“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
Otro día que va a ser primaveral sin haber
conseguido aún haber llegado a la primavera, al menos esto es lo que parece que
sucederá a partir de la salida del sol a las 07:15 horas y hasta las 19:05,
después supongo que refrescará, pero solo refrescará.
Me estoy dando cuenta que hay mucha gente que
cuando escucha o lee unas declaraciones no tiene nada claro cuando se esta defendiendo
una postura o cuando se esta atacando otra. No si lo hacen adrede o no, pero lo
que tengo claro es que es al menos los políticos y los periodistas lo deberían
de tener claro para no manipular las esas explicaciones que se están dando.
Cuando defiendo algo que considero importante y
valioso, esta claro que trataré de conservarlo, de ampararlo, sosteniendo,
frente a quienes impugnan o cuestionan ese bien o valor, las razones por las
cuales me sigue pareciendo, ese algo, bueno y valioso. Pues bien, cuando yo
estoy defendiendo mi opinión hay gente que piensa que estoy atacando la
contraria.
Esta diferencia entre defender y atacar no siempre es
clara, ni mucho menos se percibe, por parte del que mantiene opiniones
contrarias.
Voy a poner un ejemplo. Si digo que la economía ha
de estar al servicio del hombre y que, en consecuencia, los factores económicos
no son los únicos que han de determinar enteramente las relaciones sociales, o
que el lucro no puede ser la norma exclusiva y el fin último de la actividad
económica. Puede parecer a mucha gente, que estoy atacando una determinada
concepción social, política y económica. Pero el criterio que me guía en esos
juicios no es el ataque, es la defensa de algo que yo considero como bueno y
valioso: el bien común, la justicia, la dignidad de la persona.
¿Cómo construir, cómo llegar a este bien común?
Aquí, a la hora de decidir esto, creo, entra la libertad y la responsabilidad
de los hombres, de cada hombre. Pero, sean cuales sean las preferencias de cada
uno, es evidente que se ha de mantener una especie de imperativo ético, de
exigencia moral, que nos recuerde qué bienes y valores no podemos perder de
vista. Y esa exigencia moral ha de tener un valor normativo, que sirva a la vez
de criterio diferenciador para decir, llegado el caso: “Esto no puede ser”,
“esto es inaceptable”.
Otro ejemplo: La defensa de la vida humana. Cuando
se defiende el valor de la vida humana de un inocente, no se protege solamente
un “bien jurídico”; se defiende un bien absoluto. O, dicho de otro modo, se
defiende que jamás es lícito privar de la vida a un inocente; ya nacido o aún
no, joven o anciano, sano o enfermo. Cuando se defiende este principio no se
ataca a nadie; a lo sumo se sostiene un argumento frente a quienes impugnan,
relativizan o niegan el valor de la vida.
Debemos, pienso yo, defender lo que sabemos
razonable y bueno sin atacar a las personas que ven las cosas de otro modo. Y
el objetivo que debemos perseguir, sigo pensando, consiste en mostrar esa
racionabilidad y esa bondad; esa verdad, en suma, de lo que defendemos.
A mí me parece que una guía
a seguir es pensar que la verdad es una y que si algo me convence a mí, si
tengo serias razones que apoyen ese convencimiento, eso mismo puede convencer a
otras personas. Yo puedo comprender, dentro de unos límites, que otros piensen
de modo diverso. Pero debo exigir, también, que yo pueda pensar y expresarme en
conformidad con lo que creo.
Y ya, cuando se trata de ordenar la sociedad, de llegar
a formular leyes que posibiliten la convivencia y el bien común, reivindico mi
derecho a que no tenga que apoyar, a la fuerza, coactivamente, lo que, por
motivos fundados me parece malo o destructivo.
Lo tolerable, tendré que
tolerarlo. Lo intolerable, no. Al menos, no podré colaborar con ello y tendré
que oponer toda la resistencia que moralmente sea legítima. Nadie me puede
obligar, por ejemplo, a apoyar la esclavitud. Ni otras cosas. Y no es solo
cuestión de mayorías o minorías.
Feliz Día.
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