¡Buenos días, amigos!
Muchas
veces los buenos principios los tenemos que ir revisando de vez en cuando para
que no se nos desboquen y acaben siendo lo contrario de lo que quisiéramos.
Un
ejemplo lo tenemos en la importancia del esfuerzo y el mérito en la economía
actual. Todos tenemos claro que si nos esforzarnos en algo nos permitirá
conseguir una recompensa. Las cosas se consiguen por méritos propios,
nadie nos va a regalar nada. Esto está bien. Así, llegamos a la conclusión
de que las personas que vemos como triunfadoras en el mundo económico de
nuestra sociedad, lo son gracias a que se han esforzado, gracias a que sus
trabajos y sus desvelos los han llevado a obtener aquello que deseaban.
Organizamos
nuestra sociedad basándonos en el mérito y así es como la entendemos. La
estructura de la sociedad intenta organizarse de modo que aquellos que hagan
los méritos suficientes obtengan su debida recompensa. Tenemos así una
relación que consideramos como justa ya que, ante un esfuerzo, se logra una
compensación.
Esta
ordenación del mérito parece lógica y la mayoría de vosotros estaréis de
acuerdo en que es justa. Sin embargo, y aquí comienzan los problemas, cuando
todo se construye sobre el mérito, sobre la recompensa debida, sobre
la compensación necesaria, nuestra sociedad va a perder su capacidad de
agradecimiento y de compasión.
Cuando
organizamos nuestra vida basándonos en el mérito, exigiremos a la sociedad y a
los demás que nos den lo que nos corresponde. Y la gratuidad y el
agradecimiento no entran a formar parte en esta manera de ver la sociedad. Lo
que prima es la exigencia de lo debido, la necesidad de ser compensado, de
recibir aquello que me corresponda a lo que yo he dado o voy a dar.
Así,
nos olvidamos de que la suerte tiene algo que ver en lo que somos y de lo que vivimos,
a que alguien nos ha ayudado o nos ha dado algo sin que correspondamos
nosotros, renunciamos a una sociedad que esté pensada y estructurada a
nuestro servicio y que nos permite un abanico de posibilidades que no podríamos
tener si esta no existiese, nos resultará muy complicado ser agradecidos si entendemos
que todo lo que tenemos es la justa recompensa a nuestros esfuerzos.
De
ahí, esa dificultad que nos impide aceptar las cosas malas que nos suceden. Las
consideramos injustas y que no son un justo pago a nuestros esfuerzos. Nos
preguntamos ¿cómo me puede haber sucedido esto a mí?
Porque
no aceptamos el misterio de la vida, la sorpresa, lo que recibimos de los
otros, no somos agradecidos por lo no merecido, aceptamos difícilmente la
gratuidad, nos cerramos a la felicidad de sentirse afortunado… Solo cabe
la rendición de cuentas, la equivalencia entre lo dado y lo recibido, el mérito
y el merecimiento.
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