sábado, 20 de abril de 2019

Sábado 20 de abril de 2019.


Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton).

Dos minutos es la diferencia que hay entre la salida del sol a las 07:17 horas en Pego y en la que sale en Onteniente, así como también son dos minutos más los que tengo que esperar para que cuando en Pego sean las 20:42 horas y el sol deje de alumbrar, aun lo estará haciendo aquí hasta las 20:44. Una diferencia que tiene muy poca importancia y menos aun cuando las nubes no van a dejar que disfrutemos del sol.
Existe en una gran mayoría de lugares una necesidad de colaboración, de coexistencia entre todos, puedo observar que por lo general se hace un esfuerzo para que cada vez entre las personas exista más respeto, más dialogo y la voluntad de abrirse con el que es diferente, en lugar de rechazarlo, tenerle recelo o sospechar de él. El problema que se ha tenido siempre con la tolerancia va tomando un sentido nuevo en nuestros días.
Parece que poco a poco esta desapareciendo esa expresión de tolerancia que era más de aguante pasivo y paciente ante lo que considerábamos un mal para nosotros. Ahora la tolerancia se ve como más positiva y la tolerancia civil es un elemento que constituye uno de los ideales de la sociedad democrática: se considera como el reconocimiento de la igualdad de todos los hombres, así como la defensa de sus derechos fundamentales.
Tenemos sin embargo que darnos cuenta que esta tolerancia que es un requisito indispensable para la convivencia es diferente de la simple indiferencia hacia unas ideas, es decir, con olvidarnos de utilizar nuestra inteligencia y capacidad de razonar una vez que aceptamos convivir con ideas que se apartan de las nuestras.
Tampoco equivale a olvidarnos de la absoluta independencia de nuestra conciencia, a la hora de determinar por sí misma lo que está bien o mal: donde impere una duda escéptica se impone no solo el diálogo fecundo, sino más bien el enfrentamiento de diversas opiniones. La tolerancia no puede consistir en confiar sin más, de manera acrítica, la soberanía a una mayoría muchas veces indocumentada o poco formada, a fin de que decida sobre lo que es bueno o incluso lo mejor.
Vale que no se deban confundir los valores democráticos de nuestra sociedad ni, por tanto, imponer determinados criterios de una creencia particular; pero no se puede dividir la esencial unidad de la persona, que es interior y exterior, individual y social, creyente de unas ideas a la vez que miembro de una sociedad.
Digámoslo una vez más: la tolerancia civil defendida y reclamada por la sociedad contemporánea, nada tiene que ver con un indiferentismo moral que termina por renunciar al criterio del bien y de la verdad. En la esencia de la persona está su dimensión propagadora, es decir, el deseo que todos los hombres lleguen a conocer sus ideas.
Pero hay que comprender, y está hoy fuera de duda, que la fidelidad a nuestras ideas no supone el recurso a la violenta imposición. Aun cuando el respeto a la libertad individual lleve consigo la posibilidad del rechazo, o incluso la descarada oposición, no deberá ser nunca impuesta. Lejos de considerar al otro como un enemigo o un competidor, nuestra visión de la vida nos debe permitir descubrir en él un compañero de camino, necesario para construir nuestra civilización.
Respetar al otro, en su condición de ser otro, significa humanizar las relaciones entre personas: se debe enriquecer este tipo de relación. Nuestra oferta no debe avasallar, sino que debe ofrecer e iluminar los diversos modos de organizar la vida social, dando y reconociendo a cada uno la posibilidad de seguir los dictados de su propia conciencia en libertad.
Ahora bien, este espíritu de tolerancia, si quiere ser auténtico o eficaz, debe poder exteriorizarse en un estatuto jurídico y social, o sea, en un régimen de convivencia real. No basta con que no se obligue a nadie a abrazar determinadas posturas o creencias, políticas o religiosas; un régimen verdaderamente tolerante debe favorecer que cada uno tenga libre acceso a la profesión de sus ideas, sin que se vea entorpecido por presiones del tipo que sea.
Feliz Día.

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