¡Buenos días, amigos!
No
está muy de moda defender los muros y sin embargo son los que protegen a los niños
para que jueguen tranquilos y alegres en el recreo y los que nos protegen para
que no nos precipitemos por un barranco. Pero la moda es derruirlos y construir
puentes.
Para
aclararnos un poco, es interesante que antes pensemos un poco en lo que se
viene llamando la doctrina de la subsidiaridad. Una palabra muy olvidada y que
conviene recordar, la idea es que una autoridad central debe tener una función
subsidiaria, desempeñando únicamente aquellas labores que no pueden realizarse
eficazmente a un nivel más cercano o local, o dicho de otra forma: que los
asuntos de importancia deben gestionarse en diferentes niveles organizativos
adecuados y no deben delegarse en grandes gobiernos centrales.
Después
de recordar mi forma preferida sobre la organización política, voy a intentar
explicar la importancia relativa de los muros y de los puentes.
Yo
pienso que la familia es la unidad fundamental de una sociedad y por lo tanto
de su organización política. Una familia por lo tanto necesita un hogar, y un
hogar necesita paredes. Unas paredes que tienen que proteger del calor y del
frío, pero también mantener alejados a ladrones y otros visitantes indeseados.
De hecho, las paredes podrían no ser suficientes. Poner cerraduras en las
puertas también podría ser prudente.
Las
familias también necesitan puentes para que sus miembros puedan comunicarse con
otras familias. Las puertas son puentes que permiten a la familia visitar a sus
vecinos y que estos los visiten. Pero la puerta es tanto un muro como un
puente, y la familia tiene derecho a restringir el número de vecinos que
permite pasar por ella.
Supongo
que en lo básico estamos de acuerdo en todo lo anterior.
Voy
ahora a la subsidiariedad, esta nos enseña que la familia necesita ser empoderada
y defendida política y económicamente, lo que significa que el gobierno
político y la actividad económica deben estar lo más cerca posible de ese hogar.
En lugar de que el gobierno sea cada vez más grande y, en última instancia, se
globalice, estando cada vez más lejos de las familias y las personas a las que
debe servir, necesitamos activar y revitalizar a los gobiernos locales y
pequeños, y delegar poderes del gobierno central, acercando así el gobierno a
las personas. Esto demostraría un respeto por la dignidad de la persona humana
y la libertad política que esta exige.
En
lugar de que las estructuras económicas no paren de crecer, en última
instancia, se globalicen, con una gestión que se aleja cada vez más de las personas,
necesitamos revitalizar las pequeñas empresas. Esto solo se puede lograr si fortalecemos los gobiernos y las economías locales. Necesitan protección contra
las intrusiones de los monopolios y el centralismo político y económico.
Necesitan ser lo suficientemente fuertes como para protegerse de los grandes
poderes que quieren controlarlas. Necesitan "muros" económicos y
políticos en forma de leyes que favorezcan gobiernos y economías locales
fuertes.
Y
lo que es cierto para las familias y los gobiernos locales frente a los excesos
del gobierno central, es cierto para esos mismos gobiernos centrales frente a
los excesos del globalismo corporativo y político.
Y
ahora, no tengo más remedio que añadir otra palabra a este escrito que tampoco está
muy de moda, el soberanismo. Y es que el soberanismo, es la creencia de
que la preservación de la soberanía nacional de cada nación protege al mundo de
la tiranía del globalismo, es en sí mismo una expresión de subsidiariedad. Como
establece el principio de subsidiariedad, el poder político debe gestionarse en
múltiples niveles de organización adecuados y no debe delegarse en grandes
gobiernos centrales. Por lo tanto, los gobiernos nacionales son entidades
políticas más locales que globales. Estas entidades globales, si es necesario
que existan, deberían tener una función subsidiaria, desempeñando únicamente
aquellas tareas que no pueden realizarse eficazmente a nivel nacional.
Tampoco
tengo más remedio ahora que recordar a Aleksander Solzhenitsyn cuando dijo: “Últimamente se ha puesto de moda
hablar de la nivelación de las naciones… De la desaparición de los pueblos
individuales en el crisol de la civilización moderna. No estoy de acuerdo… La
desaparición de las naciones nos empobrecería tanto como si todos los hombres
se volvieran iguales, con una sola personalidad y un solo rostro. Las naciones
son la riqueza de la humanidad, sus personalidades generalizadas; la más
pequeña de ellas posee su propia coloración única y alberga en sí misma una
faceta única del diseño de Dios”.
La
sabiduría de Solzhenitsyn nos recuerda que las múltiples naciones del mundo son
ejemplares únicos que están amenazadas de destrucción por los esfuerzos de los
globalistas por arrancarlas de raíz para que sean reemplazadas por un
monocultivo monstruoso y monótono.
Para
evitar la pesadilla de un globalismo universal, es necesario preservar y
proteger a las naciones. Esto implica que deben ser capaces de preservar y
proteger sus fronteras físicas y económicas. Deben poder decidir el número de
migrantes que pueden entrar al país y proteger las fronteras para que las
personas no puedan entrar ilegalmente. También deben poder decidir los tipos y
niveles de comercio con otros países, protegiendo la economía nacional
promoviendo un comercio que la fortalezca y no la debilite. Dicha protección
constituye, sin duda, un muro, pero es un muro que cumple la misma función que
el muro que protege el hogar familiar.
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