jueves, 13 de junio de 2019

Jueves 13 de junio de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton).

Como todos los días el sol nos hará compañía, desde las 06:35 horas hasta las 21:27 en un día en el que tendremos de todo.
Normalmente se nos dice que es mejor callar que hablar y se nos recuerda que “en boca cerrada no entran moscas”, o con esa otra frase:”calladito te ves más bonito”. Se dice también que uno se arrepiente más de lo que dice que de lo que calla y por norma general es cierto, pero solo cuando lo dicho se hace cuando estamos bajo la presión de un enfado, o de la ira, o incluso de la desesperación por ejemplo. En estas ocasiones tendemos a decir cosas de las que después nos arrepentimos, sobre todo cuando nos ofenden o nos faltan al respeto.
Como muchas cosas en esta vida también el callarse y no decir cosas que puedan ser incómodas, comprometedoras o indebidas, tiene y debe tener límites. En diplomacia y en las relaciones políticas se dice muchas veces que se debe ser “políticamente correcto”, o sea no incomodar al adversario. Pero esto tampoco tiene que ser así.
Voy a dejar a parte los temas que se consideran “políticamente incorrectos” y de los qué nos aconsejan no hablar y callar, y, me voy a centrar en nuestra vida diaria, donde muchas veces nos preguntamos si debemos decir algo o callar.
A todos nos ha sucedido en alguna ocasión que aún estando tranquilos y con las emociones controladas, ha habido muchas cosas que en su momento deberíamos haber dicho y no lo hicimos. Una queja, un reclamo a tiempo, que nos habrían evitado algún problema. Igual una llamada de atención a quien mal se porta, en el sentido que sea; no debe callarse. A veces pensamos que, para no molestar —o hasta enfurecer— a alguien, es mejor dejar las cosas para una mejor ocasión, la cual normalmente no vuelve a presentarse.  
También alguna vez hemos expresado una opinión diferente a la que pensamos en una conversación o en una reunión porque puede parecer incomoda, y nos la guardamos sabiendo que tenemos razón y que podríamos solucionar el problema que se presenta.
Lo mismo pasa cuando se desea hacer una pregunta difícil, incómoda, pero cuya respuesta nos es importante. La persona calla, por temor, debilidad o errónea prudencia, y puede sufrir luego las consecuencias de no haber conocido la respuesta. Se pierde también la oportunidad quizá de tener ya no una respuesta mala, penosa, sino al contrario, reconfortante, tranquilizadora.
Cuando hacemos esto no hay duda que en muchas ocasiones, ya a destiempo, pensamos que debimos haber dicho lo que callamos. Demasiado tarde. Podemos llegar al extremo de dolernos de no haber dicho algo importante a quien ya está muerto o alejado por siempre.
Hay que pensar y reflexionar sobre la conveniencia de que, en muchas ocasiones, hay que olvidarnos del principio de lo políticamente correcto, y ser política, o familiar o amistosamente incorrectos. A veces se debe confrontar a otros en temas o decisiones importantes o hasta trascendentales, pero resulta que «no me gustan las discusiones». Callar entonces es un error, tanto si resulta luego que teníamos la razón o no.
Así, cuando pensemos que es el momento de decir o preguntar algo importante, que pueda afectar desde asuntos nimios pero útiles hasta vitales, debemos hablar. Claro que no debe alguien dejarse llevar por un arrebato temperamental, sobre todo cuando bajo sus efectos se lastima a otros, pero sí se debe hablar cuando es el momento, y la posibilidad de arrepentirse de haberlo dicho será muy relativa.
Es difícil conocer estas circunstancias y aprender a reconocer el momento de hablar y el callarse a tiempo es una virtud,

Feliz Día.

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