“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton).
Otro
día interesante por delante, con un sol que estará acompañándonos desde las 06:36
horas hasta las 21:23.
Muchas
veces nos enteramos de la existencia de las personas cuando mueren, sencillamente
porque tampoco sabíamos que estaban vivas, y es cuando alguien escribe algún artículo recordándoles es cuando te das cuenta que de lo que de alguna manera se nos ha
marchado.
Me
refiero a Jean Varnier que murió el pasado 7 de mayo en Paris, me llamó la
atención una frase suya que nos puede servir mucho; “nuestras diferencias no son una amenaza sino un tesoro”.
Esa
frase me ha costado mucho de entender pues no es evidente su verdad. A primera
vista, nuestras diferencias, de hecho,
son frecuentemente una amenaza. Además, una cosa es decir esas palabras y otra
cosa es tener la autoridad moral de pronunciarlas. Pocos tienen esa autoridad.
Jean Vanier la tuvo.
Ver
en las diferencias, tanto de cultura, religión, lenguaje, género, ideología, como
una oportunidad para enriquecer a una comunidad más que verlas como amenazas a
su unidad, no es fácil, hay que superar muchas las dificultades y, a veces,
parece que nosotros nos empecinamos en hacer las cosas más difíciles todavía.
Para
que esa oportunidad de enriquecernos sea posible es necesaria una base fundamental,
una identidad. Hay que reunirse para hablar y ver los diferentes puntos de
vista, pero cada uno desde su identidad, no se negocia su identidad. O sea,
para que se pueda mejorar es necesaria esa base fundamental. Entonces, yo desde
esa identidad voy a dialogar. Si yo voy a dialogar sin esa identidad, el
diálogo no sirve. Además, el diálogo presupone y nos exige buscar esa cultura
del encuentro.
Es
decir, un encuentro que sabe reconocer que la diversidad no solo es buena: es
necesaria. La uniformidad nos anula, nos hace autómatas. La riqueza de la vida
está en la diversidad. Por lo que el punto de partida no puede ser: “Voy a dialogar
pero aquel está equivocado”. No, no, no podemos presumir que el otro está equivocado.
Yo voy con lo mío y voy a escuchar qué dice el otro, en qué me enriquece el
otro, en qué el otro me hace caer en la cuenta que yo estoy equivocado y en qué
cosas le puedo dar yo al otro.
Es
un ida y vuelta, ida y vuelta. Con presunciones de que el otro está equivocado,
mejor irse a casa y no intentar un diálogo. El diálogo es para
el bien común y el bien común se busca, desde nuestras diferencias dándole
posibilidad siempre a nuevas alternativas. Es decir, busca algo nuevo.
Siempre,
cuando hay verdadero diálogo, se termina en un acuerdo nuevo, donde todos nos
pusimos de acuerdo en algo. ¿Hay diferencias? Quedan a un costado, en la
reserva. Pero en ese punto en que nos pusimos de acuerdo o en esos puntos en que
nos pusimos de acuerdo, nos comprometemos y los defendemos. Es un paso
adelante.
Esa
es la cultura del encuentro. Dialogar no es negociar. Negociar es procurar
sacar la propia tajada. A ver cómo saco la mía.
Muchas
veces esta cultura del encuentro se ve envuelta en el conflicto. Es decir en el
diálogo se da el conflicto. Y es lógico y esperable. Porque si yo pienso de una
manera y otros de otra y vamos andando, se va a crear un conflicto. ¡No hay que
tenerle miedo! No tenemos que ignorar el conflicto. Por el contrario, debemos asumir
el conflicto. Si no asumimos el conflicto no podemos dialogar nunca. Vamos a
dialogar, hay conflicto, lo asumo, lo apunto y es un eslabón de un nuevo
proceso. Es un principio que nos tienen que ayudar mucho.
El
conflicto existe: hay que asumirlo, hay que procurar resolverlo hasta donde se
pueda, pero con miras a lograr una unidad que no es uniformidad, sino que es
unidad en la diversidad.
Feliz
Día.
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