“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al
respecto”. (G. K. Chesterton).
Con
la esperanza de poder disfrutar de este viernes para así alcanzar el fin de
semana con buenas sensaciones, vamos a tener al sol a nuestra disposición desde
las 06:36 horas hasta las 21:24.
Volviendo un poco al “Buenos Días” de ayer me gustaría
remarcar que en algunas ocasiones para eludir el conflicto que se puede formar
en todo diálogo, nos excluimos, nos apartamos cuando debería de ser al contrario.
En
algunas ocasiones nos autoexcluimos: “yo con esta gente no me junto, yo tengo
una gran cultura, estudié en tal o tal universidad, tengo esta familia y este origen.
Así que con éstos no me mezclo”. No hay que excluir a nadie, pero tampoco no
autoexcluirse, porque todos necesitamos de todos.
Es
interesante observar el modo en que vemos a los demás en especial a los más
desfavorecidos. No sirve una mirada ideológica, que termina usando a los más necesitados
al servicio de otros intereses políticos o, y personales. Las ideologías suelen terminar
mal, no sirven. Las ideologías en su gran mayoría tienen una relación o incompleta
o enferma o mala con la sociedad. Las ideologías no asumen al pueblo. Por eso, si
repasamos un poco lo que sucedió en el siglo pasado nos daremos cuenta que las ideologías
terminaron en dictaduras siempre.
Las
ideologías, piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo. O como decía
aquel agudo crítico de la ideología, cuando le dijeron “sí, pero esta gente
tiene buena voluntad y quiere hacer cosas por el pueblo” – “sí, sí, sí, todo
por el pueblo, pero nada con el pueblo”. Estas son las ideologías.
Para
buscar efectivamente su bien, lo primero es tener una verdadera preocupación
por su persona, sobre todo de los más desfavorecidos, y valorarlos en su dignidad
como personas. Pero, una valoración real exige estar dispuestos a aprender de
los más necesitados, aprender de ellos. Los pobres tienen mucho que enseñarnos
en humanidad, en bondad, en sacrificio, en solidaridad.
Cuando
ayudamos a las personas que lo necesitan, les miramos a los ojos o miramos
hacia otro lado. Son actitudes. Pues es fácil que al dar una limosna a un pobre
a la puerta de una iglesia lo ignoremos por completo y eso es despreciarlo. Pensémoslo
bien. Es una persona como yo y, si está pasando un mal momento por miles
razones –económicas, políticas, sociales o personales-, yo podría estar en ese
lugar y podría estar deseando que alguien me ayude. Y además de desear que
alguien me ayude, si estoy en ese lugar, tengo el derecho de ser respetado.
Respetar al pobre. No usarlo como objeto para lavar nuestras culpas. Aprender
de los pobres, con las cosas que tienen, con los valores que
tienen.
Ciertamente,
es muy necesario para una sociedad el crecimiento económico y la creación de
riqueza, y que esta llegue a todos los ciudadanos sin que nadie quede excluido.
Y si, eso es necesario, la creación de esta riqueza debe estar siempre en
función del bien común, de todos, y no de unos pocos. Y en esto hay que ser muy
claros.
Las
personas cuya vocación es ayudar al desarrollo económico tienen la tarea de
velar para que éste siempre tenga rostro humano. El desarrollo económico tiene
que tener rostro humano. ¡NO a la economía sin rostro! Y en nuestras manos se
encuentran muchas posibilidades para dar esperanza a muchas personas.
No
deberíamos de ceder ante un modelo económico que necesite sacrificar vidas humanas
en el altar del dinero y de la rentabilidad. En la economía, en la empresa, en
la política lo primero es la persona y el hábitat donde vive.
Feliz
Día.
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