miércoles, 19 de marzo de 2025

¡Buenos días, amigos! 19/03/25.

     ¡Buenos días, amigos!

No está muy de moda defender los muros y sin embargo son los que protegen a los niños para que jueguen tranquilos y alegres en el recreo y los que nos protegen para que no nos precipitemos por un barranco. Pero la moda es derruirlos y construir puentes. 

Para aclararnos un poco, es interesante que antes pensemos un poco en lo que se viene llamando la doctrina de la subsidiaridad. Una palabra muy olvidada y que conviene recordar, la idea es que una autoridad central debe tener una función subsidiaria, desempeñando únicamente aquellas labores que no pueden realizarse eficazmente a un nivel más cercano o local, o dicho de otra forma: que los asuntos de importancia deben gestionarse en diferentes niveles organizativos adecuados y no deben delegarse en grandes gobiernos centrales.

Después de recordar mi forma preferida sobre la organización política, voy a intentar explicar la importancia relativa de los muros y de los puentes.

Yo pienso que la familia es la unidad fundamental de una sociedad y por lo tanto de su organización política. Una familia por lo tanto necesita un hogar, y un hogar necesita paredes. Unas paredes que tienen que proteger del calor y del frío, pero también mantener alejados a ladrones y otros visitantes indeseados. De hecho, las paredes podrían no ser suficientes. Poner cerraduras en las puertas también podría ser prudente.

Las familias también necesitan puentes para que sus miembros puedan comunicarse con otras familias. Las puertas son puentes que permiten a la familia visitar a sus vecinos y que estos los visiten. Pero la puerta es tanto un muro como un puente, y la familia tiene derecho a restringir el número de vecinos que permite pasar por ella.

Supongo que en lo básico estamos de acuerdo en todo lo anterior.

Voy ahora a la subsidiariedad, esta nos enseña que la familia necesita ser empoderada y defendida política y económicamente, lo que significa que el gobierno político y la actividad económica deben estar lo más cerca posible de ese hogar. En lugar de que el gobierno sea cada vez más grande y, en última instancia, se globalice, estando cada vez más lejos de las familias y las personas a las que debe servir, necesitamos activar y revitalizar a los gobiernos locales y pequeños, y delegar poderes del gobierno central, acercando así el gobierno a las personas. Esto demostraría un respeto por la dignidad de la persona humana y la libertad política que esta exige.

En lugar de que las estructuras económicas no paren de crecer, en última instancia, se globalicen, con una gestión que se aleja cada vez más de las personas, necesitamos revitalizar las pequeñas empresas. Esto solo se puede lograr si fortalecemos los gobiernos y las economías locales. Necesitan protección contra las intrusiones de los monopolios y el centralismo político y económico. Necesitan ser lo suficientemente fuertes como para protegerse de los grandes poderes que quieren controlarlas. Necesitan "muros" económicos y políticos en forma de leyes que favorezcan gobiernos y economías locales fuertes.

Y lo que es cierto para las familias y los gobiernos locales frente a los excesos del gobierno central, es cierto para esos mismos gobiernos centrales frente a los excesos del globalismo corporativo y político.

Y ahora, no tengo más remedio que añadir otra palabra a este escrito que tampoco está muy de moda, el soberanismo. Y es que el soberanismo, es la creencia de que la preservación de la soberanía nacional de cada nación protege al mundo de la tiranía del globalismo, es en sí mismo una expresión de subsidiariedad. Como establece el principio de subsidiariedad, el poder político debe gestionarse en múltiples niveles de organización adecuados y no debe delegarse en grandes gobiernos centrales. Por lo tanto, los gobiernos nacionales son entidades políticas más locales que globales. Estas entidades globales, si es necesario que existan, deberían tener una función subsidiaria, desempeñando únicamente aquellas tareas que no pueden realizarse eficazmente a nivel nacional.

Tampoco tengo más remedio ahora que recordar a Aleksander Solzhenitsyn cuando dijo: “Últimamente se ha puesto de moda hablar de la nivelación de las naciones… De la desaparición de los pueblos individuales en el crisol de la civilización moderna. No estoy de acuerdo… La desaparición de las naciones nos empobrecería tanto como si todos los hombres se volvieran iguales, con una sola personalidad y un solo rostro. Las naciones son la riqueza de la humanidad, sus personalidades generalizadas; la más pequeña de ellas posee su propia coloración única y alberga en sí misma una faceta única del diseño de Dios”.

La sabiduría de Solzhenitsyn nos recuerda que las múltiples naciones del mundo son ejemplares únicos que están amenazadas de destrucción por los esfuerzos de los globalistas por arrancarlas de raíz para que sean reemplazadas por un monocultivo monstruoso y monótono.

Para evitar la pesadilla de un globalismo universal, es necesario preservar y proteger a las naciones. Esto implica que deben ser capaces de preservar y proteger sus fronteras físicas y económicas. Deben poder decidir el número de migrantes que pueden entrar al país y proteger las fronteras para que las personas no puedan entrar ilegalmente. También deben poder decidir los tipos y niveles de comercio con otros países, protegiendo la economía nacional promoviendo un comercio que la fortalezca y no la debilite. Dicha protección constituye, sin duda, un muro, pero es un muro que cumple la misma función que el muro que protege el hogar familiar.

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