“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Hoy vamos a ver como amanece a las 07:01 horas y
vamos a poder disfrutar como todos los días una puesta de sol a las 19:14
horas, si nos detenemos un momento cada día en estos dos magníficos espectáculos
veremos lo fácil que resulta con tan poco disfrutar tanto.
Generalmente una gran mayoría de nosotros estaremos
de acuerdo con que el sistema político que mejor respeta los derechos humanos
es la democracia, pero también estaremos de acuerdo que ésta no es una fórmula
mágica y puede ser tan gravemente adulterada que llegue a abrir la puerta al
totalitarismo.
Digo esto porqué se interpreta, y con razón, que la
vida política tiene su propia autonomía, pero autonomía no significa
independencia y por ello la vida política también debe regirse por unos
preceptos claros. Sabemos que esto se entendió muy bien cuando tras las
atrocidades nazis de la Segunda Guerra Mundial y a rebufo de sus horrores se publicó la Declaración Universal
de Derechos Humanos de la ONU del 10 de Diciembre de 1948.
Esa declaración la deberíamos de ver reflejada en
todos los partidos políticos que se presentan a las próximas elecciones y
asegurarnos que piensan respetarla antes de decidir nuestro voto, es sencillo,
solo son 30 artículos.
Si nos tomamos la molestia de leerlos nos daremos
cuenta que la gran mayoría de los partidos políticos españoles la interpretan,
cada uno tiene una visión particular de lo que dicen esos artículos, incluso se
puede ver en su forma de actuar que algunos afirman que si no se es agnóstico o
relativista, no se es un verdadero demócrata, porque el pensar que hay una norma
o unos derechos objetivos que cumplir imposibilita el diálogo sincero entre las
personas.
Éstos partidos buscan una libertad ilimitada, con plena autonomía
moral, o
sea poder obrar según el propio albedrío, desvinculado de toda norma, porque la
dignidad de la persona humana exige que ésta no deba aceptar ninguna norma que
le venga impuesta desde fuera, sino que sea ella misma quien determine libre y
autónomamente lo que considera justo y válido. Hago lo que quiero, y soy yo
quien decide.
Pero claro, tienen que buscar en algún otro sitio
los fundamentos de nuestra convivencia, porque si todos hacemos lo que nos da
la gana es el caos. Por ello éstos opinan: “Como somos demócratas, el
fundamento de todas nuestras leyes y de nuestra convivencia debe ser la
voluntad popular”. ¿Y cómo sabemos cuál es la voluntad popular? “Pues muy
fácil, lo que decida el Parlamento”. Con lo cual, evidentemente, ya no soy yo
quien decide y mi libertad plena y total desaparece.
Es curioso como los defensores de la libertad a
ultranza acaban destruyendo la libertad que necesito para mandar en mí mismo,
para que pueda actuar con responsabilidad, buscando lo que yo considere como el
bien común. Todos sabemos además cómo funciona el Parlamento y que en los partidos
no existe la libertad de voto y ni siquiera se admite la objeción de
conciencia, porque en los Partidos los únicos teóricamente libres son el
grupito de jefes, que, con frecuencia es uno solo, como hemos visto en estos
últimos tiempos, con lo que queda claro que el que manda, manda, y los demás a
obedecer.
¿Pero esto no es muy parecido a un totalitarismo?
¿Y en qué consiste éste? Si se define un totalitarismo como un sistema político
que se basa en la negación de cualquier norma en un sentido objetivo que lo
controle, si no tiene que obedecer ningún principio que defienda a la persona,
entonces, tampoco existe ningún principio seguro que garantice unas relaciones
justas entre las personas: los intereses de clase, grupo o nación los contraponen
inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce al menos un derecho trascendente,
triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los
medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin
respetar los derechos de los demás.
Está claro, al menos para mí, que no podemos tener
una verdadera democracia si los partidos políticos no reconocen la dignidad de
cada persona y no se respetan sus derechos. Entre éstos, hay algunos más fundamentales que
otros, unos valores que no deberían de ser negociables, y que por cierto, se
hallan contenidos en la Declaración de Derechos Humanos de 1948.
Y es que sin valores una democracia se convierte
con rapidez en un totalitarismo visible o encubierto, como nos ha demostrado la
historia. Por cierto, estos valores son los que deberíamos de defender frente a
los relativistas que intentan imponernos lo que ellos llaman nuevos derechos
humanos.
Feliz Día.
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