“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Parece que esta refrescando y que vamos a necesitar
la ayuda del sol para que este día sea un buen día de primavera, contaremos con
su inestimable ayuda desde las 07:40 horas hasta las 20:27 horas.
Ayer recordé y repase un libro que leí en su
momento con mucha atención, y que me sirvió para ver muchos aspectos de nuestra
vida de una manera distinta; “The problema
of pain” (El problema del dolor) de
C. S. Lewis. Me descubrió, por extraño y poco relevante que pueda parecer, que
el sufrimiento y el dolor es algo que compartía con todas las personas.
No me estoy refiriendo que, ante la desgracia, tenga
que recurrir al refrán; “mal de muchos consuelo de tontos”, sino el aceptar y
comprender con toda la sencillez posible que el hombre, todo hombre, sea cual
sea su situación o sus circunstancia está como atravesado por el dolor. Se
trata de entender que se puede y se debe ser feliz a pesar de esa presencia
constante del dolor, pues es imposible vivir sin él, pues es una herencia que
hemos recibido todos los hombres sin excepción.
Nos lo dice Lewis, lo peor que nos puede mostrar
nuestro sufrimiento, peor que el dolor mismo es el trampa de pensar que somos
nosotros los únicos que sufrimos, o los que más sufrimos. Lo peor es que el
dolor nos convierta en personas egoístas, en personas que sólo tienen ojos para
mirar hacia los propios sufrimientos. Percibir y descubrir con más profundidad el
dolor de los demás nos permitirá medir y situar mejor el nuestro.
Ya se que no es sencillo dar una respuesta a ese
misterio del dolor. Es verdad que hay algunas explicaciones que nos hacen
vislumbrar su sentido, aunque siempre se nos antojan insuficientes y de podo
alcance ante la tragedia del mal en el mundo, ante el sufrimiento de los
inocentes o el éxito –al menos aparente- de quienes hacen el mal. Es un tema de
reflexión de suma importancia, un enigma en el que a mi modo de ver sólo desde
una perspectiva cristiana se avanza realmente hacia el fondo del problema, pero
ha de ser ésta una reflexión que no nos distraiga de la lucha diaria por
percibir y enjuagar el dolor de los demás, por disminuirlo, por tratar de hacer
de él algo que nos enseñe, que nos haga más fuertes, que no nos destruya.
Me refiero a la batalla contra la desesperanza,
contra ese estado anímico que lacera el alma de tantas personas que no
encuentran sentido a lo que sucede en sus vidas, que les hace arrastrar los
pies del alma, caminar por la vida con el fatalismo sobrecogedor con que un pez
da vueltas y más vueltas dentro de su pequeña pecera.
Un mundo donde no existieran los abusos que cometen
los hombres sobre otros hombres, donde las armas se destruyeran al intentar
usarlas, donde nos quedáramos sin habla al intentar decir mentiras e insultos o
donde no existieran las enfermedades… nos dice Lewis; “En un mundo así, sería
imposible cometer malas acciones, pero eso supondría anular la libertad humana.
Más aún, si lleváramos el principio hasta sus últimas consecuencias,
resultarían imposibles los malos pensamientos, pues la masa cerebral utilizada
para pensar se negaría a cumplir su función cuando intentáramos concebirlos…
Por eso, si tratáramos de excluir del mundo el sufrimiento que acarrea el orden
natural y la existencia de voluntades libres, descubriríamos que para lograrlo
sería preciso suprimir la vida misma”.
Pero esto no nos muestra el sentido del dolor, si
es que lo tiene. Ni demuestra que Dios pueda seguir siendo bueno cuando lo
permite. Para intentar explicar este misterio Lewis recurre a la que quizá sea
la más genial de sus intuiciones. «El dolor, la injusticia y el error, nos dice,
son tres tipos de males con una curiosa diferencia: la injusticia y el error
pueden ser ignorados por el que vive dentro de ellos, mientras que el dolor, en
cambio, no puede ser ignorado, es un mal desenmascarado, inequívoco: toda
persona sabe que algo anda mal cuando ella sufre. Y es que Dios –afirma Lewis–
nos habla por medio de la conciencia, y nos grita por medio de nuestros
dolores: los usa como megáfono para despertar a un mundo sordo».
Lewis explica que “un hombre injusto al que la vida
sonríe no siente la necesidad de corregir su conducta equivocada. En cambio, el
sufrimiento destroza la ilusión de que todo marcha bien”.
“El dolor como megáfono de Dios es, sin la menor
duda, un instrumento terrible. Puede conducir a una definitiva y contumaz
rebelión. Pero también puede ser la única oportunidad del malvado para
corregirse. El dolor quita el velo de la apariencia e implanta la bandera de la
verdad dentro de la fortaleza del alma rebelde”.
Lewis no dice que el
dolor no sea doloroso. “Si
conociera algún modo de escapar de él, me arrastraría por las cloacas para
encontrarlo”. Su propósito es poner de manifiesto lo razonable y verosímil de
la vieja doctrina cristiana sobre la posibilidad de perfeccionarse por los
sinsabores de la vida.
Feliz Día.
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