“Lo
correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal,
aunque todo el mundo se equivoque al respecto”.
(G.
K. Chesterton).
A las 07:25 horas ha amanecido, aunque no lo hemos podido apreciar como nos gustaría ya que las nubes nos impidieron ver el sol, aunque
tenemos hasta las 18:58 para que exista la posibilidad de que nos alumbre.
Es casi necesario volver otra vez a mostrar, desde
mi punto de vista, uno de las déficits de nuestra sociedad democrática, me
estoy refiriendo a la poca conciencia de ciudadanía que tenemos gran parte de
nosotros. Me da la impresión que una vez que hemos sido reconocidos como
personas con derechos civiles y políticos nos hemos acomodado y nos limitamos a
vivir como individuos con derechos económicos.
Nos hemos olvidado de ser ciudadanos. De ser
protagonistas de nuestra propia historia, de ser alguien con formación para tener
una voz propia acerca de lo que nos afecta a nosotros y a los demás, una voz
que merezca ser escuchada por nuestros conciudadanos. Si analizamos un poco lo
que significa ser ciudadano y lo que es una democracia nos daremos cuenta de
que existe una contradicción con una ciudadanía pasiva.
Estamos fracasando en la formación de auténticos
ciudadanos, da la impresión de que sólo hemos logrado crear usuarios del sistema
y que solo se benefician de él, sin que se interesen por el mecanismo que lo
hace posible y necesario para su supervivencia.
Nuestra democracia se podrá mantener siempre que
responda a una conducta ética que dé validez a esta opción política: la de ser
un sistema social y político, en permanente desarrollo que sea adecuado a individuos
maduros y responsables que apuestan por él para organizarse colectivamente,
enraizados en el aprecio, el respeto y la potenciación de los valores de la
libertad, la igualdad y la solidaridad.
Sin embargo, cuando estos individuos se sienten
desvinculados del sistema; cuando éste deja de responder a esa tensión ética de
lograr una vida adecuada a sus expectativas, el sistema correrá un serio
peligro.
Una forma de solucionar este problema sería
fomentar la sociedad civil, para que sea este el marco adecuado para formar a
verdaderos ciudadanos. En ésta se desvela el sentimiento de comunidad, de
formar parte de algo junto con otros. Incluso el sentido de la justicia,
individual y social, se desarrolla muy bien en el ámbito de la sociedad civil.
Porque, ser un buen ciudadano y tener civismo no tiene que ver con la cortesía,
sino con la responsabilidad. De ahí que se pueda decir que tan incívico es
destrozar el mobiliario urbano como militar en organismos políticos que tienen
como objetivo el poder y el beneficio personal. Ambas cosas agreden al sistema democrático.
En realidad lo que necesitamos en estos días es
desarrollar el civismo en nosotros, individual y socialmente. Ya que a menudo
olvidamos que disfrutamos de grandes logros, y que estos precisan de una
cuidadosa atención para seguir dando frutos. Si los abandonamos a su propia
inercia sin abonarlos ni podarlos es ponerlos, a medio plazo, en peligro de que
desaparezcan.
La estabilidad de un sistema democrático pasa por reconocer
y potenciar el papel de la sociedad civil en ellos. Cuando ésta es una verdadera
escuela de ciudadanos, la calidad del sistema político mejorará sin duda.
Feliz Día.
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