miércoles, 3 de abril de 2019

Miércoles 3 de abril de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton). 

Después de aproximadamente una semana, en la que nos hemos dedicado a  mantener viva nuestra afición a la carrera a pie, volvemos a nuestras costumbres habituales. Hoy el sol nos saldrá a las 07:42 horas y nos acompañará hasta las 20:26.
Mucha gente, tal vez por haber sido educados así, pensamos que tenemos el derecho de poseer todo lo que conseguimos honradamente, ya sea por medio de nuestro trabajo o de otra forma. No importa lo grande o pequeño que pueda ser lo que hemos conseguido, es nuestro, con tal de que no defraudemos a nadie. Esto es parcialmente cierto, y aquí se necesita  matizar  mucho.
Hay que pensar hasta que punto todo lo que adquirimos honradamente a través de nuestro propio y duro trabajo es nuestro sin más. Si recapacitamos, vemos que no somos como islas y que no andamos solos por la vida, y que debemos considerar que el bienestar de los otros no es algo que pueda ser moralmente opcional. Es un error por nuestra parte pensar que todo lo que podemos poseer a través de nuestro propio y duro trabajo es nuestro por derecho. Pensar de este modo es vivir la vida sin contemplarla en su totalidad.
Afirmar que se tiene derecho a la posesión individual y a la propiedad privada no impide que existan unos límites morales sobre la absoluta posesión de la riqueza y de la propiedad. No somos individuos solitarios sino que existimos en comunidad: una comunidad que tiene derechos sobre nosotros. Nadie consigue ninguna riqueza por su propia cuenta, se necesita reconocer que lo que se ha acumulado  es el resultado no sólo de nuestro trabajo sino también de la infraestructura de la sociedad entera en la que vivimos. En consecuencia, lo que hemos acumulado no es totalmente nuestro, como si nuestro duro trabajo lo hubiéramos alcanzado solos.
Si vamos un poco más lejos en nuestro razonamiento, nos daremos cuenta que podemos llegar a creer, pienso que ingenuamente, que cada uno de nosotros merece todo lo que consigue, pues mucha gente imagina que los recursos y las oportunidades y la capacidad para realizar algunas tareas están libremente disponibles para todos, que tales recursos son muy abundantes, que no existe ningún elemento de suerte que pueda alterar negativamente a aquellos que se esfuerzan por tener éxito pero tristemente fracasan aunque no sea por su culpa. El nacer con una posición económica determinada es solo cuestión de suerte.  
Pero esperad; puede que estéis pensando: ¿Qué supone entonces el mérito? ¿Qué hay de todos esos que han trabajado y se han fatigado y levantado sobre sus pies para mejorar sus vidas y las de sus familias? Esta es una importante pregunta, en verdad. Mucha gente trabaja duramente por su dinero y se merece retener lo que gana. Pero existe una especie de velo en la opulencia que asume que todos jugamos en la misma división, que no existe una adversidad que marca a muchas personas.
En justicia, los bienes que existen deberían distribuirse de modo justo para todos. Todos los otros derechos deberían estar subordinados a este principio. Tenemos derecho a la propiedad privada y ninguno puede nunca privarnos de este derecho, pero tal derecho está subordinado al bien común, al hecho de que los bienes están proyectados para todos. La riqueza y las posesiones deben ser entendidas como nuestras para administrarlas más bien que para poseerlas absolutamente.
Para terminar, ninguna persona puede tener excedente si otros no tienen las necesidades básicas. En cualquier acumulación de riqueza y posesiones, tenemos que afrontar perennemente la pregunta: ¿Y todas las demás personas?   

Feliz Día.

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