evolutivas, pero a dónde quiero ir a parar es que las ruedas para que sean
realmente útiles necesitan de otro elemento muy importante, el suelo por dónde
se tienen que desplazar, o sea los caminos, las carreteras y en nuestro caso
los carriles bici.
Es por tanto una condición interesante para usar la bicicleta de forma masiva, la posibilidad de disponer de unas
vías por las cuales se puedan utilizar. Y, esto, amigos míos necesita de algo
más, de una condición de la que los animales carecen. Los animales construyen
infraestructuras mayoritariamente para beneficio propio, como los nidos o las
telarañas y si otro animal las quiere utilizar se defienden por instinto,
y desarrollar carreteras o carriles bici no puede ser un acto egoísta.
En un carril bici se invierten recursos y
energía, pero se extienden de modo que no es posible usarlos sólo para provecho
particular. Por eso, construirlas implica asumir que pueden serle útiles a
cualquiera. Los carriles bici son un ejemplo de cómo conseguimos un
beneficio abierto de un esfuerzo particular. El invento de la rueda nos
recuerda nuestra capacidad de romper moldes cuando descubrimos de lo que somos
capaces de hacer.
Podemos ser tremendamente creativos y deberíamos
poner esa creatividad al servicio de los demás, buscando un beneficio para
todos.
En fin, esperemos encontrar muchos y
buenos carriles bici en nuestra ruta hasta Roma.
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