viernes, 14 de junio de 2019

Viernes 14 de junio de 2019.

“Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. (G. K. Chesterton)   

Ha amanecido a las 06:35 horas, aunque viendo como se presenta la mañana no lo disfrutaremos hasta dentro de unas horas y se nos marchará a las 21:27 horas, después de haber hecho de este viernes un día un poco bochornoso.
En la gente se puede observar un sentimiento de miedo, siempre estamos preocupados, temerosos, se percibe una sombra en nuestro ánimo que nos produce una profunda inseguridad, cuando, paradójicamente, la sociedad nunca ha sido tan segura como ahora. ¿Cómo se explica esto?
Tenemos miedo de tantas cosas que este acaba dominando la gran mayoría de nuestras reacciones. Tenemos miedo a perder el trabajo, a no encontrarlo, a no cobrar la pensión, a la enfermedad, en fin a muchas cosas.
Pero, ¿de qué se trata? ¿Cómo hacer frente a ello? Como responder a esa ansia de seguridad, a ese desconcierto que tenemos en nuestro interior. ¿Quién responde a esta necesidad de seguridad que aparece a la vez que el miedo? Estoy, casi seguro, que no se puede responder a esta necesidad confiando la solución a muros, sean del tipo que sean. La respuesta nunca se puede reducir a una cuestión de «policías» o «muros».
Creo que se explica porque la cuestión del miedo está totalmente enraizada en la cuestión del sentido que le damos a nuestra vida. La respuesta a la inseguridad no puede ser únicamente social, sino que debe ser una respuesta a la exigencia de ese sentido, porque nunca se puede reducir al hombre a sus aspectos materiales. La seguridad material no es una respuesta suficiente ante la confusión última del yo. Lo demuestra precisamente el hecho al que he hecho referencia antes: las sociedades occidentales nunca han sido tan seguras y saludables y nunca han estado tan en paz como hoy, y sin embargo ha crecido el sentimiento de inseguridad, de miedo.
Lo único que vence el miedo del hombre, y lo hemos experimentado, es una presencia. Lo vemos en la experiencia que de seguro tuvimos cuando éramos niños. La única respuesta a nuestros miedos era la presencia de nuestra madre, que buscábamos con todas nuestras fuerzas; no buscábamos otras cosas, porque nada sería capaz de quitar el miedo. El problema es, por tanto, más profundo.
Es decir, lo que tenemos ante nosotros todos los días, aquello con lo que nos medimos, es el problema del deseo, el deseo de ser amados, de que nuestra vida se cumpla, y que, al no encontrar una respuesta, se manifiesta en el miedo, en la rabia, en la violencia, en el intento de levantar muros. Pero en el fondo hay algo que se nos escapa, que es la naturaleza del hombre que, incluso en esta situación de confusión, de desconcierto, sigue siendo irreductible. Se busca la serenidad y seguridad que sentíamos con la presencia de nuestra madre.  
Este es precisamente el meollo. Todos los intentos, por muy buenos que sean, están destinados al fracaso si no responden a esa necesidad de seguridad interior. Nuestra sociedad ha hecho un esfuerzo enorme por responder a muchas necesidades. Ha alcanzado un alto grado de desarrollo, pero al mismo tiempo, el descontento y el malestar aumentan. ¿Cómo es posible? El problema nace de no haber comprendido cuál es la naturaleza de la «enfermedad».
Sabemos que para el hombre todo es poco y pequeño a la hora de satisfacer sus deseos, y esto que para muchas personas es algo negativo como una desgracia, entenderlo es la diferencia y la grandeza del hombre. Si perdemos la conciencia de esta diferencia, de la infinitud de nuestro deseo, no comprenderemos nada de lo que sucede.
Si nuestra sociedad no se da cuenta de esto, no podrá evitar ofrecer siempre respuestas penúltimas con la pretensión de que sean suficientes. Entendámonos: por una parte nuestra sociedad, en cuanto que realidad político-económica, no debe responder a la exigencia última, porque no es su finalidad; pero por otra parte debe reconocer cuál es la naturaleza del problema y dejar el espacio para la respuesta.
En fin, queda aún mucho por decir.

Feliz Día.

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