“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”. (G. K. Chesterton)
Ya
voy teniendo claro el día en el que voy a comenzar a pedalear hacia Roma, si el
tiempo lo permite será el último fin de semana de este marzo, así que los
nervios pre-viaje ya empiezan a ser evidentes.
A
mí me cuesta decidir, tomar decisiones siempre me ha dado un poco de miedo. Y,
por lo que veo es algo bastante frecuente. Me paso días con todo el material
esparcido por el comedor incapaz de decidir que dejó y que voy a meter en las
alforjas.
La
verdad es que ese miedo a decidir me sucede muchas veces. Lo noto sobre todo
cuando tengo delante varios planes y no deseo renunciar a ninguno. Me imagino
viajando a un lugar, luego a otro… ¡y los dos me parecen interesantes! A menudo
se produce tal situación de nervios que decido retrasar la decisión hasta el
último momento, esperando que con suerte puedan ser compatibles.
En
realidad, no es que no sepa que destino es el mejor, sino que el problema está
en tener que renunciar al otro, sobre todo cuando empiezas a pensar que no
deben de quedar muchos años para continuar viajando. Esa es la dificultad con
la que me encuentro, la renuncia.
Decidir
básicamente es optar por algo y renunciar a lo demás. Y eso cuesta mucho. Sin
embargo, es el mejor sistema para crecer. Ir dedicando tiempo y esfuerzo a lo
realmente interesante y así realizarlo mejor.
Cuando
comience el viaje ya habré tomado la gran mayoría de las decisiones, al menos
las generales, las del día a día ya vendrán, así que no debería de ir cuestionándome
si he acertado o no, solo aceptar que es con ellas con las que tengo que lidiar
e intentar que todo me salga lo mejor posible.
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