“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga
nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al
respecto”. (G. K. Chesterton).
Como todos los días el sol nos hará compañía, desde
las 06:35 horas hasta las 21:27 en un día en el que tendremos de todo.
Normalmente se nos dice que es mejor callar que
hablar y se nos recuerda que “en boca
cerrada no entran moscas”, o con esa otra frase:”calladito te ves más bonito”. Se dice también que uno se arrepiente
más de lo que dice que de lo que calla y por norma general es cierto, pero solo
cuando lo dicho se hace cuando estamos bajo la presión de un enfado, o de la
ira, o incluso de la desesperación por ejemplo. En estas ocasiones tendemos a
decir cosas de las que después nos arrepentimos, sobre todo cuando nos ofenden
o nos faltan al respeto.
Como muchas cosas en esta vida también el callarse
y no decir cosas que puedan ser incómodas, comprometedoras o indebidas, tiene y
debe tener límites. En diplomacia y en las relaciones políticas se dice muchas
veces que se debe ser “políticamente correcto”, o sea no incomodar al
adversario. Pero esto tampoco tiene que ser así.
Voy a dejar a parte los temas que se consideran
“políticamente incorrectos” y de los qué nos aconsejan no hablar y callar, y,
me voy a centrar en nuestra vida diaria, donde muchas veces nos preguntamos si
debemos decir algo o callar.
A todos nos ha sucedido en alguna ocasión que aún
estando tranquilos y con las emociones controladas, ha habido muchas cosas que
en su momento deberíamos haber dicho y no lo hicimos. Una queja, un reclamo a
tiempo, que nos habrían evitado algún problema. Igual una llamada de atención a
quien mal se porta, en el sentido que sea; no debe callarse. A veces pensamos
que, para no molestar —o hasta enfurecer— a alguien, es mejor dejar las cosas
para una mejor ocasión, la cual normalmente no vuelve a presentarse.
También alguna vez hemos expresado una opinión diferente
a la que pensamos en una conversación o en una reunión porque puede parecer
incomoda, y nos la guardamos sabiendo que tenemos razón y que podríamos solucionar
el problema que se presenta.
Lo mismo pasa cuando se desea hacer una pregunta
difícil, incómoda, pero cuya respuesta nos es importante. La persona calla, por
temor, debilidad o errónea prudencia, y puede sufrir luego las consecuencias de
no haber conocido la respuesta. Se pierde también la oportunidad quizá de tener
ya no una respuesta mala, penosa, sino al contrario, reconfortante,
tranquilizadora.
Cuando hacemos esto no hay duda que en muchas
ocasiones, ya a destiempo, pensamos que debimos haber dicho lo que callamos.
Demasiado tarde. Podemos llegar al extremo de dolernos de no haber dicho algo
importante a quien ya está muerto o alejado por siempre.
Hay que pensar y reflexionar sobre la conveniencia
de que, en muchas ocasiones, hay que olvidarnos del principio de lo
políticamente correcto, y ser política, o familiar o amistosamente incorrectos.
A veces se debe confrontar a otros en temas o decisiones importantes o hasta
trascendentales, pero resulta que «no me gustan las discusiones». Callar
entonces es un error, tanto si resulta luego que teníamos la razón o no.
Así, cuando pensemos que es el momento de decir o
preguntar algo importante, que pueda afectar desde asuntos nimios pero útiles
hasta vitales, debemos hablar. Claro que no debe alguien dejarse llevar por un
arrebato temperamental, sobre todo cuando bajo sus efectos se lastima a otros,
pero sí se debe hablar cuando es el momento, y la posibilidad de arrepentirse
de haberlo dicho será muy relativa.
Es difícil conocer estas circunstancias y aprender
a reconocer el momento de hablar y el callarse a tiempo es una virtud,
Feliz Día.
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