“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Nos enfrentamos a este viernes con la esperanza de
poder disfrutar de un buen día de primavera, con un sol que nos debería de alumbrar
desde las 07:39 horas hasta las 20:28, o al menos dejarse ver lo suficiente
para que se cumpla nuestro deseo.
He observado una serie de reacciones de muchas
personas hacia algunos hechos y acontecimientos que me llevan a pensar que
están de alguna manera marcados por el odio. Son reacciones a las que no
encuentro ningún sentido, que se sienta antipatía y también aversión hacia algo
lo puedo entender pero que se desee también causarle un mal no lo comprendo.
Es verdad, o al menos me lo parece, que cuando se
pierde el sentido de la vida y no se tiene un camino que seguir, cuando no se
tiene una dirección, cuando en vez de seguir una línea lo que hacemos es ir
dando saltos de unos puntos aislados a otros que no se dirigen a ninguna parte,
cuando solo se valoran las experiencias únicas, cuando se buscan sensaciones
singulares y las emociones fuertes, nos encontramos con que esto nos agrada y que
esta muy bien, pero el problema surge entonces con los intervalos que existen
entre una experiencia y otra, entre los espacios que hay entre los puntos, son
intervalos aislados que se llenan de vacío.
Y aquí, es donde encuentro la raíz de ese odio, nos
lanzamos para llegar lo más rápidamente posible a la siguiente experiencia para
abandonar ese vacío, la buscamos con desesperación. Buscamos a toda costa
sensaciones nuevas, cambios constantes, cada vez más radicales. Y más rápidos,
cada vez nos duran menos porque no están apoyados en nada. Entonces, si nos
encontramos con situaciones o con personas que tienen un camino que seguir,
personas que no participan de nuestras experiencias pasajeras y que tienen esos
intervalos llenos, nos asustan, pues las vemos como una amenaza a nuestras sensaciones
fuertes y nuestra forma de andar por la vida.
El tener esos espacios vacíos sin tener una sucesión
de puntos tan juntos que formen una línea a seguir introduce a las personas en
un aislamiento de subjetividad que les impide razonar de modo lógico. Les impide
salir del círculo vicioso de sus propias razones, por simples y equivocadas que
sean, y les impide igualmente entender las razones de los demás, por claras y
evidentes que también sean.
Se activa por la imaginación un rencor una y otra
ver, dando vueltas y más vueltas, buscando aliados y exigiendo aprobaciones. Cualquier
nuevo dato se interpreta siempre como una nueva razón para incrementar los
motivos de animadversión. Todo lo que se ve o se escucha es deformado casi
insensiblemente para encajar en un esquema previo de resentimiento y de encono
que, en el fondo, no se está dispuesto a cambiar.
Por eso, en esas actuaciones y declaraciones veo un
odio que es profundamente ignorante. Es un odio que no tiene los datos suficientes
para tener una opinión clara porque no los quiere buscar, porque, para quien
odia, todos los datos se deforman para alimentar ese aborrecimiento, para
hacerlo crecer.
Hace falta un gran esfuerzo para superar y vencer
al odio. Un esfuerzo continuado por entender las cosas desde fuera de la propia
subjetividad. Un empeño duradero por abandonar la dinámica del rencor, por
superar el deseo de vengarse. Una opción personal firme por purificar la
imaginación, por aprender a ponerse en el lugar del otro, por ver con nuevos
ojos el pasado y perdonar de verdad. Si no se hace ese esfuerzo y se mantiene,
si no se construye la vida sobre ese coraje diario del perdón, el simple olvido
se demuestra demasiado débil y demasiado frágil; y cualquier día, desde lo más
profundo del interior del hombre, desde una zona que quizá creía ya cerrada
para siempre, puede subir de nuevo la marea del odio, un torbellino interior
que parece imposible de frenar.
Perdonar es fundamental para observar la realidad
tal como es, para no reescribir la historia en función de los propios traumas y
resentimientos, para relativizar lo que ocupa demasiado en nuestro horizonte
mental y apenas pertenece a la realidad.
Feliz Día.
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