¡¡¡Buenos días, amigos!!!
Después
de la ausencia de ayer, volvemos otra vez a dar los “Buenos días”.
Me
parece que fue hace unos días cuando me refería al problema de centrar en la
economía toda nuestra vida y ver en ella el motivo por el cual todo se mueve en
nuestra sociedad.
Y, me
gustaría aclarar que el problema no lo veo en tener una base económica, ni el dinero,
sino en codiciarlo, en querer acumularlo en cualquiera de sus formas. Lo grave
es el afán de riquezas, el subordinarlo todo a obtener más ingresos. Veo
en el dinero es una herramienta económica útil, que nos sirve para realizar
intercambios. Pero nosotros organizamos nuestra economía de modo
que el afán de tener más es su motor y su fin último.
Con
esto lo que estoy diciendo es que una sociedad que pone por delante el afán de
riquezas, la codicia, la avidez por tener más, es muy difícil que pueda ser
solidaria y pueda crear bondad. Si la necesidad de tener más es la base de
todos los males, podemos deducir que muchos de los problemas que tenemos en la
actualidad tienen como origen una organización basada, precisamente en esta
codicia.
Todo
lo anterior me recuerda esa historia mitológica del rey Midas, el que era rey
de Frigia y que le pidió al dios del vino, Dionisio: «Concédeme, dios generoso,
que todo lo que toquen mis manos se convierta de inmediato en oro». Hay muchas historias
mitológicas que pueden mostrarnos varios aspectos de la realidad para que
comprendamos los valores que encierran. Al igual que en la mitología
antigua, hoy nos encontramos con personas que desean poder convertir todo lo
que tocan en oro.
El
pecado de Midas no fue el oro o las posesiones, sino la ambición de que ese
metal preciado pudiera salir de sus manos. Si recordáis la historia sabréis que
prefirió sacrificar su vida y bienestar a costa de la pérdida de toda su
libertad. Midas no era consciente de lo que había sacrificado al hacer esa petición;
había perdido la oportunidad de alimentarse, de sentir, de tocar. Había perdido
todo su ser. Entonces cuando vuelve llorando y avergonzado a los pies del dios
Dionisio para pedirle que eliminara esa maldición y al quedar liberado, Midas
comprende el valor de su vida; ya no miraba las riquezas con el mismo atractivo
La
lección que extraemos es atemporal, resonando no solo en los mitos antiguos,
sino también de lo que ahora también sabemos, de que la verdadera riqueza no se
encuentra en acumular tesoros materiales, sino en apreciar y valorar las
experiencias de la vida, las relaciones con los demás y en vivir de acuerdo con
principios un poco más elevados.
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